El 'apartheid' a los refugiados que Europa ignora en su frontera

Las personas refugiadas que desde Bosnia aspiran a llegar a la Unión Europea para pedir asilo, tienen prohibido caminar por la calle, usar transporte público o salir de los campos de refugiados que han pasado a ser cárceles.

Público, BÁRBARA BÉCARES, 09-12-2019

Kasim tiene 20 años y lleva más de 4 lejos de su familia. Nació en Afganistán, en la provincia de Kunduz, una de las más peligrosas del país. Ahora vive en un antiguo hangar con otros 12 jóvenes que han escapado de sus países y con el permiso del dueño del lugar. Está en Bosnia y Herzegovina, en Velika Kladuša, a un kilómetro de la Unión Europea, el lugar al que aspira a llegar para poder realizar una solicitud de asilo como refugiado. Todas las puertas de su “hogar” están bloqueadas – igual que lo están las fronteras.

Para entrar y salir de la nave, estos habitantes han hecho un pequeño agujero en la pared al ras del suelo. El chaval vive escondido, como otras cientos o miles de personas que se han asentado en la región más septentrional de Bosnia, el Cantón de Una Sana, donde los campos oficiales para personas refugiadas y migrantes están colapsados. El objetivo de mantenerse oculto es que la policía no lo descubra y evitar así que se lo lleve a la fuerza al asentamiento irregular de Vucjak donde más de mil personas refugiadas malviven de forma obligatoria; o evitar que las autoridades se lo lleven a alguna aldea alejada, de la que tenga que regresar a pie, como muchas otras personas refugiadas cuentan que han vivido.

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Muchos son los vídeos que han circulado por la Red con imágenes en las que grupos de hombres eran colocados en hileras y escoltados por grandes contingentes policiales caminando los diez kilómetros que separan Bihac de Vucjak (las mujeres tienen prioridad en los campos oficiales, y haya hueco o no, se les lleva allí por eso no hay ninguna mujer en este asentamiento). El lugar, que se pronuncia algo así como ‘Vuchiak’ es como el infierno en tierra europea: un asentamiento improvisado que el gobierno cantonal ha creado en un antiguo vertedero de basura, rodeado de minas antipersonales, equipado de pobres tiendas de loneta que el suelo embarrado va poco a poco enterrando y con unos servicios mínimos muy básicos y escasos. Y que la policía escolta para evitar que nadie salga de allí.

De un sitio del que solo se puede salir a escondidas, aunque lo único que uno quiera sea ir a una tienda a por comida, ya que la que se ofrece en el lugar es escasa. “No hay derecho a la comida, ni derecho al agua, ni derecho a un refugio, ni a caminar por las calles”. Así resumía la situación Border Violence Monitoring, una organización que publica los abusos contra las personas refugiadas en la Ruta Balcánica.

Restricción de la libertad de movimiento a las personas refugiadas
El día 15 de octubre Ale Siljdedic, portavoz del ministerio del Interior de esta región, anunció públicamente que las autoridades habían decidido restringir el movimiento de migrantes por lugares poblados, como reportaron principalmente los medios locales y regionales, como Balkan Insight. Esta medida supone también que quienes viven en los campos oficiales tienen, ahora, prohibido salir. Campos que son cárceles.

Esta noticia no era del todo novedosa y es que, extraoficialmente, esta presión sobre las personas para que no paseen por las calles como cualquier ciudadano o ciudadana viene de largo: concretamente, desde que en octubre del pasado año 2018 hubiese una protesta en diversos puntos fronterizos con Croacia, protagonizada por familias que, en su mayoría, estaban viviendo a la intemperie en asentamientos improvisados, ante la escasez de campos oficiales y con un intenso frío en las noches. Para evitar una llegada masiva de personas refugiadas y migrantes a esta región seteptrional, se les prohibió moverse libremente en transporte por la región. Y, aunque fue una decisión ilegal, tal y como explica la activista Sanella Lepirica, que ofrece asistencia a refugiados en la localidad de Kljuc, se mantuvo tras el fin de las protestas.

Al mismo tiempo que se prohibía a las personas refugiadas o migrantes usar el transporte público y los taxis dentro del cantón de Una Sana, lo que les obliga a caminar durante horas o días cada vez que quieren cambiar de ciudad, también comenzó la presión sobre los migrantes cuando pasean por las localidades en las que están asentados. Y es que esas protestas sirvieron para que la Organización Internacional del Migrante, el organismo que en Bosnia está encargado de gestionar la situación, por fin abriese un campo de refugiados oficial en Velika Kladuša y las autoridades cantonales y locales querían y quieren, que todo el mundo viva allí. Hace más de un año que, para cualquier refugiado que viva en estos pueblos, es común escuchar a la policía gritarles ‘Go camp’, cuando caminan por espacios públicos. En ocasiones, se los llevan a la fuerza.

