0/08/2020 05:00 H
Fue una respuesta muy temprana: la enfermedad ni siquiera había adquirido categoría de pandemia cuando desde tribunas políticas y titulares sensacionalistas empezó a hablarse del «virus chino», de la «la epidemia amarilla». El SARS CoV-2 incursionó reventando pulmones, pero también rompiendo esquemas, especialmente los del individuo blanco occidental cómodamente asentado en su inquebrantable primer mundo. Territorios, razas y productos interiores brutos le dieron exactamente igual a una cepa que echó abajo todo un estado del bienestar, fatigando primero lo más sagrado, el sistema de salud, y después lo demás: las nóminas y los ahorros, el futuro a medio y largo plazo. La reacción es, por tanto, de libro: miedo, un aliado atravesado que funciona como defensa, pero que si no se mantiene a raya puede derivar en rechazo, incluso en violencia, tanto o más contagioso que un coronavirus. El reflejo es blindarse. Gente cambiándose de acera inmediatamente antes de cruzarse con turistas de rasgos asiáticos, redes sociales encadenando testimonios de agresiones a víctimas orientales, luego a cualquiera que directamente llegase «de fuera»: incendios en asentamientos de temporeros en Huelva, disturbios en colonias de inmigrantes en Albacete o, más cerca, insultos y hasta agresiones en Vilagarcía de Arousa a turistas madrileños. «Venís a traernos el virus». Los expertos en psicología social coinciden: cuando el ser humano se siente amenazado, busca un culpable y reacciona contra él.
Para seguir leyendo, suscríbete a La Voz de Galicia
Estar bien informado nunca fue tan necesario