Sin derecho a techo: la realidad de las chicas migrantes sin acompañamiento familiar

La incertidumbre llega con la mayoría de edad, cuando las jóvenes salen de los centros con una mano delante y otra detrás, como mucho con algún título de lo que han estudiado y la residencia de un año en el mejor de los casos.

Público, LUCÍA MUÑOZ LUCENA @luciamunozluc, 18-12-2019

“No me gustan las personas que hacen daño a otras personas y me enfadan mucho las injusticias”, dice una chica de 18 años que en contra de lo que le decía su corazón, se agarró a la razón para dejar atrás a una madre, un pueblo y una identidad. “Despídete al menos”, le dijo su madre, pero como a Turia no le gustan las despedidas, salió sin decir adiós cuando todavía era menor de edad y cruzó la frontera de Beni Ensar, desde Nador en Marruecos a Melilla en España. Una vez en la ciudad autónoma, en el continente africano, la policía la llevó al centro de menores Gota de Leche. Allí, pasó el tiempo necesario hasta que cumplió los 18 años.

Lo que para unos es motivo de alegría al alcanzar la mayoría de edad, para otros, como Turia, es una desesperación ante la incertidumbre. “¿Dónde vamos a ir ahora? ¿Qué vamos hacer?”. Cuando las niñas y los niños no acompañados salen de estos centros de protección de menores lo hacen con una mano delante y otra detrás, como mucho con algún título de lo que han estudiado durante este tiempo y la residencia de un año en el mejor de los casos. “Yo hasta besé el suelo cuando salí. No podía creer que tenía los papeles. Eso sí, no sabía qué hacer y decidir venir a la península con mi mejor amiga que se tuvo que quedar en Melilla porque tenía los papeles caducados. Nuestro sueño era venir juntas, porque juntas todo es más fácil”, apunta Turia.

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En el caso de las chicas el proyecto migratorio es muy diferente al de los chicos. La mayoría de estas niñas ya han vivido en su país de origen situaciones de violencia como el maltrato, abusos y violaciones, una exclusión social por la pérdida de familia, la pobreza y vivir en la calle sin un techo digno. El objetivo de Málaga Acoge es trabajar con todos y con perspectiva de género el apoyo integral y psicológico por las situaciones que han vivido desde su infancia y para ello, lo hacen primero desde una orientación personal para que puedan desarrollar su autonomía y poco a poco su emancipación.

“La feminización de la pobreza no se arregla solo con orientación laboral”
Sin embargo, “la feminización de la pobreza no se arregla solo con orientación laboral”, apunta Eugenia Sánchez, técnica de Málaga Acoge. Y es que, en esta provincia “tan solo hay 10 plazas propias de la Junta de Andalucía para acoger a las chicas y chicos que salen de los centros de menores, una competencia que esta administración pública asume a través del programa +18”. Un programa que, según explican en su página web, va dirigido a “chicos y chicas que, a pesar de adquirir la mayoría de edad legal, necesitan aún apoyo y acompañamiento hasta completar sus posibilidades de vida autónoma”, y entre los tipos de recursos destaca “por un lado, se encuentran los recursos de Alta Intensidad, que lo constituyen pisos de autonomía, donde se proporciona una atención integral que se traduce en la cobertura de todas las necesidades para jóvenes que han tenido que abandonar los centros de menores y carecen de cualquier posibilidad para vivir de forma autónoma cuando cumplen los dieciocho años”.

A día de hoy, “en Málaga provincia no existe un piso de autonomía específico para chicas con estas circunstancias de vida, por lo que las jóvenes de 18 años tienen que acogerse a recursos de emergencia, si hay alguna vacante, y que además tienen un tiempo limitado, donde reciben alojamiento y comida, porque no tiene otras competencias estos centros, o la calle”, explica Eugenia. Y esta se ha convertido en una de las luchas de Turia: “Espero lograr que se abra algún piso para chicas, porque las chicas no tenemos esa oportunidad como los chicos. No quiero que las chicas que vengan tengan que verse en la misma situación que yo. Al venir aquí no lo tenemos todo como dicen, tenemos que afrontar muchas situaciones difíciles. No pido ni más ni menos, solo que seamos iguales”.

Y es que, tan solo en Málaga Acoge “el área de Jóvenes atiende en estos momentos a 130 chicas y chicos que han tenido que salir de sus casas solos y que ya son mayores de edad”, pero cuando llega una chica hay que mover cielo y tierra para darles la respuesta que merecen por derecho. “La realidad es que vienen más chicos que chicas, pero no hay nada exclusivo para ellas y no se pueden mezclar ambos en un mismo piso. En el caso de las chicas marroquíes que vienen desde Melilla están abocadas a la exclusión y están más expuestas a una vulneración tanto de explotación sexual como laboral”, explica la técnica de Málaga Acoge.

