BULEVAR

Con la manta a la cabeza

El Mundo, 28-06-2006

Suben por mi calle, despacio, con la manta a la cabeza… Con la manta y el colchón; con el sofá, que han encontrado un rato antes tirado en un container y con la butaquita roja de skay que alguien decidió abandonar en cualquier esquina por demodé y voluminosa. Llegan con esos trastos a la cabeza y, entre ambas manos, casi arrastras, un montón de maletas rotas, de bolsas de plástico repletas de vaya usted a saber qué, de fardos atados…Todo eso conforma su equipaje: un bagaje que parece tan pesado como triste.


En grupos, quizás sean familias, suben caminando por mi calle.Se fuman sus cigarros. Se hablan, se gritan, se dicen y se preguntan en un idioma que no entiendo. Se esperan los unos a los otros sentados en el escalón de algún portal ajeno y miran sin simpatía a quienes entran y salen, a quienes tienen casa, a quienes disfrutan de un refugio seguro.


¿Dónde van? ¿A dónde se dirigen? ¿Rumbo a la montaña, Montjuïc arriba? Probablemente ésa era su intención. Pero han encontrado otra opción – ni mejor ni peor, sólo otra – : de momento, ellos y sus cosas – sus maletas rotas y sus bolsas de plástico repletas, el colchón, la butaquita, el sofá y las mantas – se han instalado en un solar que parece abandonado, entre los cascotes de un edificio que derruyeron la pasada semana para construir un bloque de viviendas elegantes.


Los veo subir por la calle, los veo luego tirados en el solar…Se hace la noche y siguen ahí. Quizás, esperan, aunque yo no sepa el qué; quizás sólo dejan pasar las horas. De vez en cuando, se ilumina el rescoldo de un cigarrillo; de vez en cuando se oye una voz; y, si te asomas, de reojo, los ves allí sentados.Ajenos a todo: a los demás y a la noche.


Mi primera idea, lo confieso, fue llamar a la policía ante el temor de convivir con un campamento de okupas refugiados. Lo pensé. Barajé la posibilidad. Pero, después, me acordé de aquellas estampas, de aquellas fotos famosas que han dado la vuelta al mundo y se han quedado varadas para siempre en la memoria colectiva, de aquellos retratos de nuestros inmigrantes cruzando las fronteras, huyendo de aquella guerra que rompió las familias y el país.Ellos también cargaban fardos tan pesados como tristes.


Me acordé también de mi padre y de sus recuerdos. De cuando me explicaba que, allá por la década de los 50, se vino de Guadalajara a Barcelona con una mano delante y otra detrás – nunca me habló ni tan siquiera de una pobre maleta – ; me acordé de aquellas tardes en que él recordaba cómo tuvo que pasar más de una noche – las primeras, las más duras – sentado en un banco de la estación de trenes porque no tenía dinero para pagar una pensión. Y me acordé también de que siempre le dije que fue un valiente, que hay que ser valiente para dejarlo todo atrás y marcharte sin nada para tratar de encontrar un futuro mejor.


Y eso, ni más ni menos, es lo que intentan quienes suben cargados por mi calle y esperan tiempos mejores perdidos en un solar.Luchan por un futuro mejor. Y también son valientes por intentarlo.


Habrá que darles tiempo.

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