Tres mil personas han participado en la segunda edición del Foro Social Mundial de las Migraciones, en el municipio madrileño de Rivas Vaciamadrid. Una de las conclusiones debería ser superflua por obvia: cada uno ha de tener el derecho de vivir donde quiera; los inmigrantes, también. Nada más lejos de la realidad.
La reflexión de Aminata Traore, presidenta del Foro Social de África de 2006 y ex ministra de Cultura de Malí, abordó el fondo del problema: “Estamos profundamente impactados por la mala voluntad política de Europa y la estigmatización que está haciendo de los africanos. Los criminales no vienen aquí, están en los hoteles de lujo de nuestros países”. Traore añadió: “Las multinacionales han destruido el tejido social de África y eso ha obligado a mucha gente a emigrar”.
Muchas sociedades opulentas, también la nuestra, se resisten a asumir las raíces del fenómeno migratorio o bien lo dan por irresoluble. Eligen sin más la vía defensiva, con el argumento cierto de que no estamos en condiciones de acoger a los millones y millones de inmigrantes que desde África y otras zonas nos invadirían sin freno.
Muchos de los esfuerzos desplegados por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero buscan limitar esa invasión haciendo hueco únicamente a los legales, y su plan para África pretende crear allí un cierto tejido económico. Pero no hay muralla que evite el asalto del hambre. Los que se acercan sin papeles a Europa son fruto del gigantesco expolio africano y no habitan en lujosos hoteles, en los países de la desesperación, como ha explicado en España Aminata Traore.
Es probable que las gentes del Foro de Rivas Vaciamadrid prediquen en el desierto. Pero algún día las cosas cambiarán, porque así no se puede seguir. Es necesario que ciudadanos de cualquier condición arrimen el hombro.
Más tarde o más temprano, las utopías dejan de serlo. La historia está llena de ejemplos en tal sentido.