TRIBUNA: POLÍTICA DE EXTRANJERÍA JESÚS LÓPEZ-MEDEL

Cambio agua por inmigrantes

El País, 06-06-2006

JESÚS LÓPEZ-MEDEL

El trueque o cambio es la manifestación más genuina y primitiva de la economía. Recientemente, el presidente de Senegal ha manifestado que su país “acepta la devolución de inmigrantes a cambio de dinero para hacer pantanos” (22 de mayo de 2006). Era una oferta, más bien un grito, para la supervivencia.

En los últimos años asistimos a las llegadas masivas de personas provenientes del África subsahariana. Esto hacía previsibles las recientes avalanchas que, sin embargo, parece que han sorprendido a nuestros gobernantes. ¿Pero alguien pensaba que los millones y millones de personas que sobreviven y malviven en unas condiciones infrahumanas no iban a provocar mareas de huidas de la muerte segura en sus países?

Cada vez más seres humanos están dispuestos a arriesgar sus vidas para llegar a un lugar que les ofrezca algo más que una segura miseria. Como nosotros, en el primer mundo, nos hemos erigido en dueños y seres superiores del planeta, hemos decidido que no nos molesten excesivamente. Levantar muros no sólo refleja un gran egoísmo sino también la cortedad de miras pues esos muros caerán. Hemos reducido el problema a un tema de seguridad, olvidando otros enfoques, entre ellos, el económico.

Tenemos inmigrantes porque nuestras economías necesitan mano de obra que haga lo que los nacionales (además en una demografía estancada) no quieren hacer. Y tenemos inmigrantes en cifras crecientes porque el mundo occidental ha sido incapaz de comprometerse ni por caridad, ni solidaridad, ni justicia para erradicar o paliar las condiciones de inmensa pobreza y vulnerabilidad en que viven esas personas.

Cierto es que es algo que desborda nuestras posibilidades por nosotros solos, pero todavía no nos hemos convencido desde Europa (el esfuerzo de EE UU es casi inexistente) de que tenemos cifras tan altas de inmigrantes porque, entre otras razones, los países más avanzados apenas nos hemos comprometido en intentar cambiar las condiciones tan penosas de vida de estas personas. Y que esto va a seguir incrementándose y derribando incluso muros si no hacemos un esfuerzo en los países de origen.

La vinculación evidente de desarrollo e inmigración no acabamos de asumirla. La Ley de Cooperación para el Desarrollo aprobada hace nueve años no contiene ninguna alusión a la inmigración. Escasas eran las referencias en el Plan Greco de 2001, o muy recientemente el Plan Director 2005- 2009 (muy positivo en otras áreas) apenas avanza y es notoriamente insuficiente en conectar ambas realidades, subdesarrollo y emigración, sin articular soluciones.

Desde hace dos años está en trámite en el Congreso (y, por tanto, casi paralizada) una modesta pero valiosa iniciativa parlamentaria de CiU que pretende conectar las dos realidades mencionadas, introduciendo entre los criterios para fijar la prioridad de los Estados receptores el mandato de que la ayuda al desarrollo tenga también como destino preferente a los lugares de procedencia de los inmigrantes que nos llegan. Y ello, no tanto como elemento de contención sino, sobre todo, de aprovechamiento de lo que estas personas aportan. Sobre esta proposición de ley expresaron sus opiniones numerosos expertos hace más de un año pero quedó aparcada. Debería retomarse ya y muy en serio.

Porque ellos aportan progreso no sólo para nosotros (el dato de más de un millón de afiliados a la Seguridad Social habla por sí mismo), sino también sus potencialidades podrían repercutir en sus lugares de origen. Son inmensas las posibilidades de las remesas que envían a sus países. España es el octavo país emisor y hasta los bancos han descubierto lo que tiene de interés. Estos ahorros pueden ser mejor canalizados para que, además de servir para la cobertura de necesidades básicas de los familiares receptores, se apliquen a actividades productivas que contribuyan al desarrollo y creación de empleo de estas zonas. Están también por potenciarse aún más los programas de microcréditos conectados con programas de desarrollo social, autoempleo y creación de pequeñas empresas o la facilitación de programas que faciliten el retorno y reinserción de emigrantes que puedan ser tras su experiencia de formación aquí, agentes de desarrollo en sus lugares de origen, dado el problema de descapitalización humana en ellos especialmente cuando sólo se acepta a los mejores de ellos. Hay mucho por hacer.

La situación actual requiere una respuesta y en ella han de implicarse las instituciones europeas. En este contexto está el tardío Plan África, voluntarioso pero muy insuficiente con muy precaria diplomacia española en el continente negro (al igual que en otras zonas), preguntándose acertadamente A. Ortega para cuándo en España un Ministerio de Inmigración, como en Inglaterra, mientras otros departamentos sobran. Sin embargo, no bastarán las medidas del improvisado plan pues la clave es luchar verdaderamente contra las causas que hacen que esas gentes tengan que huir de su miseria degradante.

Así, pues, no sólo no es justo sino que tampoco es solución poner alambradas, fosas, aviones o muros para impedir que nos molesten, ni devolver a todos los que llegan agotando todos sus ahorros y poniendo en juego su vida. Lo evidencia la reciente y confusa repatriación de 99 senegaleses.

Mientras que el hambre, la sed, la polio, el sida, la malaria, las guerras sigan matando a millones de personas cada año, seguirán las avalanchas de estas personas. Si frente al hecho de que cada día mueren 18.000 niños sólo de hambre, seguimos pensando sólo en medidas militares o policiales para poner barreras, es que nuestros corazones están podridos de egoísmo y nuestras mentes llenas de ideas desenfocadas.

Ciertamente hay que reconocer un incremento de la ayuda humanitaria española este año para el África Subsahariana, pero siguen siendo cifras muy escasas. Todavía la comunidad internacional tiene mucho que hacer para tomar conciencia de que es necesaria una respuesta mucho más decidida y urgente. No sólo se trata de controlar los flujos migratorios, sino también de atacar decididamente las causas que los provocan.

Además de la insuficiente cooperación al desarrollo, sigue paralizada la liberalización del comercio, y el proteccionismo inaceptable de Occidente sigue dando un trato muy pésimo a los productos de la agricultura de estos países, dificultando el desarrollo de estas economías. Aunque fuera por el egoísmo de evitar que nos lleguen esas avalanchas, deberíamos trabajar conectando mejor desarrollo e inmigración, actuando decididamente en sus lugares de procedencia y consiguiendo una mejora de las condiciones de vida de estas personas. Como expresaba el presidente de Senegal, al demandar ayuda para el agua, aunque fuese con material de ocasión militar de desecho, “con esos pantanos el país estaría lleno de lagos. Eso pararía la desertización y frenaría la inmigración”, añadiendo que “hay que crear suficientes empleos para que estas personas no tengan la tentación de partir y para eso está la agricultura”. Es ésta no sólo una lección de humanidad, sino también de sensatez o sentido común.

Jesús López-Medel es diputado por Madrid (PP). Vocal de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso.

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