«Tan de la sociedad es la Real como la cárcel de Martutene»

MARTÍN IRIBERRI, CAPELLÁN DE LA CÁRCEL DE MARTUTENE Ha recibido hace poco la medalla de plata al mérito social penitenciario por su labor con los presos de la prisión donostiarra

Diario Vasco, JAVIER GUILLENEA, 16-11-2020

El capellán de la cárcel de Martutene, Martín Iriberri, ha recibido la medalla de plata al mérito social penitenciario, concedida por Instituciones Penitenciarias. Iriberri dirige también Loiola Etxea, un espacio de intervención alternativo en los procesos de reinserción social, especialmente penitenciaria. «El sistema de reinserción funciona muchísimo más de lo que la sociedad percibe», afirma.

– ¿Es fácil hablar de paz y amor en la cárcel, o no se hace?

– Sí se hace. En el tiempo que las personas pasan en la cárcel hay una apertura muy fuerte a la interioridad y a los sentimientos. Están muy a flor de piel en la cárcel.

– ¿Qué tipo de sentimientos?

– Hay mucho sentimiento de culpabilidad propia. Hay sentimientos encontrados en torno a la esperanza o a las segundas oportunidades, si las voy a tener o no, y también en torno al perdón. Hay un anhelo muy grande de restaurar, de sanar.

– ¿Sienten que han fracasado en la vida?

– Hay un sentimiento de fracaso muy grande. A la vez, hay mucho esfuerzo y mucho trabajo por salir adelante, por tener un plan, por retomar relaciones desde una posición más positiva.

– ¿Un preso es la historia de un fracaso personal?

– De un fracaso social. Una persona presa es la historia de pequeños fracasos personales, a veces no tan grandes, y también de pequeños fracasos sociales.

«El sistema de reinserción funciona muchísimo más de lo que la sociedad percibe»
OPORTUNIDADES

– ¿Recuerda la primera vez que entró en una cárcel?

– Debía de ser el año 1995. La cárcel era muy distinta…

– ¿Era Martutene?

– Sí. Era la misma estructura pero las situaciones de entonces eran muy diferentes y las personas también. Recuerdo que la cárcel estaba llena de gente que tenía poco interés en general por lo que ocurría fuera, por los que entrábamos, por los programas… Estaba mucho más cerrada en sí misma y las personas también.

– ¿Qué sintió?

– Tuve la impresión de entrar en un espacio social a la vez muy cercano y a la vez muy desconocido. En cuanto empecé a conocer a la gente y escuchar sus historias, tuve el sentimiento de que cualquiera de nosotros tenemos una base de vida muy parecida a la de ellos.

– ¿Los presos le han cambiado a usted?

– Mucho. Me han cambiado para mirar a la sociedad desde abajo, desde las fronteras sociales, para entender que el sistema social que a mí me ha protegido y me ha apoyado no ha sido capaz de hacerlo por igual con el resto de las personas. Y para entender que mientras haya una parte de mis conciudadanos que están allí dentro, hay todo un trabajo que hacer fuera, porque el gran trabajo es el de la reinserción.

– ¿La reinserción existe o es una leyenda?

– Existe cada vez más y la diferencia entre esa primera cárcel de Martutene que conocí en 1995 y la de hoy es que la reinserción es ahora un planteamiento desde el primer día, desde que una persona entra. La reinserción es el planteamiento de entrada en este momento. Ese ha sido el gran cambio.

– ¿Y funciona?

– El sistema de reinserción funciona muchísimo más de lo que la sociedad percibe. Yo suelo decir a los presos que, igual que en San Sebastián ponen una alfombra roja una vez al año por el festival de cine, muchos de ellos también deberían tener un reconocimiento social de alfombra roja.

– ¿Por qué?

– Por el esfuerzo que hacen dentro por mejorar su vida y en el momento de la salida. Hay historias de éxito social que no se cuentan y una percepción social mucho más negativa de lo que en realidad es la reinserción. En el ámbito de la experiencia penitenciaria hay mucho éxito.

«Dentro de la cárcel hay historias de éxito social que no se cuentan»
ESFUERZO

– ¿Qué se ve en los ojos de un preso primerizo?

– Se ve ansiedad, preocupación, miedo y, sobre todo, una incertidumbre muy grande porque las personas sienten un corte con su vida que al principio es muy difícil de gestionar y parece que va a ser imposible de superar. Cuando una persona entra en la cárcel por primera vez siente el encierro como la última palabra, cuando la verdad es que poco a poco va a ir tomando contacto con el exterior y con los programas de apoyo, pero eso es después.

– ¿Se ve también miedo en los que salen a la calle tras cumplir condena?

