REPORTAJE

El alma del emigrante

El Periodico, 14-06-2006

Con lo que les manda su hijo Juan desde EEUU, Tino y Yoya han empezado a construirle una casa. Tienen la esperanza de que “algún día regrese para casarse” a Carabonita, una aldea pobre de la sierra del estado mexicano de Veracruz. Juan trabaja duro en Arizona y en solo cinco meses ha conseguido amortizar los casi 2.000 euros que tuvo que pagar a las dos mafias de polleros (traficantes de inmigrantes clandestinos) que lo llevaron al cruce agónico del desierto y a ser un sin papeles más en EEUU. La forma como envía el dinero también es informal, por lo que no contabiliza en los 130.000 millones de euros que, según la ONU, los emigrantes a países ricos remitieron en el último año a sus pueblos vacíos; de añadirse, esa cifra aumentaría a 200.000 millones de euros.
Yoya va a recoger los giros a una extraña, quizá fantasma, empresa de agroquímicos, a través de la cual los emigrantes de esta zona que se encuentran en Arizona mandan el dinero “con un costo menor al 10% que cobran los bancos y casas de envío oficiales”. Hay cola a la entrada y nadie compra fertilizantes. Una señora brilla con especial orgullo: varias alaban cómo ha rodeado con moderna tapia su jardín y ha reformado ostentosamente la casa. Sus hijos tienen “la suerte de depender de un patrón que hasta les enseña inglés, modales y conducción”.
Con un móvil que comparte con un grupo de colegas, Juan llama a menudo a sus padres. “No se preocupen, aquí hay mucha gente de Carabonita y comunidades cercanas: es como si viviera ahí”. Promete que irá “a visitarlos” en unos meses, aunque tenga que volver a hacer dos veces el infernal camino del desierto. No le importa encontrar nuevos obstáculos. “Me vale madres que vaya a haber más muros, más polis y, además, militares”, afirma con desprecio. Yoya ve por la tele que el presidente de EEUU, George Bush, militariza la frontera con 6.000 efectivos de la Guardia Nacional. “Ay, Dios mío, que ese hombre no le haga nada a mi hijo”, musita.
El Senado de EEUU ha aprobado, además, la construcción de un muro triple a lo largo de casi 600 kilómetros y el establecimiento de una barrera de más de 800 kilómetros contra los vehículos. “Bueno, nos dejan otros tantos para cruzar”, se burla Juan, recordando que la frontera tiene 3.000 kilómetros. El presidente mexicano, Vicente Fox, ha acertado a decir: “La construcción de barreras no es la respuesta para alcanzar fronteras seguras, y no es de amigos”. Bush replica: “Lo que debe hacer México es vigilar el lado que le corresponde”.
Los mexicanos observan con preocupación que el diálogo que hubo al principio entre ambos haya acabado en posturas radicales y “soluciones distantes”. Son muchos quienes critican a Fox, al que ven más preocupado por la regularización de los 12 millones de mexicanos nacidos aquí y que viven al norte del río Bravo que por la falta de crecimiento y generación de empleo en el país. El diplomático Jesús Reyes – Heroles dice: “El presidente se encuentra entrampado, en términos que difícilmente le permitirán salir airoso del asunto”.

Remesas millonarias
Juan no se unió a las manifestaciones de hispanos en EEUU; la consigna en Arizona fue que los novatos se quedaran en casa. Pero dice: “Mi corazón está con el movimiento latino; ahora somos nosotros los que hacemos grande este país”.
Los inmigrantes generan 160.000 millones de euros para la economía estadounidense. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, el envío de remesas a los países latinoamericanos y caribeños – – que cuentan ya con 25 millones de emigrantes – – ha aumentado un 17% el último año. A México entraron este año más de 16.000 millones de euros, 3.000 más que el anterior. Varios países de la región tienen ya en ésta su principal fuente de divisas, más que en el petróleo, el turismo y hasta la inversión extranjera.
A Juan se le escapa que sus envíos de 200 dólares (160 euros) son objeto de sesudos debates sobre si contribuyen al ciclo productivo de la economía o son “la vuelta de tuerca de la industria de la pobreza”. La verdad es que Juan no sabe ni cómo convencer a su madre de que “se compre algo de lo que necesita” en lugar de levantar una casa en la que él, con suerte, solo dormirá en vacaciones. Algún día, piensa Juan, llegará de visita con un cadena de oro al cuello, quizá una rubia al lado y, sobre todo, una “camioneta grandota” llena de cervezas, invitará a sus cuates de siempre y a todos los hombres del pueblo, y entonces hasta él acabará por convencerse de que ha cumplido su sueño en EEUU.

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