Internacional

Las refugiadas tejen su oportunidad en Líbano

Mujeres sirias y palestinas recurren al ganchillo y el bordado para escapar de la precariedad

La Voz de Galicia, Alicia Medina, 16-12-2019

Seiscientos cincuenta pulpos de ganchillo con destino a Noruega. Ese fue el primer pedido de las 45 refugiadas sirias que forman el Crochet Community Collective. Este grupo nació en julio como resultado de un taller de bordado organizado por la oenegé Multi Aid Programs (MAPs) con sede en Chtoura, en el corazón del valle de la Bekaa (Líbano).

Un sábado por la mañana, entre ovillos, tijeras y agujas, seis mujeres están inmersas en la colección de Navidad: muñecos de nieve, pingüinos y osos. Coloridos pulpos, osos y pollitos decoran la estancia. Estos diseños se venden en el extranjero gracias a los contactos de MAPs. La coordinadora del proyecto, Bayan Louise, también refugiada siria, explica que la mitad de los ingresos los dedican a una escuela en Bekaa que acoge a 250 niños sirios, y la otra mitad se destina al salario de las mujeres.

La destreza de estas mujeres con la aguja las aleja de la precariedad en la que habitan gran parte del millón y medio de refugiados sirios en el Líbano, país de 4 millones de habitantes que también acoge a 240.000 refugiados palestinos. Tanto sirios como palestinos tienen vetados la mayor parte de trabajos y el 74 % de los sirios no tienen permiso de residencia, lo que los expone a ser detenidos en los checkpoints instalados por el ejército.

El taller de bordado ofrece cierta estabilidad. Las mujeres tienen contrato hasta abril del 2020 y de media ganan 300 dólares al mes. Un ingreso crucial estos días, ya que tras la presión del Gobierno libanés contra el trabajo irregular este verano y el estallido de la revolución, muchos jornaleros que trabajaban los campos en la Bekaa han perdido su trabajo.

Es el caso de Laila al Hurani, refugiada siria de 37 años que se ha convertido en el único sustento de sus cuatro hijos, después de que su marido quedara desempleado. Para otras mujeres este es su primer trabajo, como Rihab Shams El Dein, de 33 años, quien comenta aliviada que ya no tiene que pedirle dinero a su marido. «Cuando mi hijo enfermó, lo llevé directamente al hospital y le compré medicina sin esperar a que mi marido trajera su jornal», explica Rihab.

Pero las bordadoras obtienen más que un salario. La sala de costura les ofrece un respiro. Bayan Louise dice que «incrementa su autoestima» porque las refugiadas demuestran que pueden contribuir a su comunidad. «Cuando hago un diseño bonito, para mí es un éxito, como cuando estás en el colegio y sacas una buena nota en un examen», explica Rihab, originaria de Homs.

Contra la depresión

«Tejer es una forma de tratamiento contra la depresión porque necesita concentración total y les aleja de sus problemas diarios», afirma Bayan Louise. Laila cuenta que antes solía estar nerviosa y preocupada, pero tejer le ayuda a relajarse. Lo que más más le motiva es inventar nuevos diseños, su última creación es un búho que muestra orgullosa.

Laila dice que si pudiera volver a Damasco, ciudad a una hora de Chtoura, y de la que huyó en el 2014, crearía su propio taller para enseñar a las mujeres a coser y ayudar a las viudas de la guerra. Un escenario que por ahora descarta, ya que tiene un hijo de 21 años: «Si volvemos le reclutarían en el ejército», concluye.

Lejos del valle, en el corazón del campo de refugiados de Shatila en Beirut, que alberga a más de 10.000 refugiados palestinos y sirios, se encuentra el Shatila Studio. Fundado en el 2013 por la oenegé Basmeh & Zeitooneh como extensión de un taller de bordado tradicional palestino, hoy es una empresa social que se sustenta con las ventas internacionales de sus carteras, bolsos, chaquetas y ornamentos. Cien refugiadas de entre 18 y 60 años trabajan en el estudio con un salario medio de 150 dólares. Los alquileres en Shatila oscilan entre 200 y 600 dólares. Niveen Soukr, jefa de producción, cuenta que para muchas es su primera oportunidad laboral y al principio «algunos hombres se opusieron a la idea y no permitían a sus mujeres trabajar, pero ahora ya lo aceptan».

Niveen, que no despega su vista del Excel con las cuentas, comenta preocupada que las protestas en el Líbano han reducido las visitas a su estudio y cancelado varias exhibiciones navideñas.

Sentadas en círculo, una decena de mujeres se afanan en acabar sus pedidos. La mayoría son de Shatila, pero Nur Al Nusr, siria de 31 años, es del campo vecino de Burj Al Barajni. Para esta refugiada, más que las tradicionales formas geométricas del bordado palestino, lo más interesante es bordar mensajes o símbolos. Señala en la pared un bolso en el que se lee «Prospera» y que bordó hace unos días. Pero añade que le hubiera gustado bordar el bolso contiguo, que reza «Lejos de mi hogar».

A golpe de aguja, las refugiadas en Líbano navegan entre los mensajes de estos dos bolsos: aún cuando el retorno a su hogar es difícil en el caso de las sirias y una quimera para las palestinas, intentan prosperar.

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