Manteles del mundo

La Vanguardia, 05-06-2006

Gràcia se come el mundo, y el mundo cocina en Gràcia. Hay una relación de apetito mutuo entre los habitantes del lugar y los que, llegados de otros lugares, se han instalado allí para vender una gastronomía que amplía horizontes geográficos, mentales y culturales.
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Las decenas de restaurantes étnicos del distrito representan a 23 países de cuatro continentes: Europa, Africa, América y Asia. Las cocinas de Uruguay, República Dominicana y el África subsahariana están presentes en restaurantes muy cercanos a los límites del distrito. Son lugares de gastronomías originales y calidades variables donde lo que prima, en todo caso, es el exotismo y el buen rollo.
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Kebab, nan, musaka, sushi, mole, mojito, feta, sashimi, chop suei, tira, ceviche, coquilles de Saint Jacques, enchilada y calzone son algunos platos, productos y preparaciones que pueden encontrarse en estos establecimientos. Las recetas suelen ser sencillas, sin pretensiones y adaptadas al gusto local. Poco picante, pues, en los mexicanos, indios, pakistaníes y cubanos, y menús fusión en casi todos, sobre todo al mediodía, cuando la clientela es más trabajadora y tiene menos ganas de aventuras de largo recorrido.
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“Mis clientes son todos españoles”, asegura Jawaid Iqbal, propietario del Lahore, un pakistaní con penetraciones indias, en Torrent de l´Olla. “Y trabajar la gente del barrio es lo más difícil, pero también lo más gratificante. Gente fiel que vuelve si la tratas bien. Gente joven, sobre todo, porque los mayores ya están muy asentados en su cocina tradicional y la española es tan rica que reconozco lo mucho que cuesta salir de ella”.
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Mientras en el Raval y el Born la oferta gastronómica está muy orientada a los turistas – pincho de tortilla y vaso de Rioja – , en Gràcia la vida es mucho más alimenticia. Si la identidad del Born y el Raval se erosiona bajo el peso excesivo del turismo a piñón fijo, la de Gràcia se expande. La gran conciencia comunitaria que tiene la gente del distrito contribuye a este fortalecimiento. Están tan seguros de lo que son y lo expresan con tanta rotundidad en fiestas de todo tipo, desde representaciones teatrales en los Lluïsos a arrozadas comunitarias en la plaza del Diamant para reivindicar la república y la independencia, que no hay invasión foránea que les asuste.
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Hay una ideología muy definida sobre la trama urbana de Gràcia. Una república progresista, altermundista, algo okupa, bohemia, trabajadora y muy internacional. Un espíritu independentista flota en el ambiente de las calles estrechas y las edificaciones modestas. Un espíritu intrigante puesto que Gràcia sólo fue independiente de Barcelona durante 47 años. El pueblo que nació en torno al convento de los Josepets, consagrado a partir de 1626 a la devoción de la Mare de Déu de Gràcia, no tuvo su primera parroquia hasta 1835, cuando estaba claro que Barcelona acabaría desbordándose al norte de la Diagonal.
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La identidad colectiva, por tanto, no está tan vinculada con un territorio ancestral sino con una comunidad de intereses sociales, entre los cuales encuentra perfecto acomodo todo lo que lleve el sello étnico.
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Gràcia tiene poco que ver con la nueva Barcelona del logotipo, el lujo y la estética publicitaria y mucho con la vieja Barcelona de la autoges –
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