– La salida de una persona de la cárcel tiene un sentimiento inicial de alegría y superación, pero inmediatamente después, tan solo en un paso, esa mochila se vuelve a cargar con todos los retos que tiene que superar. A veces salen de la cárcel porque han cumplido una condena pero les quedan dos o tres todavía por cumplir, normalmente pequeñas en tiempo, y quedan multas, responsabilidad civil, recuperar las relaciones con el entorno, explicar en el ámbito del trabajo lo que me ha pasado y por qué necesito que vuelvas a confiar en mí. Quedan tantas cosas por hacer que esa salida de la cárcel supone quitarse una mochila pesada para cargarse con otra quizás más pesada.

– ¿Las cárceles están hechas para mantener a los presos lejos de nosotros?

– La cárcel tiene una representación social de castigo y separación, cuando en realidad el sistema penitenciario existe para rehabilitar y resocializar. Esa distancia que hay entre estas dos concepciones del sistema penitenciario es el camino que socialmente tenemos que recorrer. No es más segura una sociedad que tiene más gente en la cárcel, es más segura una sociedad que tiene más gente reinsertándose. Una reflexión que yo y mis compañeras de la pastoral penitenciaria nos hacemos cada día es cuántas segundas oportunidades he necesitado en la vida, y mi entorno familiar o la sociedad me las ha dado.

– ¿Cómo están viviendo los presos la crisis sanitaria del Covid-19?

– Durante el confinamiento perdieron las comunicaciones de vis a vis y los locutorios, sintieron aislamiento y angustia por toda la información que les llegaba desde fuera. Pero fueron capaces de darse apoyo, de sostenerse unos a otros, de tranquilizar a sus familias. Hemos aprendido muchísimo de ellos.

– Han sufrido un encierro extra.

– Eso es. Y han optado por el apoyo mutuo. Algunas de las actividades que tuvimos que dejar de hacer las entidades sociales porque no podíamos entrar en la cárcel las desarrollaron los propios internos, que se autorresponsabilizaron y autogestionaron. Se cuidaron entre ellos, fue un tiempo en el que hubo una muy baja conflictividad.

– ¿Deberíamos pasar todos varios días en la cárcel para saber lo que es?

– No lo sé. Lo que sí sería bueno es que la sociedad conozca más y mejor la cárcel, que haya oportunidad de conocerla más y mejor, porque la cárcel es una parte de la sociedad igual que lo es una facultad universitaria, un centro cultural o un equipo de fútbol. Tan de la sociedad es la Real o el Orfeón Donostiarra como la cárcel de Martutene.

– Es que todos pensamos que nunca acabaremos en la cárcel.

– Eso es. Nuestra percepción es que nunca iremos a la cárcel, pero si hacemos una reflexión de dos minutos nos daremos cuenta de que todos hemos necesitado segundas y terceras oportunidades en nuestra vida. Hay que naturalizar la cárcel, hay que normalizarla no para que haya más gente dentro sino para que la sociedad entienda que las personas encarceladas son parte de ella y están allí para volver, no para quedarse.

«No es fácil vivir en prisión ni un solo día»

– ¿Cuánto tiempo pasan encerrados los presos en sus celdas?

– Desde las ocho y media de la tarde hasta las ocho y media de la mañana, y después de comer están desde la una y media hasta las cinco menos cuarto. A diferencia de la percepción social de que el régimen de vida dentro es fácil, no lo es.

– ¿Qué piensa al oír que los presos están como en un hotel?

– Que el régimen de vida en la cárcel es muy duro. Para nada es fácil vivir ni un solo día allí.

– ¿Lo más duro de la cárcel?

– Hay situaciones muy estresantes, como un familiar enfermo fuera de la cárcel. Lo más duro es el tema de los hijos, no poderlos atender, verlos crecer ni apoyarlos. También la incertidumbre, del propio proceso penal, es decir, cuándo saldré. Esa dilación penal o penitenciaria, que no es buena para la víctima porque no se la consigue resarcir, tampoco es buena para la persona infractora porque pasa meses y meses esperando una respuesta de la administración. Eso es muy duro porque esa persona ya ha entrado en un itinerario de reinserción y va cumpliendo objetivos, pero la administración no responde en el mismo tiempo.

– Para los inmigrantes el encierro será doblemente duro.

– Lo es por la dificultad de no tener a su familia cerca y porque la ley de extranjería penaliza doblemente al infractor por ser extranjero. Las historias de esfuerzo y superación de muchos extranjeros que pasan por Martutene son muy duras de escuchar. Cuando están en la cárcel se ven otra vez en la casilla de salida. También quisiera decir que desde el primer día es muy importante hacer ver y sentir a todos los que llegan que están de paso en Martutene. Para la sociedad es muy importante tener claro que una persona pasa por la cárcel, que no se queda en ella.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)