Cada vez se roba más

La Voz de Galicia, 07-06-2006

Y NO LO DIGO por los actores de Marbella, la bien robada, ni por lo que pudiera anotarse de otras comunidades igualmente amenazadas por funcionarios turbulentos y por políticos ladrones, que siempre los hay y en todas partes cuecen fabas.

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Lo digo y lo repito por tantos y cuantos rumanos, croatas, venezolanos, ecuatorianos, españoles y demás gente de mal vivir como nos están haciendo a los demás imposible la vida.

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Cada día se roba más en España, y mientras cubrimos el servicio de seguridad en Afganistán, enviando aguerridos soldados de los tercios extranjeros de España, las bandas, los asociados del mal, los profesionales del robo, en vista de la oposición y dificultades que se oponen al libre ejercicio de su función, inventan procedimientos novísimos para ejecutar sus fechorías.

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Hubo en la historia española más novelesca un tiempo en que los bandidos de la sierra tenían el tratamiento de señores caballistas y robaban a los ricos para distribuir una parte muy importante del botín entre los pobres de sus respectivas jurisdicciones. Eran los famosos bandidos de sierra Morena o los ladrones de guante blanco de las urbes muy ocupadas, como aquel Luis Candelas, tan madrileño y castizo, al que las mujeres adoraban y los caballeros solían envidiar.

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Y como las cosas y los efectos de las cosas adelantan que es una barbaridad, en el día de hoy y en el de mañana, los actuales profesionales del escalo a mano armada hacen uso de medios insospechados por los servicios técnicos de la Guardia Civil y mucho menos por los simples guardias de la policía urbana: ahora el buen ladrón que se precie en algo, sea ecuatoriano u originario de las Alpujarras, en lugar de andarse apuntando con una escopetilla de cañones recortados a la víctima del atropello, utiliza enormes útiles de labranza o de albañilería para forzar puertas y ventanas y para arrancar de sus encajes las cajas fuertes. Y sierran árboles y los tienden a la entrada del poblado objeto de su trabajo y no dudan en cargarse a la familia ocupante del chalé o casa de labor hasta despojarla de todo aquello que pueda valer de un euro en adelante.

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Y así van viviendo los unos, los otros, los de más acá y los de más allá, y los ciudadanos honrados vamos cediendo, apagados, maltratados y despojados, hasta la declaración de ruina súbita.

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Y es lo que dicen algunos de los menos coléricos de la ciudadanía: bien está que se trasladen soldaditos a un lado y a otro para garantizar la seguridad de los tales y los cuales. Pero ¿quién garantiza la vida y hacienda de los españoles del interior?

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