Ahora bien, hay varias razones por las que aún miles de personas no están en estos campos oficiales: la primera, es que no hay espacio suficiente. En segundo lugar, es por las condiciones de vida que un campo ofrece. Zaccaria, un joven de Marruecos, vive en una casa abandonada con 4 amigos. Los vecinos del barrio saben que están allí, pero no lo acusan a la policía, porque no molestan. De hecho, algunos vecinos les dan comida a escondidas. “En el campo tenemos que hacer cola para comer, no dejan salir, aquí cocinamos, tenemos nuestra intimidad”, se justifica. Mustafa y Sulimán, dos jóvenes llegados desde el Kurdistán sirio, viven en el campo y tienen que hacer turnos para dormir y evitar así robos por parte de otros habitantes del lugar. “No tenemos privacidad y es muy inseguro”, explican.

Esta estigmatización hacia las personas cuando caminan por la calle, también ha motivado el rechazo de la población local. Se los expulsa de los hospitales cuando necesitan asistencia médica. Las personas de piel oscura (ese es el criterio) están vetadas en todos los bares de Velika Kladuša, menos en cinco de ellos que han decidido rebelarse contra la situación. Esos cinco bares (junto con algunos vecinos caritativos) son los únicos lugares donde una persona puede, ahora mismo, tener acceso a agua potable. Silvana es una sonriente camarera de un bar donde se ha vetado la entrada a los refugiados y refugiadas. Un día, Silvia, voluntaria de No Name Kitchen, una organización independiente que ayuda a las personas sin techo a recibir servicios, llegó con un grupo de mujeres y niñas que acababan de ser deportadas desde Croacia tras una semana de caminata, para invitarlas a una bebida caliente. Y Silvana dijo que no se podía, que la policía había dicho que estaba prohibido ofrecer servicios a migrantes. No hay ninguna ley que prohíba en Bosnia alimentar a quien lo necesita, pero las autoridades mantienen esta afirmación. De hecho, la No Name Kitchen ofrece comida, leña, ropa y mantas a escondidas, porque la policía local amenaza a su personal voluntario, todos ellos con los papeles en regla, con encerrarlos “en campos” si ayudan a migrantes.

Hastío por parte de las autoridades bosnias
Hay que tener en cuenta que estas decisiones tienen un por qué. Hay un enorme cansancio general en Bosnia y Herzegovina, un país que se ha visto envuelto en un problema que no le toca. Este es un lugar pobre e inestable. Según Eurostat, Bosnia y Albania son los países más pobres del continente. Por otro lado, el gobierno central de Sarajevo podría conseguir formar gobierno en unos días, después de más de 13 meses descabezado desde las últimas elecciones generales.

“Estas decisiones que afectan a los refugiados buscan meter presión al gobierno de Sarajevo para que actúe y ayude a manejar la situación. Desde el Cantón de Una Sana reclaman que el resto del país también colabore y no quede solo toda la responsabilidad sobre esta región”, explica Amir Purić, periodista y activista de Velika Kladuša.

Bosnia no forma parte de la Unión Europea pero su vecino del norte, Croacia, sí lo hace. Ésta Unión Europea tiene sus fronteras cerradas a los refugiados, los deporta ilegalmente y con violencia cuando tratan de cruzar y no ofrece ninguna vía legal para que las personas llegadas de países en guerra puedan pedir asilo desde fuera (cabe decir que quienes lo piden para quedarse en Bosnia, suelen confrontar muchas complicaciones para que el proceso no se lleve a cabo) . Y en medio de este caos político se encuentra la vida de miles de personas llegadas de lugares como Siria, Afganistán, Pakistán, Palestina, Marruecos o Kurdistán que están atrapadas en Bosnia y que llegan a diario al país, mientras la Unión Europea no da respuestas o soluciones.

Desde 2018, se calcula que más de 40.000 migrantes han llegado a Bosnia y Herzegovina, según datos aportados por Naciones Unidas en octubre. En enero del mismo 2018 el país comenzó a ver llegar a cientos de personas desde Serbia, Turquía y Grecia. Muchas de esas personas llevaban más de 2 años esperando en alguno de estos países una solución a su situación. No hay que olvidar que los países europeos han incumplido su pacto para reubicar a refugiados desde Grecia. Europa no permite que se pida asilo desde fuera, pero sí da derecho a las personas a hacerlo ‘in situ’, y a que esta petición de asilo sea escuchada. Es por eso que tanta gente se arriesga a cruzar fronteras ilegalmente.

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