REPORTAJE

Viaje infernal al sueño americano (I)

El Periodico, 18-06-2006

“El tren descarriló en Tonalá (Chiapas) y tuvimos que dormir cuatro noches en un cementerio, sin comida ni agua. Un día aparecieron siete cabrones para asaltarnos con pistolas y machetes que goteaban sangre. Después de dejarnos en cueros dijeron que eran traficantes de órganos. Uno me puso la pistola en la cabeza y sólo recuerdo que me dije: ‘Yo, diosito, no puedo morir así’”. Walter cuenta su historia a un corrillo de emigrantes hondureños con mochilas a la espalda. Ha empezado a caer la tarde en Ciudad Hidalgo (Chiapas), el primer pueblo fronterizo mexicano tras dejar atrás Guatemala.
El calor es sofocante. Cientos de mojados desperdigados como manadas en una sabana polvorienta de escombros y maleza esperan a que pase un tren rumbo al norte. Junto a la estación abandonada, varias fábricas desvencijadas y mucha miseria, la misma de la que todos intentan escapar.

Sin comida ni abrigo
Por delante esperan 4.000 kilómetros de estación en estación. Un viaje sin pasaje ni comida ni abrigo en trenes de carga. Carne de cañón de las bandas armadas que asaltan los trenes, de los agentes de seguridad sin escrúpulos y de los sangrientos pandilleros de las maras, los grupos adolescentes que siembran el terror en Centroamérica. Una odisea a tumba abierta que los perdedores pagan con la muerte y los vencedores, con la oportunidad de una vida mejor en EEUU.
Walter, ataviado con gafas de sol y polo de marca, tiene aura de triunfador. Por eso, todos le escuchan. Vivió en EEUU 20 años y ahora lleva siete meses tratando de volver. Pero la migra (policía de inmigración) mexicana le agarró tres veces.
“Allí todos podemos ser iguales”, les dice al grupo de hondureños mientras roe unas tortillas de maíz que ha conseguido mendigando de puerta en puerta. “Trabajando duro puedes vivir como tu jefe, con un celular, un carro y hasta una casita”, añade.
Los ferrocarriles mexicanos se han convertido en el chárter con escalas de los desheredados que aspiran a cruzar sin papeles la frontera de EEUU. Cada día, entre 300 y 1.000 nuevos emigrantes, la mayoría centroamericanos, se suben a los cargueros en Ciudad Hidalgo y Tapachula, en el extremo meridional de México. No viajan dentro de los furgones como el ganado, sino fuera como las arañas. Agarrados a las escalerillas, de pie sobre los engranajes o recostados en los techos de las cisternas que transportan petróleo o sosa cáustica. El viaje con billete o intermediarios es demasiado caro. Sólo desde Guatemala hay que pagarle 5.000 dólares al coyote.

Hasta dos meses de viaje
Los trayectos pueden durar hasta 48 horas. A veces, en trenes que avanzan somnolientos, como en el sur, bajo temperaturas bíblicas propias del trópico. Otras, en trenes de alta velocidad, una vez superada la capital de México, que surcan desiertos abrasadores de día y gélidos de noche. Los más avezados completan el camino en 15 días; los novatos, siempre que no los atrape la policía, al menos en dos meses. Pero muchos mueren de hambre o de frío, despeñados al vencerles la fatiga o quedan tullidos al saltar en marcha de los trenes para evitar ser arrestados en un retén.

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