«Irnos con la calle llena de gente y verla vacía al volver fue muy duro»

La cooperante Patricia Díaz viajó a Puerto Rico para trabajar en un proyecto de la ONG Haurralde. Cuando regresó se encontró con un país irreconocible

Diario Vasco, Javier Guillenea JAVIER GUILLENEA Martes, , 12-05-2020

A principios de marzo estaba en Puerto Rico, trabajando con una asociación que se dedica a ayudar a mujeres y a miembros del colectivo LGTB. El coronavirus era entonces una especie de gripe que se había originado en China y posteriormente se había extendido a Italia, donde ya empezaba a hacer estragos, pero aún se veía desde aquí como algo lejano y mucho más al otro lado del Atlántico. «Parecía algo inimaginable», afirma Patricia Díaz.

Desde la distancia, fue siguiendo las noticias cada vez más pesimistas que llegaban de España. El Covid-19 avanzaba de manera imparable, cada vez había más contagios y la cifra de fallecimientos aumentaba día tras día. Ella no lo sabía aún, pero la enfermedad no solo estaba provocando una crisis sanitaria sino también un profundo cambio social. El país del que había salido no hacía mucho ya no era el mismo.

Patricia tiene 21 años, estudia Psicología en la Universidad del País Vasco y había viajado a América para hacer prácticas dentro de la ONG de voluntariado Haurralde. En Puerto Rico conoció el confinamiento, aunque no era tan estricto como en España. Había pocos casos registrados y la pandemia se percibía más como un peligro que como una catástrofe. Fue al regresar cuando se dio cuenta del alcance de lo que ocurría.

El proyecto en el que participaba se suspendió y tuvo que volver a España. Tomó el primer avión el 27 de marzo y llegó un día más tarde, después de un viaje repleto de escalas. A Patricia le sucedió como a esos astronautas de película que regresan a la Tierra y se la encuentran irreconocible. «Fue impactante», confiesa. «Cuando nos fuimos a Puerto Rico estaba todo normal. Irnos con la calle llena de gente y verla vacía al volver fue bastante duro psicológicamente. Estaba todo muy mal, había mucha presión y agobio».

Después de semanas de confinamiento ha vuelto a salir al exterior para realizar a pie de calle un trabajo sobre las consecuencias de la crisis sanitaria desde una perspectiva de género. Lleva varios días recorriendo Gipuzkoa para entrevistar a mujeres, sobre todo de familias inmigrantes con pocos recursos. «La mayoría de ellas cuidan a personas mayores o limpian casas y pocas cotizan a la Seguridad Social. Ahora que se han quedado sin trabajo no cobran el paro ni tienen ingresos. Todas tienen miedo al futuro y se preguntan si van a poder trabajar pronto, lo peor para ellas es la incertidumbre».

No son visitas agradables, porque una cosa es leer por ahí que hay gente que lo pasa muy mal y otra escucharlo de sus propios labios. «Psicológicamente es duro porque se tocan temas muy delicados. Los ojos se te humedecen y sales de allí conmovida, pero tienes que hacer como que no te afecta; como psicóloga tienes que mantener las distancias, les transmites ánimos pero no puedes hundirte», asegura Patricia.Los recorridos por Gipuzkoa le han permitido familiarizarse con el paisaje que encontró al regresar y que tampoco es el mismo, porque ha cambiado desde entonces.

«Cuando empieza la tarde no hay nadie en la calle, parece un pueblo a la hora de la siesta»

«Cuidan a mayores y limpian casas. Todas tienen miedo al futuro, se preguntan si podrán trabajar pronto»

Con los planes de desescalada, las fases y sus cambios, no se puede saber a ciencia cierta cómo estarán las calles dentro de unos pocos días. De momento, Patricia ya ha compuesto un retrato robot del mundo en el que se aventura todas las mañanas para hacer sus encuestas. «Hasta las diez la vida es normal, no hay tanta gente como antes, pero se ve que ha cogido algo más de confianza. Hay tiendas abiertas y personas paseando, corriendo o en bici».

«Se paraliza de repente»
Todo cambia en cuestión de minutos. «A partir de las diez parece que el mundo se paraliza de repente, es un poco raro», dice Patricia. Las calles quedan más vacías y unos personajes dejan paso a otros, como si hubiera caído un telón para mostrar al poco tiempo una nueva escena. Ahora toca el turno a «los mayores y los niños» que, sobre todo los primeros, se adueñan de las aceras hasta la hora de comer. Después, todo vuelve a cambiar. «Cuando empieza la tarde, hacia las cuatro, hay varias horas en las que no hay nadie por la calle; parece un pueblo a la hora de la siesta», afirma Patricia. Y así hasta las ocho, cuando los portales se desbordan. «La Concha y la Zurriola están llenas, es horrible».

Tarde o temprano las calles volverán a recuperar su vida, aunque nadie sabe cómo. Una de las ensoñaciones en las que todos hemos caído durante estas semanas de encierro es imaginar lo primero que haremos cuando todo acabe, si es que en algún lugar está escrito cómo sabremos que ha llegado ese momento.

Patricia lo ha pensado muchas veces y ya tiene una respuesta. «Lo primero será ir a una terraza con amigos para tomar café con leche con hielo», dice. No sabe explicar muy bien por qué tiene que ser justamente eso y no una caña de cerveza, como el resto de sus amistades, pero no importa. Lo que tiene claro es que quiere volver a paladear el sabor de una época que ya no existe, de algo «muy básico que en el día a día no valorábamos».

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