"Me forzaron a prostituirme un año en clubes de Gipuzkoa"

Martina llegó desde Rumanía a España «engañada» para trabajar de enfermera y terminó «secuestrada, maltratada y obligada a ejercer la prostitución» en Donostia

Diario Vasco, 27-06-2006

SAN SEBASTIÁN. DV. Cuando Martina echa la vista atrás, recuerda la ilusión de aquella tarde en la que decidió probar suerte y viajar a España para trabajar de enfermera y escapar de «la pobreza» de su país, Rumanía. Ese día empezó su calvario. «Mi vida ha sido un infierno desde entonces», asegura.

Bajo el nombre ficticio de Martina, se esconde una mujer de 35 años, madre de 4 hijos, secuestrada durante tres meses «en algún lugar del sur de España», «maltratada» por compatriotas rumanos y luego «obligada» a prostituirse durante más de un año en clubes de Gipuzkoa. Ahora, desvinculada ya de la red que le explotaba, sobrevive en Donostia soportando «la explotación laboral» a la que es sometida por ser «inmigrante y sin papeles en regla» y con el «miedo» de que quienes le «humillaron» entonces «cumplan sus amenazas» con ella o con su familia. El caso está denunciado y pendiente de juicio en un tribunal de Donostia.

«Secuestrada»

La odisea de Martina empezó a finales de 2002. Acababa de divorciarse de su primer marido, con el que tuvo dos hijos: una niña que ahora tiene 14 años y un niño de 8 años. Ambos viven con sus abuelos, en Rumanía. Después de trabajar ocho años como enfermera en aquel país, a Martina se le presentó la «oportunidad» de viajar a España para trabajar en su profesión.

«Yo puse toda mi confianza porque el contacto que me ofreció el trabajo fue una vecina que conocíamos de toda la vida. Me dijeron que, en España, quizás al principio tuviera que trabajar unos meses limpiando, hasta que aprendiera el idioma, para luego ejercer de enfermera», recuerda en un castellano limitado. Eran momentos de ilusión…

«Me pagaron el viaje. Vine a España en un coche acompañada por otra chica y un hombre. Apenas me hablaron durante el trayecto, que duró horas y horas…», recuerda. Al llegar a España todo cambió. «Me quitaron el pasaporte que llevaba y me llevaron a algún lugar del sur de España».

Allí, según cuenta la mujer rumana, le encerraron durante tres meses. «Sólo sé que estaba secuestrada en casa de un gitano rumano junto con otras 30 chicas. No nos dejaban salir, ni apenas ver la luz de la calle… Fue muy duro». Pasados tres meses, Martina fue traslada a Donostia con el propósito de que se convirtiera en una «esclava sexual».

«A comienzos de 2003, me trajeron a San Sebastián y me obligaron a prostituirme en varios clubes de Gipuzkoa. Como no accedí, me pegaron y me maltrataron. Me dieron un montón de golpes en la cabeza y me cortaron con un cuchillo en los brazos, en las piernas, en la cara…», explica mientras muestra las cicatrices del maltrato.

Así pasaron 12 meses. Martina vivió «vigilada y amenazada por una familia de rumanos» que se ocupaba de acompañar y recoger a la mujer de un club a otro. Durante este tiempo, a las «palizas» y «explotación sexual», se unieron las «violaciones» de su guardián. «Me quedé embarazada y, a los dos meses de gestación, intenté escaparme. Me buscó, me encontró y me volvió a llevar a su casa en Donostia, en la calle Zabaleta primero, luego en la calle Hernani. Me dijo que me quería matar».

Regreso a Rumanía

Fue el embarazo no deseado de Martina lo que le permitió regresar a su país. «Me acompañó a Rumanía para que tuviera el hijo en mi país. Me dejó volver a casa y me amenazó de que me pasaría algo a mí y a mi familia si contaba algo». Martina tuvo allí el pequeño que ahora, con dos años, también vive con sus abuelos en Rumanía.

La mujer se armó de valor y decidió denunciar a su agresor en Rumanía y poner el caso en conocimiento del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Además, en 2004 volvió a San sebastián con el objetivo de denunciar los hechos también aquí. Nada más llegar, se alojó en un albergue de Donostia. «Allí conocí a mi actual compañero, también rumano, que es mi pareja de hecho desde el 6 de febrero de este año». Otra vez fue «localizada por sus antiguos captores», pero consiguió escapar.

Cumplió su propósito de poner una denuncia de todo lo que le había ocurrido. «El 23 de septiembre de 2004 puse la denuncia en la Unidad Provincial de Extranjería de la Policía Nacional». Martina se lamenta de que, «a pesar de ser una víctima, en ningún momento me ofrecieron protección». Tras pasar por manos de distintos abogados por voluntad propia, el caso está paralizado en un tribunal donostiarra porque hasta ahora no ha sido posible dar con el paradero de su agresor. «Creo que mi agresor está ahora en Rumanía, pero sé que tiene familia y contactos por aquí que en cualquier momento pueden hacerme algo a mí o a mi familia», asegura.

«Quiero vivir aquí»

Desde el momento que puso la denuncia, Martina y su actual pareja, con la que tiene un bebé de cuatro meses, se vieron abocados a vivir en la calle. «Hemos dormido durante seis meses en un bosque de Amara, en Donostia, luego en un taller en el que trabajaba mi pareja, en un piso de alquiler…». En la actualidad, tras una discusión con su pareja, Martina vive en un «centro de acogida inmediata de los servicios sociales del Ayuntamiento de Donostia».

A la explotación sexual y el maltrato vivido, se une ahora el laboral. «Mi pareja tiene los papeles en regla, pero yo no, a pesar de que mi último hijo nació aquí, en el Hospital Donostia. Quiero trabajar pero, a pesar de que tengo una denuncia que demuestra que hace más de dos años que estaba viviendo aquí, no me dan permiso de residencia y me mandan de un lado para otro. Se cierran todas las puertas».

En su periplo laboral, también le ha tocado vivir un calvario. «He trabajado en una sidrería por 90 céntimos la hora. El dueño, que conocía mi pasado, me dijo que como había sido prostituta me iba a pagar eso. No hay derecho a que me traten así». Asimismo, la mujer asegura que ha trabajado en una villa de tres plantas de Donostia limpiando «por 10 euros la jornada de dos horas».

A pesar de las penurias, Martina envía cuando puede algo de dinero a sus padres y a sus tres hijos en Rumanía. «Lo he pasado muy mal, pero no pienso en volver a Rumanía porque allí hay mucha pobreza. Quiero salir adelante aquí», sentencia.

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