INMIGRACION / LA AVALANCHA LLEGA DE ASIA
AHORA LOS DEPORTADOS SON INDIOS...
El Mundo, 11-06-2006…. PAQUISTANIES y de Bangladesh. CRONICA visita Melilla, donde los inmigrantes asiáticos han sustituido a los subsaharianos.Como el sij Bhupinder, deportado en avión el pasado miércoles a Nueva Delhi junto a 81 compañeros. «Nos dijeron que íbamos a Málaga» Su voz suena cercana, inmediata, como si no se hubiese ido. Hace poco más de 24 horas, Bhupinder Singh, de 38 años, estaba en Melilla, viviendo en el CETI (el centro de internamiento de inmigrantes), a donde llegó hace siete meses tras recorrer medio Africa en un viaje aterrador. Ahora está de vuelta en su casa, a 10.000 kilómetros de distancia, un pueblecito llamado Kalsian, a pocos kilómetros de Amritsar, la ciudad santa que los sijs tienen en el Punjab indio en la misma frontera con Pakistán. Llegar a la ciudad española le costó 14.000 euros. Regresar a su casa le ha salido gratis. El problema es que nadie le preguntó si quería volver. CRONICA le ha localizado telefónicamente a través de sus compañeros que todavía están en Melilla. Al fondo se oyen los gritos de sus dos hijos pequeños, única compensación para la aventura más triste de su vida
El pasado miércoles, Bhupinder fue repatriado, junto con otros 80 compatriotas, por el Gobierno español en un avión especial (un Airbus 320 de la compañía Iberworld) que salió desde Málaga.Es la primera vez que se deportan directamente a ciudadanos indios a su país.
Un día antes, un barco negrero fue interceptado en el Estrecho con casi dos centenares de asiáticos que pretendían desembarcar en Cádiz. Éstos últimos tenían la lección bien aprendida. Aunque se supone que la mayoría procede de Pakistán, no abrieron la boca durante el interrogatorio policial, se habían deshecho de cualquier documentación y, a día de hoy, pasan las horas en un centro de internamiento para inmigrantes de Algeciras esperando a que se cumplan los 40 días de retención para poder quedar en libertad. Como no hay forma de acreditar su lugar de procedencia, no se les puede devolver a ningún sitio. En este caso, su silencio ha valido mucho más que mil palabras
De los 659 inmigrantes que hay actualmente en el CETI de Melilla, 326 son asiáticos (indios y de Bangladesh), un porcentaje desconocido hace menos de un año cuando las avalanchas de los subsaharianos sobre la valla que separa la ciudad de Marruecos dio otra vuelta de tuerca al fenómeno de la inmigración africana hacia Europa.Hasta entonces, eran los negros quienes poblaban las calles del centro melillense. Hoy, los africanos casi han desaparecido y su lugar ha sido ocupado por esta legión de jóvenes aceitunados que ahora temen seguir los pasos de sus compatriotas deportados.
A Bhupinder le despertaron el miércoles sobre las seis de la mañana. «Coger vuestras pertenencias que os vais», le dijo el funcionario. «¿Dónde nos llevan?» preguntó mientras sentía que el corazón se le aceleraba. «Tranquilos, os vais a Málaga. En la Península, ¿sabes?», le tranquilizó el español. Los 81 indios, todos procedentes del Punjab, se apresuraron a recoger sus escasos enseres y se metieron dócilmente en el autobús que les esperaba a la puerta. De allí fueron trasladados a la comisaría de Melilla, donde se les interrogó y documentó por última vez y estamparon su firma en un papel que no sabían que ponía. «La intérprete nos dijo que nos llevaban a Málaga, a otro centro», explica Bhupinder a CRONICA insistiendo una y otra vez que les engañaron sobre su destino final.
Sobre las cuatro de la tarde despegó el avión del aeródromo melillense.Se subieron a él entre bromas. Apenas 40 minutos después el aparato aterrizó en Málaga. ¡Por fin lo habían logrado!
Pero a pie de la escalerilla les esperaba un autobús rodeado de policías nacionales. Se montaron en silencio y diez minutos después el vehículo se detuvo frente a otro avión, éste mucho más grande, al que entraron de nuevo tras quitarles las esposas con las que salieron del CETI pero todavía con el adhesivo amarillo con su nombre pegado sobre el pecho. Entonces las preguntas se hicieron más insistentes. «¿Dónde vamos?». «Tranquilos, vais a otro centro de Canarias», dice Bhupinder que le contestó una policía. En el fondo, no la creyó.
