Que vayan y pregunten
La Verdad, 18-06-2006Los delincuentes no son inmunes a la tiranía de la moda y por eso van adoptando nuevas técnicas para cometer sus fechorías. También para hacer la puñeta al prójimo hay que renovarse y estar al día. Ahora lo que más se lleva es el secuestro exprés y el asalto a chalets con la familia dentro, aunque perduren las formas tradicionales, como el desvalijamiento de viviendas durante la ausencia de sus moradores, el atraco, el tirón, o el hurto al descuido. Las últimas oleadas de delitos violentos están produciendo alarma social, es decir, inseguridad y miedo. De nada vale que nos salgan con estadísticas, para demostrarnos que no es para tanto, o nos digan que peores son los delitos que cometen los chorizos de guante blanco, que es como si un médico, en lugar de prescribirle un tratamiento, le dijera a un paciente con cólico nefrítico que se consuele pensando que otros padecen disfunción eréctil, por ejemplo. Más peregrino aún es afirmar que la causa de los asaltos es la funesta manía que le ha entrado a la gente de irse a vivir a esas casitas, con jardincillo y piscina, que tanto han proliferado en las urbanizaciones. Seguramente hay quien piensa que habitar en un chalet es cosa de ricachones, opresores del proletariado, y una provocación para los cacos, que, pobrecicos míos, no pueden resistir la tentación. Últimamente hay mucha tendencia a tachar a las víctimas de provocadoras.
Una de las cosas que más sorprenden, cuando se viaja por otros países, como Suiza, Alemania o Inglaterra, es que la inmensa mayoría de la población reside en viviendas unifamiliares, a varios kilómetros de los centros urbanos, sin rejas en las ventanas ni altas verjas en los jardines, mientras que aquí tenemos las casas cada vez más blindadas, como prisiones de alta seguridad, con el peligro que ello supone en caso de incendio o de rescate de una persona que sufra un accidente. En esos países también hay una elevada tasa de inmigración, y tampoco faltan habitantes autóctonos inclinados a la delincuencia. ¿Por qué no se vive allí la misma sensación de inseguridad? Las razones deben ser muy diversas. Quizá funcione mejor la represión penal, que, no lo olvidemos, tiene siempre un fuerte efecto intimidatorio. Seguramente las fuerzas de seguridad cuenten con mejores medios y, sobre todo, se sientan más respaldadas y motivadas por el poder público. Probablemente las normas de enjuiciamiento criminal sean más eficaces para garantizar, sí, los derechos de los delincuentes, pero también los de los ciudadanos honrados. Sería, pues, urgente que nuestros dirigentes, en lugar de minimizar el peligro, preguntasen a sus colegas europeos cómo se las apañan en este asunto. Eso sí que sería “volver a Europa”. De momento los habitantes de nuestras realidades nacionales siguen odiando el delito, compadeciendo a los delincuentes y… acordándose de la madre que los parió.
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