REPORTAJE

La otra historia de Jerusalén

El Periodico, 26-06-2006

Curioso personaje, Marek Halter. Pintor, escritor, polaco de nacimiento y francés de corazón, viajero por medio mundo, judío mediador entre palestinos y hebreos, vinculado a protestas feministas musulmanas, y amigo y confidente – – según propia confesión – – de personajes tan dispares como Golda Meir, Juan Pablo II y Yasir Arafat. Ha escrito unos 30 libros, la mayoría en torno al presente y pasado del pueblo judío, y el último, El códex Jerusalén, no es excepción. La versión castellana de la novela se presentó el martes pasado en el escenario adecuado, Jerusalén, ciudad cuya historia es ejemplo continuado de la incapacidad humana para lograr la paz.
Por calles donde judíos y palestinos se pueden juntar, pero no se mezclan, el autor fue siguiendo la narración de su obra, un thriller histórico pródigo en citas bíblicas y peculiares interpretaciones de los Evangelios; una historia con algún que otro muerto que desarrolla su trama entre Rusia, Nueva York e Israel a lo largo de un periodo no inferior a 2.000 años; novela publicada en Francia en 1999, traducida a 13 idiomas y que plantea una tesis final de concordia para las tres grandes religiones monoteístas – – judaísmo, cristianismo e islamismo – – que, a lo largo de los siglos, han tenido en Jerusalén su punto de encuentro y su campo de batallas inacabables.

LA RELIGIÓN Y LA LÓGICA
Halter (Varsovia, 1936) dejó Polonia a los 5 años tras la invasión nazi. Su familia se instaló primero en Moscú y luego en Uzbekistán; se instaló en Francia en 1950 y allí sigue, con una estancia prolongada en Argentina y viajes continuados a Israel. El resultado de este continuo ir y venir ha sido una mentalidad abierta a ideologías y causas diversas, pero sin olvidar nunca su condición de judío ni su versión hebrea de quién es el bueno y quién el malo en la situación actual de Israel y Palestina. Ha sido presidente del Instituto Andrei Sajarov para defensa de los derechos humanos, cofundador de SOS Racismo y asegura que las mujeres musulmanas francesas que escogieron el eslogan Ni putas ni sumisas para reivindicar su emancipación le consideran su “padrino”.
Este hombre que, además, habla 10 lenguas, es, por encima de todo, un extraordinario narrador capaz de comentar su novela por el dédalo de la ciudad vieja de Jerusalén sin que nada ni nadie altere la línea de su relato, ni siquiera las preguntas de sus acompañantes. Halter asegura que todas sus obras – – La memoria de Abraham, Los jázaros, traducidas al castellano – – son el resultado de una larga investigación en torno a las religiones y que si a esos conocimientos se les aplica una “la interpretación lógica” se alcanzan conclusiones que difieren de la verdad oficial.
El códex Jerusalén (Styria) es un largo ejemplo de esa versión de la historia y también un intento de conciliar las posturas enfrentadas que se han dado en esa ciudad a lo largo de los siglos. “Jerusalén no justifica la violencia… Los pueblos basan su memoria histórica en el enfrentamiento y el odio a otros pueblos”, dice unos de los personajes de la obra. Al margen de esos mensajes, la obra tiene planteamientos de novela histórica, mezcla hechos reales – – el descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto – – con la ficción, para dar intriga y ritmo a la narración.

PALABRAS Y VIOLENCIA
El propio Halter se convierte en uno de los protagonistas de la obra y recurre a su propia biografía para narrar las peripecias de un periodista y un antiquísimo manuscrito depositado en una biblioteca rusa, que, tras ser robado, aparece en Nueva York donde se convierte en causa de muerte y violencia. La trama sigue en Israel, donde los personajes de la novela se dedican a buscar los 64 lugares donde, supuestamente, se enterró en la antigüedad un tesoro equivalente a varias toneladas de oro. “Quería contar todo lo que sabía de una época en la que todo cambió, la dispersión del pueblo judío y el nacimiento del cristianismo”, comentó Halter ante la iglesia del Santo Sepulcro mientras un grupo de peregrinos brasileños entonaba sus cánticos. Y aquí mismo explicó su versión de la resurrección de Jesucristo, que no fue tal, porque no fueron ángeles quienes se llevaron su cuerpo, sino jóvenes de la secta judía de los esenios que le rescataron, supuestamente vivo.
La novela de Halter tiene un final conciliador, el mismo que el autor presupone para el conflicto entre judíos y palestinos si unos y otros consiguen que “las palabras acaben con la violencia”. Esa es para el autor la única solución: “En una guerra hay que hablar con los enemigos, porque con los amigos no se hace la paz”.

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