REPORTAJE
Viaje infernal al sueño americano (II)
El Periodico, 18-06-2006Viene de la página anterior
El guatemalteco Samuel Enox, de 22 años y padre de tres hijos, ha pasado mala noche. Le robaron los zapatos mientras dormía escondido en una cuneta del descampado, protegido de las ratas con un plástico.
Y tuvo pesadillas. Una vez más vio como su amigo se abría la cabeza sobre los raíles al saltar del tren en marcha para escapar de un retén policial. Eran las dos la madrugada y lo vio envuelto en un charco de sangre. Para escapar tuvo que caminar 12 horas, esquivar a la patrulla y llegar hasta la siguiente estación. Pero allí esperaban más policías. Pasó todo el día escondido dentro de una alcantarilla. Este es su séptimo intento de llegar hasta EEUU.
“La vez anterior casi me muero de frío en un Ferromex a 100 kiló –
metros por hora. No sentía las manos ni el latido del corazón”, dice, sin poder evitar que le tiemblen esas mismas manos como a un enfermo de Parkinson. Consiguió entrar en EEUU, pero le detuvieron. Tras estar 15 días preso, fue deportado en autobús nuevamente a Guatemala. "Volvimos en tres camiones cargados con unos 300 emigrantes – señoras embarazadas, gente que no podía caminar – ", relata.
El único respiro para quienes viajan en los “expresos del infierno”, como los llama el párroco Gabriel Trinidad, son las Casas del Migrante repartidas por el camino y financiadas con dinero de la Iglesia. Dan cobijo y comida a los mojados. Incluso, la posibilidad de ganarse unos pesos limpiando coches o trabajando unos días en el servicio doméstico, en el caso de las mujeres.
Chivatazos recompensados
Pero salir de la clandestinidad de las estaciones de mercancías tiene sus peligros. “Algunos hosteleros los denuncian a la policía a cambio de un porcentaje, mientras que los comerciantes, que notan por el acento que son extranjeros, les cobran el doble bajo amenaza de denunciarles”, explica Gabriel Trinidad en su pequeña oficina de Oaxaca, decorada con un mapa dibujado de las etnias indígenas del estado.
Este párroco de la Pastoral Indígena, dedicado a ayudar a los emigrantes, es muy crítico con las fuerzas de seguridad: “La policía de migración es la primera que abusa de ellos. Al detenerlos, lo primero que hace es robarles el dinero”.
Un tren acaba de llegar a la estación de Ciudad Hidalgo. Una patrulla de cuatro federales armados con rifles observa desde la distancia. Su misión es solamente informar. Son demasiados los emigrantes para enfrentarse a ellos. Los grupos de mojados vuelven a reagruparse. La protección de la manada es indispensable para hacer frente a los bandidos y las maras (pandilleros) en el trayecto. Pero, como dice un nicaragüense curtido en los trenes, los grupos tarde o temprano acaban disueltos como gotas de lluvia que al tocar el suelo se quiebran en mil partículas en direcciones diferentes.
Chaparrito, un panameño de 28 años tan bajito como indica su mote, ha empezado a dudar. No sabe si subirá al tren. Uno de los veteranos le ha dicho que entre los migrantes hay mareros armados con machetes y pistolas. En Guatemala le robaron a punta de pistola los 400 dólares que le había prestado su tía de California para el viaje. Y la presencia policial solo puede significar que espera un retén en el trayecto.
Las maras se han convertido en la peor pesadilla de los trenes. Son las hienas del trayecto. “Tienen amenazados a los maquinistas y les obligan a parar en ciertos puntos”, explica el jefe de estación de Tapachula, un chileno que prefiere omitir su nombre. Aparecen de los arbustos o camuflados entre los emigrantes y cometen carnicerías. “Casi todos los días llega alguien degollado a la estación. A los que tienen dinero les roban y a los que no, muchas veces los matan”, explica el chileno, impotente ante la crueldad.
Suena el alarido del tren. Pesadamente se ajustan las vías para la salida. Los cientos de emigrantes corren para tomar posiciones en los laterales o arriba de los furgones. Los nervios de la espera dejan paso a una euforia desmedida. Muchos alzan los brazos exultantes y se abrazan. “Ya voy América”, gritan algunos. Por delante aguardan montañas y selvas, altiplanos y desiertos, retenes y maras, hambre y sueño. Y con un poco de suerte, al final, un futuro con dignidad.
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