3. HENDRIK Y ALBINAS UN POLACO Y UN LITUANO QUE PIERDEN DÍA A DÍA LAS ESPERANZAS Inmigrantes de la calle

Diario Vasco, 15-06-2006

Las expectativas que se crean a la hora de emigrar no siempre se cumplen. Ese mundo mejor recreado en la mente suele ser complicado de encontrar y, en muchas ocasiones, forma parte de la estrategia psicológica que ayuda a escapar de una realidad. Si la fortuna no sonríe, el mundo occidental tiene también para este tipo de inmigrantes una dura realidad, la de la exclusión social. La calle se convierte en el hogar y el alcohol, en muchos casos, en el refugio donde cobijarse del duro día a día. Se pierden las esperanzas de un futuro mejor.

Éste es el caso de Hendrik, un polaco que vivía cerca de la frontera con Ucrania, en un pueblo que no quiere mentar, al que los problemas económicos le empujaron fuera de su país.

Salió en 1992 hacia Italia, después dio con sus huesos en Francia y terminó en Madrid, en casa de su hermana. No dispone de cualificación profesional y los trabajos que han salido a su paso, siempre relacionados con el campo y la construcción, no supusieron ni una solución económica, ni la satisfacción de las metas que se había planteado al salir de Polonia.

La desgracia se cruzó en su camino en un viaje a Donostia. A consecuencia de un accidente de tráfico, perdió prácticamente la visión de su ojo izquierdo. Desde entonces el trabajo le ha sido esquivo.

La falta de recursos y la imposibilidad de poder ocuparse para poder hacer frente a una vida digna le han ido arrastrando poco a poco a un pozo que no parece tener fondo y al que no le ve tampoco la salida. Esa situación le ha llevado a la bebida: «Antes bebía también, pero menos. Pero, qué voy hacer, no puedo trabajar, no me ofrecen nada mientras tengo este problema», dice señalándose su ojo.

Sin esperanzas

Guarda sus esperanzas en poder ver con cierta normalidad. «El médico me tiene que ver, y creo que pronto encontraré un camino para recuperar el sentido de mi vida». Su ideal es formar una familia y dejar el alcohol. «Yo esto lo soluciono rápido si puedo encontrar un trabajo». Con su madre habla de vez en cuando, pero no quiere ni oír hablar de volver a su país, porque allí no le apreciarían si no tiene dinero. «No puedes ofrecer nada, no tengo nada, sin la visión de un ojo no se puede trabajar, allí no hay expectativas. ¿Qué voy a hacer!».

Junto a Hendrik se encuentra Albinas, un lituano de 46 años que habla muy poco castellano y que vino a San Sebastián en busca de un trabajo que perdió por sus problemas con la bebida. Esperando entrar en conversación se levanta, baja las escalinatas del Náutico y se da un chapuzón ante la mirada de su compañero.

Los dos confiesan que con unos seis o diez euros hacen el día. «Piensa que siempre nos ayudan en un sitio o en otro, aunque Cáritas no interesa», dice tajante Albinas. «Ofrecen poco de todo, y además aquí, en el comedor, siempre dan lo mismo».

A pesar de que en estas instituciones pueden encontrar algo de calor, comida y ropa, no están muy a gusto en sus instalaciones. «Hay demasiada gente, de muchos países, siempre hay algún conflicto, algún problema…». Lo cierto es que prefieren la calle, o huyen de los sitios en donde pueden sentir cierto control, o allí en donde, a costa del intento de ayudar, les pueden martillear la conciencia a consejos. Y prefieren el refugio en el alcohol.

«Cada día nos tomamos un café, o un desayuno y buscamos un supermercado donde comprar un poco de bebida», empieza a narrar Hendrik haciendo un recorrido por el plan diario, que finalmente no termina por descubrir, porque Albinas le interrumpe para decir que «aquí el vino es muy bueno. Puedes beber mucho sin problemas».

Está acostumbrado al vodka, lo que le hizo perder su trabajo de conductor de camiones. Desde entonces, su vida se convirtió en una continua huida. Los problemas con su primera mujer le hicieron acercarse al alcohol. Separado, con su segunda esposa no encontró la solución, sino que sus problemas se agravaron. «Tengo tres hijos, pero no quiero volver a Lituania, no quiero verlos, allí sólo soy bienvenido si trabajo, si tengo dinero».

En el Ejército ruso

Para Albinas la vida tampoco había sido agradecida. Con anterioridad a su etapa de camionero, el Ejército ruso lo llevó al frente en Afganistán. Un año integrado en un comando de ataques rápidos le descubrió el lado más negativo del ser humano. Pero. además, a la tremenda experiencia le siguieron «diez años en Siberia, para no hablar, para que nadie supiera lo que pasó, eso fue muy duro. Pero eso te lo contaré otro día».

Su pasado militar le dejó tres condecoraciones. Distinciones de las que habla para significar la importancia de las misiones en las que estuvo. Aunque no está orgulloso de ese pasado, del que en parte no quiere tampoco hablar, reconoce que el Ejército de la URSS le trató bien. «Mis problemas no vienen de ahí. Siempre fueron correctos. Mi vida comenzó a torcerse por el conflicto de mi matrimonio».

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