Lágrimas por confinamiento
Diario Vasco, , 16-12-2020Angela Merkel hizo llorar en directo a una niña refugiada palestina en julio de 2015 al responderle que no podía hacer nada por su compañero de clase también refugiado, que se veía obligado a abandonar Alemania porque a su padre se le había acabado el contrato laboral. «Eres una chica muy simpática, pero sabes que en Líbano hay miles y miles de refugiados palestinos. Y si les dijéramos a todos que pueden venir… y también a los africanos… No podemos hacerlo. Algunos van a tener que volver a su país», le explicó de forma clara y fría la canciller a una niña que se deshacía entre sollozos pensando que en pocos días dejaría de ver a su amigo Reem. «Quiero acariciarle», manifestó al rato la canciller, que sufrió un repentino ataque de empatía, que no sirvió, sin embargo, para modificar su postura inicial.
Más de un lustro después, Merkel ha comparecido compungida y al borde del llanto para comunicar a su país que no se pueden celebrar unas Navidades si el coste son 590 muertes diarias por coronavirus. La canciller anunció que desde hoy y hasta el 10 de enero Alemania cerrará toda actividad no esencial e incluso los colegios (vacaciones navideñas de por medio). La comparecencia de la canciller ha sido loada por empática y su decisión de prácticamente confinar el país durante un mes y obligar a sus ciudadanos a ‘olvidarse’ de las próximas fiestas ha sido aplaudida por amplios sectores a lo largo y ancho de Europa, incluso en Euskadi. «¡Qué bien lo hace Merkel! Si es que con los contagios que tenemos es una burrada que flexibilicen las restricciones».
A este respecto, me surgen algunas preguntas. ¿Es necesario que un mandatario recurra a las lágrimas para que la población se dé cuenta de que la situación sigue siendo grave? ¿Seríamos capaces de actuar como alemanes si nuestra canciller fuera Angela Merkel? ¿En qué estaban pensando Alemania y otros países europeos cuando se habló de que España era la avanzadilla de la segunda ola en el continente?
Estudios advirtieron#de que España era la avanzadilla europea de la segunda ola, ¿quién reaccionó a tiempo?
¿Qué pensaríamos de un sollozo de Sánchez o de Urkullu pidiéndonos que no salgamos de casa por los muertos?
Me centraré en la última pregunta. Es habitual mirar por la ventana para comprobar si hace frío o si llueve antes de salir a la calle. Si ves que alguien se está mojando, lo suyo es coger el paraguas. De cajón. En España, comenzó a llover en esta segunda ola allá por el mes de septiembre. En Euskadi incluso antes. Varios estudios advirtieron de que era la avanzadilla de lo que iba a pasar en otoño en Europa. Tres meses después, la segunda ola se ha convertido en más potente que la primera en muchos países del continente. ¡Oh, sorpresa! Nadie ha salido con paraguas cuando ha visto que la lluvia arreciaba y se convertía en intensa en España, donde se activó un nuevo estado de alarma a mediados de octubre (también tarde, todo hay que decirlo).
Muchos aplaudían con las orejas cuando los mandatarios europeos, a comienzos de noviembre, se planteaban como objetivo salvar la Navidad, endureciendo a golpes de realidad las restricciones. La tendencia a la baja del virus en España permite habilitar una ventana de días de reunión estas Navidades. Pero hay que entender las cosas bien. No estamos salvando la Navidad. No es una obligación reunirse ni ir a los bares. Es algo que se desaconseja, y es obligatorio estar en casa antes de las 22.00 horas.
Pero tampoco estamos contentos con esto y nos encanta acudir a un centro comercial en la mañana de un sábado para decir «es que esto está lleno de gente. Normal que nos confinen». Preferimos medidas ‘merkelianas’ o las implementadas por Mark Rutte, el denominado ‘ogro’ holandés que en julio pidió a España que arreglara sus cosas antes de pedir limosna a la UE. Ahora, con una incidencia que roza los 500 casos, cierra los Países Bajos hasta el 19 de enero. ¿Le avisaron de que en octubre llovía mucho en España?
Quizá a Pedro Sánchez, a Iñigo Urkullu o al ministro Illa les haya faltado sollozar o soltar alguna lágrima para explicarnos que debíamos quedarnos en casa como regla general y que debemos seguir haciéndolo. Pero serían criticados por utilizar a los fallecidos o el dolor ajeno para hacer reaccionar a la gente. Merkel, por su parte, nos ha tocado la fibra. Perderse la Navidad es más duro que expulsar del país al único amigo de una niña refugiada.
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