Los menores migrantes empiezan a coger arraigo en Gipuzkoa orientados al empleo

El año pasado la Diputación atendió a 408 'menas', de los cuales el 14% sigue en el territorio. Las cifras se alejan del récord de 2018, cuando se acogió a 699 menores inmigrantes. El mayor esfuerzo es formarles para un empleo y abrirles paso a su emancipación

Diario Vasco, ARANTXA ALDAZ, 03-02-2020

La llegada a Gipuzkoa de menores extranjeros no acompañados, los llamados ‘menas’, cambia de tendencia y cae un 42% en el último año, lo que significa no solo retornar a la situación de antes del récord migratorio de 2018, sino situar la realidad en cifras incluso por debajo de 2017. En total, en 2019 la red de acogida de la Diputación acogió a 408 chavales, en su mayoría varones y de origen magrebí, un volumen muy alejado de los 699 atendidos un año antes, cuando se batieron máximos históricos, no solo en el territorio, sino en el conjunto de comunidades que conforman las principales rutas de paso hacia Europa de estos inmigrantes.

Los datos del Departamento de Políticas Sociales no solo apuntan a un descenso más que notable en el volumen de llegadas, sino también a una novedad en otro aspecto importante: si hasta ahora se quedaba en torno al 10% de los menores que llegaban, el año pasado casi el 15%, medio centenar, eligió instalarse en el territorio, casi todos siguiendo el camino de algún familiar más o menos cercano, hermanos o primos, dentro de una comunidad cada vez más asentada en Gipuzkoa.

La fotografía cambiante de la migración, que depende en buena parte de la realidad social y política de los principales países de donde sale la inmigración irregular, obliga a la red de recursos forales a estar preparada en constante tensión para hacer frente a cualquier evolución, al alza o a la baja. El descenso en el volumen de llegadas en el último año, en este caso, ha contribuido a relajar la presión asistencial que saturó los recursos de acogida urgente de menores en Gipuzkoa durante 2018. El centro UBA en Donostia, donde se trabaja en la primera acogida de los menores extranjeros que llegan solos, sin la referencia de un adulto, se quedó pequeño, y hubo que hacer hueco en el albergue de Segura, un recurso provisional que ya se ha cerrado, tras la apertura de dos nuevos centros en Hondarribia y Donostia, explica Patxi Agiriano, responsable del Servicio de Protección a la Infancia y la Adolescencia.

«A Gipuzkoa llega un perfil de menores extranjeros muy motivado, orientados a buscar empleo»

Superado el ‘tapón’ de llegadas, y con el funcionamiento del centro en cifras incluso extrañamente bajas en diciembre el número de llegadas ha sido mínimo, los servicios sociales de la Diputación se están volcando en el después, en qué recursos ofrecer a los chavales que deciden quedarse y abrirse paso hacia su emancipación, el principal problema de los menores bajo tutela foral cuando cumplen la mayoría de edad. Igual que se escapan de la gestión foral las razones por las que suben o bajan las llegadas de menores extranjeros, tampoco tienen respuestas absolutas en el departamento a por qué más chavales deciden quedarse. «La mayoría de ellos vienen con la idea ya clara, aunque también hay otros que al conocer cómo trabajamos aquí deciden quedarse. La gran mayoría continúa de paso hacia otros países de Europa», expone Agiriano.

«Alta exigencia»
El boca a oreja funciona, y aunque se evita hablar de ‘efecto llamada’, desde los servicios sociales forales sí constatan que el perfil de menores extranjeros que llega hasta Gipuzkoa para quedarse «lo hace sabiendo lo que se va a encontrar, un recurso el centro UBA de alta exigencia y alta intensidad, donde los chavales tienen un acompañamiento las 24 horas del día jamás salen solos, por ejemplo, con obligaciones y derechos, actividades educativas y formativas hacia el empleo», describe Agiriano. Dice que es precisamente «esa metodología de trabajo la que modela el tipo de chaval que entra» a la red de recursos de Gipuzkoa, «un perfil claramente normalizado, muy motivado, orientado hacia el empleo», y que avanza en su integración social, desmontando prejuicios.

