Kamala Harris enfrenta a Estados Unidos con su racismo

La senadora de color acepta la candidatura a la vicepresidencia en el tercer día de la Convención del Partido Demócrata

Diario Sur, MERCEDES GALLEGO CORRESPONSAL, 21-08-2020

nueva york. Ayer Kamala Harris no era la fiscal general de California que puso a los bancos contra la pared tras la crisis de 2008, ni la senadora que triunfó en las redes sociales por la dureza con la que interrogó al juez del Supremo Brett Kavanaugh, acusado de intento de violación. Era la niña de pelo afro a la que crió su madre de India, divorciada de su padre jamaicano, cuando ella tenía sólo cinco años, que ha crecido y se ha labrado un destino en la historia su país sin olvidar su origen inmigrante. «Mi madre nos crió para ser mujeres negras, fuertes y orgullosas de nuestra herencia india», declaró ayer desafiante.

Los pesos pesados del Partido Demócrata habían hecho el trabajo sucio de ir a por el presidente Donald Trump con argumentos contundentes para que Harris pudiera disfrutar el momento de convertirse en la primera mujer negra nominada a vicepresidenta. Su papel ayer era el de presentarse a sí misma ante los votantes, contar su historia personal y ligarla con la de millones de estadounidenses que se identificarán con ella. Pero si hace doce años la elección de Barack Obama hizo que todos los estadounidenses se sintieran bien consigo mismos, Harris no ha sido tan complaciente. «Seamos claros: no hay vacuna para el racismo. Tenemos que hacer el trabajo», les confrontó.

El trabajo empieza con ella y con llevarla hasta la Casa Blanca, junto a Joe Biden, para despojar a Donald Trump del cargo con el que ha puesto al país al borde del abismo. «Tras las elecciones dije que le debíamos recibir con la mente abierta y darle la oportunidad de liderar, y de verdad que lo decía en serio», contó Hillary Clinton desde el salón de su casa en Chappaqua (Nueva York). No es que nadie tuviera grandes expectativas en el magnate que conocían de los tabloides y reality shows, pero Trump se las arregló para decepcionarlos a todos. Es el primer presidente que no recibe el apoyo de ningún otro presidente vivo para su reelección, ni de su partido ni de la oposición, pese a tratarse de un pequeño y exclusivo club en el que todos acaban apoyándose y trabajando juntos en obras de caridad. Jimmy Carter, Bill Clinton y Barack Obama han presentado su caso contra él, mientras que George W. Bush ni siquiera estará la semana que viene en la Convención republicana.

Obama tampoco esperaba que su sucesor adaptarse su visión o continuara con sus políticas, confesó ayer. «Pero lo que sí esperaba, por el bien de nuestro país, es que Donald Trump mostrase algo de interés en tomarse el trabajo en serio, que llegara a sentir el peso de esa oficina y descubrir alguna reverencia por la democracia que se le había puesto bajo su cuidado. Pero nunca ocurrió». Y no ocurrió porque «no da más de sí», zanjó con desdén.

Las consecuencias de esa mala elección que hicieron los estadounidenses hace cuatro años han sido severas, según el caso presentado estos días por los demócratas. Como abogado constitucional de Harvard, Obama eligió hablar desde Filadelfia, donde se redactó y firmó la Carta Magna «que no era perfecta», admitió, «porque permitía la inhumana esclavitud y fallaba en garantizar a las mujeres – incluso a los hombres que no tenían propiedades – el derecho a participar en el proceso político». ¿Por qué era ese dato importante en el contexto de sentar a Trump en el banquillo? Porque «deberíamos esperar también que un presidente sea custodio de esta democracia», explicó, «al margen de su ego, la ambición o las creencias políticas». Obviamente Trump no lo ha hecho.

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