Guardias con visores nocturnos detectaron a los secuestradores, pero no intervinieron para no poner la vida del niño en peligro
Los delincuentes cubrieron los ojos del menor con una venda, pero ésta se le cayó y eso hizo posible que el chico aportara datos esenciales del lugar donde estuvo retenido
La Verdad, 16-06-2006Chapuceros metidos a delincuentes. O delincuentes chapuceros. De cualquiera de esas dos formas podrían ser definidos los autores del secuestro de un chico de doce años en Torre Pacheco, a juzgar por la enormidad de pasos en falso y errores en los que fueron incurriendo durante las trece horas que mantuvieron retenido al menor. Fuentes próximas a la investigación han confirmado a este periódico que la operación delictiva fue un cúmulo de disparates de principio a fin y que, por esa razón, los especialistas de la Guardia Civil albergaban pocas dudas sobre la celeridad con la que iban a lograr resolver el asunto.
Sin embargo, y precisamente porque los secuestradores parecían cualquier cosa menos delincuentes profesionales, extremaron las precauciones para evitar que el niño pudiera sufrir algún percance.
Los presuntos autores materiales del secuestro, dos hermanos marroquíes que responden a las iniciales J.R., de 25 años, y E.M.R., de 20 años, y un hombre de etnia gitana, Antonio C.C., seguían los pasos de un empresario de Torre Pacheco, Antonio Hernández Cuevas, a quien vieron sacar de un banco 20.000 euros en metálico. Nunca llegaron a ser conscientes, sin embargo, de que minutos después ingresó el dinero en otro banco, de camino hacia su empresa. Ése fue el primer error.
Un niño, en vez del dinero
De esta forma, cuando los tres secuestradores penetraron armados en el local de la barriada de San Antonio de Torre Pacheco donde tiene su negocio este empresario, encontraron a éste, pero no el sobre con dinero que buscaban. Quiso la fatalidad que en ese instante entraran en el taller la mujer y el hijo del industrial, Iván, de 12 años. Ante la perspectiva de tener que irse de vacío, los delincuentes decidieron improvisar – otro error – , cogieron en volandas al menor, le pusieron una capucha en la cabeza y lo sacaron a la carrera hacia una furgoneta blanca, propiedad de Antonio C.C., que habían aparcado en las inmediaciones. Antes arrebataron el teléfono móvil a la mujer, con el fin de ponerse en contacto más tarde con la familia y pedir un rescate.
Las chapuzas fueron en aumento a partir de ese instante. Para empezar, los secuestradores colocaron una venda en torno a los ojos del niño, pero lo hicieron tan mal que ésta se le cayó al cabo de unos minutos y eso permitió que el menor pudiese ir registrando datos que más tarde fueron fundamentales para localizar a los delincuentes.
Por otro lado, la alocada salida de la empresa con el pequeño en brazos había puesto sobre alerta a los vecinos que estaban en la calle en ese momento, uno de los cuales consiguió anotar la matrícula y las características de la furgoneta.
Todo apunta asimismo a que uno de los presuntos autores del secuestro, Antonio C.C., se rajó muy pronto y se desmarcó de sus dos colegas de correrías, por lo que comenzó a dar vueltas en la furgoneta sin rumbo fijo – siempre según las sospechas de los investigadores – hasta que la Guardia Civil, que ya disponía de las características del vehículo, le detuvo al poco tiempo.
Dentro de la furgoneta, los agentes encontraron, además de numerosas huellas dactilares, el cuchillo supuestamente empleado en el secuestro, así como un pasamontañas. El detenido aseguró que nada tenía que ver con el secuestro y que alguien le había robado el vehículo, pero que no lo había denunciado porque tenía que irse «al mercado a vender melones».
Gran despliegue
Las horas siguientes, transcurridas a las espera de que los delincuentes entraran en contacto con la familia, fueron aprovechadas por la Guardia Civil para montar un gran despliegue técnico y humano en la comarca, integrado por un centenar de hombres, entre ellos varios especialistas en secuestros llegados desde Madrid.
Las horas más tensas llegaron a primera hora de la madrugada, cuando llegó el momento de que el empresario abonase 50.000 euros como pago del rescate. Unos 85 guardias civiles se desplegaron por una amplia zona del campo de Cartagena, algunos de ellos dotados de equipos de visión nocturna, mientras otros se valían de sofisticada tecnología para intervenir las comunicaciones y localizar la posición de los delincuentes.
Las fuentes citadas confirmaron que en un momento dado, varios agentes tuvieron controlados a los secuestradores, prácticamente a tiro de piedra, pero evitaron intervenir para no poner en riesgo la vida del niño. Cuando el rescate fue entregado, los guardias siguieron aguardando el momento de actuar, que no llegó hasta que el chico recorrió una distancia aproximada de un kilómetro y pudo abrazar a su padre.
Esos minutos les bastaron a los secuestradores para escapar a través de los huertos de Avileses, pedanía en la que se efectuó el pago.
Pese a este contratiempo, los coordinadores de la operación policial se sentían satisfechos al saber que el pequeño estaba a salvo. Sólo quedaba ya detener a los delincuentes y la oportunidad le llegó muy pronto. Un valor trascendental tuvo la información aportada por el chiquillo, que ofreció datos fundamentales sobre la casa en la que estuvo retenido y sobre su posible ubicación. «Me pusieron una venda en los ojos, pero se me cayó», explicó el menor, satisfecho de poder ayudar a los investigadores.
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