La acogida de menores extranjeros ha dejado de ser noticia por ser fuente de problemas, como ocurrió hace años con chavales bajo tutela foral con graves problemas de adicciones y comportamientos, a lograr un «funcionamiento normalizado. De hecho, diría que es más probable que surja un problema con un menor autóctono bajo tutela foral que con uno de origen extranjero». Otra cosa, precisa Agiriano para encuadrar toda la fotografía al completo, es que una minoría de la delincuencia juvenil la protagonicen chavales extranjeros e insiste en que son una minoría de los casos registrados.

El dato
779
menores en Gipuzkoa están tutelados (o con otras medidas legales de protección) por la Diputación. De ellos, 111 son menores extranjeros no acompañados y 668 son menores nacidos en Gipuzkoa, un colectivo con cada vez más casos de desprotección.
De cómo sean atendidos en esa primera acogida de urgencia y de las fortalezas de los recursos que ofrezca la Administración dependerá en parte el camino correcto hacia su integración. Agiriano, como por otro lado se puede esperar del responsable del programa, remarca el trabajo que se está haciendo desde UBA, y a posteriori desde el resto de la red de recursos. «A cambio de esa alta exigencia horarios, compromiso de formación, participación en las tareas diarias…, les damos mucho cariño. El centro, por ejemplo, está lleno de besos y abrazos. Puede parecer anecdótico, pero es un elemento educativo. Dar calor, calidez», sensaciones que pueden ser extrañas para chavales que provienen de familias desestructuradas o de entornos con las carencias más básicas. Si alguien puede esperar una imagen de un centro saturado, lleno de chavales, puede llevarse la sorpresa porque un día cualquiera reina el silencio, cuenta. «Todos los chavales o están estudiando o están en talleres de formación», añade.

Formación y trabajo
El trabajo con los adolescentes que quieren quedarse se intenta programar pensando en un largo plazo, en que puedan valerse por sí mismos cuando pierden la protección foral al cumplir los 18 años, «igual que se hace con los menores autóctonos. Nos regimos por el principio de universalidad», precisa Agiriano. El reto de la emancipación significa palabras mayores y problemas mayores que la mera asistencia. La educación, en este sentido, es primordial. Los menores de 16 años, en edad de escolarización obligatoria, van a clase al Instituto de Bidebieta, donde hace un año se abrió una clase específica para ‘menas’, dadas sus necesidades particulares, con una mayoría que no domina el castellano, para empezar.

La otra clave es el empleo. Porque, siendo realistas, para los mayores de 16 años y para aquellos cuya formación no vaya a poder equipararse a la de un alumno sin ese bagaje vital, «la clave hacia esa normalización es la empleabilidad». Los servicios sociales de la Diputación han asumido ese desafío con un esfuerzo en abrir nuevos programas y en mejorar la coordinación entre los servicios de Infancia cuando los menores sí están bajo tutela foral y los de Inserción que se encargan de la emancipación de los chavales ya en su mayoría de edad, sean o no extranjeros, porque no se hace distinción. «La formación está claramente orientada hacia el empleo, y no solo en sectores tradicionales con mano de obra extranjera como la hostelería o peluquería», sino cada vez más en sectores productivos. «Existe una demanda de mano de obra de baja cualificación», afirma Agiriano. Otra cosa es que estos chavales tienen que lidiar con una dificultad mayor, que es la regularización de su situación administrativa, tener los papeles en regla.

Encontrar vivienda, en un mercado de precios al alza, incluido el alquiler, es otro de los muros. Los servicios sociales de la Diputación tienen desplegados pisos de emancipación. En 2018, se abrieron dos nuevos con la particularidad de que están pensados para chavales desde los 16 antes eran a partir de 18 a los 23 años. La previsión es abrir más. La transición hacia esa vida adulta se apoya también en una línea de ayudas económicas y en un acompañamiento educativo para aquellos que viven en habitaciones de pisos compartidos o en su propia vivienda. Existe además el programa Arrakasta, que busca que los menores acogidos por la Diputación extranjeros o no puedan acceder a la universidad.

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