El trabajo en un centro con el 92% de extranjeros es duro pero no imposible

LUIS PEÑA / Director del Colegio San Antonio de Madrid

La Razón, 26-06-2006

A la hora de relacionar dos aspectos tan controvertidos en estos momentos
como son inmigración y educación, considero básico hacerlo desde mi
experiencia. La escuela que dirijo cuenta con un 92% de inmigrantes en sus
aulas, fundamentalmente latinos. Y dentro de éstos, ecuatorianos y también
dominicanos, pero hay hasta 18 nacionalidades: Marruecos, Filipinas,
Rumanía… El personal del centro ha llegado a la conclusión de que esta
diversidad no tiene por qué entrañar ningún problema irresoluble, sino
que, por el contrario, tenemos que tratar de que este aspecto dé paso a un
enriquecimiento mutuo, para el alumno, sus compañeros y el resto de la
comunidad educativa. Lo primero que se nos plantea es conocer al alumno,
su ambiente, su familia… para luego ver cómo adaptamos nuestra
pedagogía, aspectos didácticos, contenidos, etc, dentro del marco legal
que España ofrece a este tipo de alumnos. Y es que algo que no se tiene
siempre en cuenta es el ambiente sociocultural del que proceden los niños,
que, por pequeños que sean, ya son portadores de esquemas mentales,
gustos, aficiones, formas de valorar las cosas y comportamientos propios
de su cultura de origen. Estos elementos, en muchos casos, siguen
viviéndolos dentro del ámbito familiar en que conviven, porque las
familias sin integrarse en la cultura española siguen manteniendo
costumbres de sus países de origen. Para llegar hasta el chico es
condicionante. En este sentido, las familias debido a su economía, su
cultura, las dificultades propias de la barrera del lenguaje o al complejo
entramado de una sociedad como la nuestra, se encuentran con obstáculos
casi insalvables para atender los distintos aspectos de la educación de
sus hijos. Les cuesta atenerse a la organización de los centros en España
hasta en aspectos tan básicos como respetar los horarios escolares y de
secretaría, equipar a los niños con el material adecuado, situaciones en
las que los padres son muy reacios a realizar trámites burocráticos que
pide la Administración. Otras veces aportan datos falsos, no apoyan las
actividades extraescolares que no sean totalmente gratuitas o descuidan
repetidamente recoger a los pequeños al finalizar las clases, que ya nos
han reportado experiencias muy duras en ese sentido. Pero quizá lo más
importante es que abunda un tipo de familias monoparentales, muy
desestructuradas, que nos resultan extrañas: alcoholismo, probable
violencia doméstica, de falta de cuidado, de paro o precariedad económica,
de hacinamiento y viviendas compartidas… Todo esto, como es obvio,
influye en los niños. Por otro lado, el entorno del niño también pasa
factura. Muchos de estos pequeños pasan horas y horas solos en su casa. Ya
desde los 9 o 10 años hacen vida en la calle: se relacionan con grupos
generalmente mayores que ellos y asimilan las conductas propias de estos
ambientes. Y en el caso de los hispanos, incluso podemos apreciar los
primeros contactos con pandillas violentas bien conocidas. Ante este
panorama, en los centros se nos presentan problemas de conocimiento, pues
todo este conglomerado afecta a sus pautas y valores, rendimiento
académico… Ahí, radica la importancia por un denodado estudio del alumno
y sus rasgos. Por ello, hay que resaltar también las carencias que
necesitamos salvar como la mayor presencia de un orientador o psicólogo
que ayude no sólo al alumno, sino también a los tutores. Asimismo, es
necesario un trabajador social para atender las relaciones del centro con
las familias y guiarlas. También hemos contactado con los agentes tutores
de la zona para poder prevenir problemas fuera del colegio como la
relación con las citadas pandillas. No se ha hecho aún nada al respecto,
pero nos están echando una mano en otros temas. El trabajo en este tipo de
centros es duro y sacrificado, pero no es imposible.

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