Tanto Turia como Eugenia coinciden por separado en una misma cosa: un techo es estabilidad y visibilización. Poco se habla de las niñas migrantes que están solas y por tanto, poco se hace por ellas. El hecho de que no existan estos recursos para niñas también supone que muchas se pierdan durante todo el proceso migratorio y en un proyecto de vida. “Se les pierde la pista porque no tenemos que ofrecerle nada por desgracia. A una chica que piensa en ayudar a su familia en origen a salir de la miseria y lo que yo le puedo ofrecer es que se vaya a un recurso de emergencia, sin tener dónde vivir, ni nada, ¿qué les estoy ofreciendo? A muchas niñas no les queda otra que caer y echar mano de redes”, describe Eugenia desde la impotencia, mientras que Turia responde que “no nos podemos quedar en Melilla porque no tenemos oportunidad. No podemos volver a Marruecos porque allí no hemos tenido infancia y en mi caso, ni la he conocido. Solo he vivido cosas que no quiero volver a vivir”.

“De todas las exclusiones sociales que Europa puede listar, todas están en una niña”
Y a toda esta vivencia personal, también se le suma la familiar. En la mayoría de las chicas y también de muchos chicos, el proyecto migratorio no es individual, sino que a la espalda está la responsabilidad de una familia que depende de ellos y de su suerte. “Ellas no están aquí porque quieran vivir una aventura. Se encuentran en una encrucijada y con una responsabilidad grandísima con su familia de origen, además vienen con un sueño y se ven enfrentadas a una cultura diferente dentro de una cruda pobreza. ¿Cómo pueden salir de esto sin unos recursos especializados en estas circunstancias? De todas las exclusiones sociales que Europa puede listar, todas están en una niña”, resume Eugenia.

Y en este sentido, Turia también lo tiene muy claro. Reconoce que si hubiera recursos de pisos de autonomía para chicas ella estaría más tranquila, se sentiría más segura. Pero no solo eso, sino que también podría dedicarse a los estudios de secundaria que ha empezado en las clases para adultos en un proceso de emancipación plena. “Es la única opción para que las chicas no estemos en la calle o con la incertidumbre de hoy dónde vamos a dormir. Esa es nuestra mayor preocupación y no nos deja avanzar en otras cosas de nuestra vida. Yo esto lo tengo que cambiar”, anuncia muy decidida Turia.

De tan poco, depende mucho. Una vivienda digna no solo representa el refugio, el bien estar ante el frío y el calor, sino que también depende de un hilo la documentación de cada joven. Las chicas y chicos que han salido del centro de menores al cumplir los 18 años llegan a la península con un permiso de residencia, pero esto no les permite trabajar. “Ese es el gran problema que encontramos. Son jóvenes tutelados por la administración, en este caso de la Delegación del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Melilla, pero no tienen ningún amparo. Están solos. No pueden trabajar para ser autónomos y para poder trabajar necesitan al menos un contrato laboral de un año a jornada completa que es lo que requiere la ley de extranjería para cambiar los permisos”, señala la técnica.

La otra opción para renovar el permiso de residencia cada año es demostrarlo a través de “medios de vida”, pero para demostrar estos medios de vida necesitan justificar entre otras cosas que tienen un recurso residencial, pero si no hay recursos para todos, en el caso de las chicas volvemos a un círculo todavía más cruel. “Si la chica viene con un permiso que esté a punto de cumplirse y no hay un recurso que les pueda dar esos medios de vida, la chica se queda en situación administrativa irregular”, avanza Eugenia, por lo que el hecho de que no existan estos recursos para ellas es una discriminación más de género.

¿Dónde están las menores sin acompañamiento familiar?
Ante este paradigma y la situación de las chicas que acaban de salir de centros de menores al cumplir los 18 años, nos hemos puesto en contacto con la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación de la Junta de Andalucía, pero no ha respondido a los correos electrónicos, solicitando tanto el perfil como los recursos de pisos de autonomía y las plazas que hay. Pero los datos del Informe Anual 2018 del Defensor del Menor en Andalucía son escalofriantes.

Tan solo en Andalucía, durante el año 2018 se registraron más de siete mil nuevos ingresos de niñas y niños migrantes no acompañados en el Sistema de Protección de Menores de esta comunidad, lo que supuso un crecimiento del 135% respecto a 2017. Tan solo, el 5,1%, eran chicas y más de la mitad de estas niñas y niños son de origen marroquí, un 62,9%, según datos del Defensor del Menor en Andalucía. En total, fueron atendido más de 9 mil menores, que a 31 de diciembre de ese mismo año, solo quedaban 2.290, ¿dónde están el resto? 6.853 niñas, niños y adolescentes se dieron de baja del Sistema de Protección de Menores andaluz.

Estas bajas pueden ser por cumplir la mayoría de edad, tan solo el 13,4%, frente a las 73,5% de las bajas que llaman fugas, sin embargo, denominarlo fugas es incorrecto en el momento que la tutela de un menor la tiene la Junta de Andalucía y la responsabilidad recae sobre ella. El resto de las bajas, el 3,5%, responde a la reunificación familiar en España.

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