Arguineguín: zona cero de una desgracia ignorada

Contexto. En el pueblo se sienten engañados por el Estado, al que ya no creen, y temen que las condiciones infrahumanas de los migrantes provoquen un estallido

Canarias 7, DAVID OJEDA, 11-11-2020

personas duermen hacinadas y en pésimas condiciones en el muelle de Arguineguín. En los últimos días se han producido pequeños trasladados a El Cabrón, en algunos casos después de que contrajeran coronavirus.

Apenas un par de barcos salen a navegar en una mañana de martes de noviembre en la que el sol brilla y encuentra en la calma del mar su espejo. Arguineguín se cose a sus rutinas a pesar de la excepcional zona cero de una desgracia ignorada en la que se ha convertido el pueblo, núcleo obrero que mira al mar y que en estos meses ve como su población se ha duplicado desde que el 20 de agosto se fueron hacinando en su muelle los migrantes que llegaban a esa parte de la inabarcable costa canaria.

Hay poca gente en sus calles. Es una mañana laboral y se concentra una pequeña actividad comercial en el entorno del puerto, justo antes de llegar a la Cofradía de Pescadores y a su última valla. De un azul que conoció mejores tiempos y que se ha convertido, franqueada por unidades de la Policía Nacional, en el muro de la vergüenza. En la línea imaginaria que no pueden atravesar los medios para levantar acta, e informar a una población preocupada, de las condiciones inhumanas que cerca de 2.200 personas padecen.

Lo que sucede en la zona en la que los migrantes se encuentran hacinados apenas se intuye, escondidos por las autoridades tras una valla azul y un muro formado por vehículos de la Policía Nacional

Solo dos personas logran eludir ese estricto control policial. Del que ayer salió una guagua con un traslado de apenas unos 30 migrantes. Fueron Eduvigis Ramírez López y Pedro García Rodríguez, matrimonio del Carrizal de Ingenio y devotos de la Virgen del Carmen. «¿A la ermita podemos pasar?», preguntan al llegar a la zona. Ellos donaron varias de las réplicas de las embarcaciones que adornan el altar de la patrona de los marineros, y cruzaron casi sin preguntar ese umbral para acercarse a ella, algo que no habían podido hacer desde el pasado mes de marzo.

Por lo demás, la presencia de los migrantes en esa dársena, bajo un sol sin clemencia, ya se vive con cierta asepsia en un pueblo que ya lleva el asunto como un volcán interior. Así lo afirma Onalia Bueno, alcaldesa de Mogán embutida en una nueva personalidad de lideresa revolucionaria ante los poderes, ciegos y mudos, del Estado. «El pueblo está preocupado. Las primeras casas están a 300 metros. Y sobre todo con lo que pasó el lunes. Se fugaron 15 personas, que es verdad que fueron rápidamente localizadas por la Guardia Civil y la Policía Nacional, pero preocupa. Ya esto se empieza a desbordar en todos los sentidos», dijo.

El encuentro con la política es casual. Ha instalado un pequeño set junto a la Cofradía para entrar, como hizo ayer en el programa de Susana Griso, y espera hacerlo hoy con Ana Rosa Quintana. Una estrategia que considera que no es la más adecuada pero que cree que es la que más impacto puede tener. «Solo hay turnos de custodia de 15 o 20 policías. Se ha dado algún pequeño conato y afortunadamente se resolvió de forma positiva pero nos preguntamos qué podría llegar a pasar con casi 2.300 personas allí hacinadas», añade.

Y es que es cierto que en el pueblo nadie se cree ya los mensajes que llegan desde el Gobierno de España. Ni terrenos militares ni visitas de ministros. «Para qué nos ha servido que vengan dos ministros a pasearse por aquí si luego no han hecho nada. Nos remitimos a los hechos y a la vista están los que son», confiesan indignados un par de vecinos que prefieren mantener su nombre en el anonimato.

Hay pequeñas historias de frustración e incomprensión a lo largo de todo el pueblo. Es martes por la mañana y se escucha por todos lados el sonido de los soldadores que encajan las piezas de los barcos. Hasta el plató televisivo improvisado montado por la alcaldesa acude un grupo de pescadores ávidos de nuevas noticias y se vuelven a sus casas frustrados por la falta de ellas.

Hay junto a las embarcaciones de Salvamento Marítimo dos catamaranes varados. Sus dueños, desesperados, lamentan que no pueden llegar a ellos desde que en agosto convirtieron esa esquina del muelle en el epicentro de la perversión de los derechos humanos.

Y no hay situación compleja sin su dosis de surrealismo. El drama como entretenimiento. Un grupo de alemanes, en cholas y descamisados, se aproximan a la valla azul junto a la Cofradía. Todos muestran una peculiar pigmentación centroeuropea y en su barriga una importante concentración de Franziskaner o Paulaner. Ríen alto y sacan sus móviles ante la guagua que aguarda al grupo de migrantes que van a trasladar. Para la mayoría la mascarilla es una molestia. Buscan grabar con móvil el supuesto traslado y se toman a risa, como si fueran el Consejo de Ministros, el drama brutal que se vive en esa zona. Los tiene que expulsar de allí la Policía.

Y dentro está lo importante. Lo que verdaderamente habría que contar pero que tratan de ocultar con tanto celo. Lo que sucede solo se intuye. Es interpretativo. De vez en cuando se escucha un grito que dispara una alerta. Otras veces una desconcertante salva de aplausos. De muy lejos se observa movimiento, como los llevan a carpas, les hacen fotos individuales. Como se reparten bocadillos. Pero a todo se le corre la cortina, con una opacidad que lo único que consigue es generar todavía más preocupación en un pueblo que se siente engañado.

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