El airbus despegó y muchos aprovecharon para echar una cabezada.El despertar, nueve horas después, fue duro. Alguien reconoció la pista de aterrizaje de Nueva Delhi. «Nos han devuelto. ¡Oh Dios, nos han devuelto!» Algunos lloraron, otros se tiraron de los pelos. La mayoría calló resignada. Cuando bajaron, un funcionario español sin uniforme y de cabellos blancos les dio 20 euros a cada uno para que pudieran llegar a su destino. El sueño, la pesadilla de un futuro mejor, se había acabado para siempre.
Budhipar cultivaba arroz en su pueblo. Entonces, como buen sij, tenía el pelo y la barbas largos y un enorme turbante cubriendo su cabeza. Tomó la decisión de emigrar al día siguiente de que unos radicales hindúes mataran a su tío durante una revuelta.La inmensa mayoría de los inmigrantes que han llegado a Melilla en estos meses son del Punjab y muchos, además de huir de la miseria, emprendieron el viaje tratando de encontrar una paz negada en su tierra.
A través de un amigo, Budhipar contactó con un tal Tetu, en Nueva Delhi, cabeza de una organización dedicada a exportar emigrantes indios a Europa. Le pidió 14.000 euros y que se cortase el pelo y la barba «para que se confundiese mejor con los blancos y llamar menos la atención». Nuestro protagonista recaudó el dinero entre sus familiares. Aquella noche, tras visitar al peluquero, se despidió de sus hijos, de su mujer y cogió el autobús que le llevaría a la capital.
Allí conoció a Tetu. El mafioso cogió sólo una parte del dinero y le dijo que le entregase el resto, unos 3.000 euros, a un hombre llamado Rajesh con el que se encontraría en Bamako, su primer destino. Una semana después Budhipar tomó un avión con destino a la capital de Malí con escala en Addis Abeba, Lagos y Abdijan.Tardó cuatro días en llegar. En Bamako le obligaron a descender y sólo en la terminal encontró a Rajesh que le quitó el pasaporte y le llevó a una casa del centro de la ciudad donde había más indios.
«Estuvimos allí casi tres meses sin poder salir de la casa. No había luz, ni agua corriente. Sólo nos daban un poco de arroz para comer una vez al día», recuerda al otro lado del teléfono.Por fin llegó el día de la partida. Ya en grupo, unos 24 individuos, tomaron un autobús hasta Gao, la puerta del desierto del Sáhara donde permanecieron varias semanas. Después vino lo peor. Divididos en grupos de ocho, fueron montados en todoterrenos donde les vendaron los ojos y les ataron a unos bidones rellenos de gasolina para evitar que se cayeran durante el viaje. «Estuvimos unos 15 días viajando. Fue insoportable estar con los ojos vendados y ese calor. Cuando llegamos a la frontera de Argelia con Marruecos, Maghnia, faltaban varios de los compañeros. Los guías aseguraron que se habían caído por el camino», recuerda Budhipar.
Ya en Marruecos, recorrieron andando un centenar de kilómetros hasta llegar a Nador. En los bosques que rodean Melilla, todavía tuvo que pasar otros 43 días. Poco a poco el grupo fue pasando la frontera en los falsos bajos improvisados en coches y camiones controlados por las mafias. A Budhipar le metieron hecho un ovillo, en el hueco de la rueda de repuesto de un vehículo de varias toneladas. Casi se asfixia.
Estos vehículos son la forma de entrar más habitual de los inmigrantes indios en Melilla. Ninguno de ellos ha tenido que saltar la valla, como sus compañeros de desgracias africanos. «Sus organizaciones funcionan mucho mejor, casi como una agencia de viajes. Tienen más dinero, contacto en casi todas las ciudades para que les recojan y den alojamiento, y llegan en mejor estado. Para que lo entendáis, éstos vienen en «viajes charter» y los otros en «línea regular», asegura un portavoz policial de Melilla.
Píes de fotos tituladas
DEL PUNJAB A MELILLA. Inmigrantes indios posan a la entrada del CETI melillense. Han sustituido a los subsaharianos en la ciudad.
DEPORTADO. Bhupinder, a la derecha, junto a un amigo en Melilla, pocos días antes de ser deportado a la India.
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