El filial del Ciudad, un abrigo para los refugiados
El club rojinegro, a través de su segundo equipo, da una oportunidad con el fútbol a veinte chavales que llegaron en patera a Cartagena y que conviven en pisos de acogida en Torre Pacheco y Murcia
La Verdad, , 18-11-2019Cae la tarde y ya es muy de noche en la desierta carretera que lleva a Sucina, una pedanía murciana de 2.000 habitantes y situada a 29 kilómetros de la capital. Solo 15 le separan de San Javier y la humedad del Mar Menor se nota. Hace frío. 8 grados. Nadie va hacia Sucina un viernes por la noche. ¿El campo de fútbol?, pregunta el periodista. «’No español’», responde un tipo de mediana edad con un inconfundible acento británico que sale del único sitio abierto en el centro del pueblo, un local de apuestas. Dos mujeres echan la persiana a la farmacia que hay antes de llegar a la plaza de la Iglesia. A la salida del pueblo, en la oscura carretera que lleva a Avileses, se ven unos focos encendidos en medio de un descampado de tierra. Hasta allí se llega dejando atrás una urbanización nueva en la que no parece habitar nadie. «Aquí solo hay ’guiris’», confirma el delegado del filial del Ciudad de Murcia, Miguel Ángel González.
Pasan unos minutos de las ocho y ya estamos dentro de una instalación que nadie usa, salvo este conjunto de Segunda Regional que depende del Ciudad y de la Fundación Cepaim, «a partes iguales». Allí están entrenándose Aboubakar Baldé, Yay Bamba, Faysal Chilah, Fanaka Dambili, Landry Gknapa Dayero, Mohammed El Hamidi, Nouhal Caba, Arman Ewane, Ismael Sanogo, Pedro Jesús Bernal, Raúl Soler, Antonio Pérez, Pedro Cárceles, Mostapha Touré, Youssef El Matalib, Paul Narcisse Tchanda, Samuel Tapé y Salouma Soumaré.
El que da órdenes es Pepe Mateo, entrenador del equipo y hermano menor de Kike Mateo, técnico del conjunto de Tercera hasta hace un par de semanas y quien fuera futbolista profesional, en Hércules, Elche, Sporting y el propio Ciudad de Murcia, entre otros clubes.
Viendo trabajar a los chicos, que el mismo día reciben en el José Barnés a La Hoya del Campo, líder de la categoría, a primera vista se podría pensar que estamos ante un conjunto más del fútbol modesto regional. Pero acercándose a ellos y conociendo sus historias personales, uno descubre que el Ciudad de Murcia B – Cepaim es un equipo único. No hay otro igual en toda España. Su plantilla está formada por refugiados, migrantes y personas en riesgo de exclusión social. Casi todos se encuentran en pisos de acogida de la ONG Cepaim, en Torre Pacheco, Cartagena y Murcia. La mayoría son de Costa de Marfil, Guinea Conakry, Ghana y Mali. Y todos huyeron de su país de origen por temor a la persecución, al conflicto, la violencia generalizadau otras circunstancias de índole personal que requieren protección internacional.
Ibrahim (nombre ficticio) huyó de Costa de Marfil tras ser repudiado y amenazado de muerte por su propia familia. Todos son musulmanes y él se enamoró de una chica cristiana. Se convirtió al cristianismo para casarse con ella y aquella decisión casi le cuesta la vida. Tras un viaje de dos años en los que atravesó medio continente africano, se afincó en el norte de Marruecos e hizo de todo (cosas legales y otras ilegales) para reunir los 4.000 euros que le costó el viaje en patera hasta España.
Pudo morir en el trayecto, pero la moneda salió cara. Tras ser rescatado frente a la costa de Cartagena lo mandaron al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Sangonera. Allí estuvo tres meses y conoció la labor de la ONG Cepaim, quien da comida y techo a 150 chicos como él en pisos y albergues de Torre Pacheco, Beniaján, Cartagena, Murcia, Molina de Segura y Lorca . Ahora, Ibrahim (uno de los que tiene miedo a revelar su nombre y a salir en las fotos) comparte casa con otros cinco refugiados y su vida gira alrededor del fútbol. «Los mejores días son los que toca entrenamiento», confiesa.
Está de acuerdo su compañero Salouma Soumaré, el ‘pichichi’ de este Ciudad de Murcia B que ocupa la séptima posición tras cinco victorias, un empate y cuatro derrotas. Salouma tiene 19 años y es de Senegal. Lleva 9 goles y hoy no jugará. Lo expulsaron el domingo pasado en la derrota contra el San Ginés de la Jara. «No ha jugado nunca en un equipo. Todo el fútbol que tiene lo ha aprendido en la calle. No entiende que un defensa le dé patadas o le agarre. Lo expulsaron por quitarse de encima a uno con el codo. Su potencial es de jugador de Tercera e incluso de Segunda B. Tiene unas condiciones técnicas y físicas brutales. Pero tácticamente, como todos sus compañeros, se pierde en el campo», explica su entrenador, Pepe Mateo.
«Mi vida es el fútbol. Es lo mejor que tenemos aquí. No podemos hacer otra cosa. En Senegal no podía entrar en ninguna escuela. Tienes que pagar dinero y mi familia no dispone de él. Cuando me dijeron que aquí podía jugar me puse muy contento», cuenta Salouma, quien tiene la mirada perdida y no quiere contar los motivos que le trajeron a España. «Solo pienso en el fútbol», alega el senegalés. «Podría ser futbolista», añade su técnico.
El marroquí Faysal Chilah, de 21 años, es extremo y antes de jugar en el filial del Ciudad de Murcia pasó por el Dolorense, el Roldán y el Dolores de Pacheco. A los 13 años ya estaba interno en un centro de menores, en Melilla. Allí jugaba en el equipo de la Peña Madridista, aunque se confiesa «barcelonista hasta la muerte» y fan de Messi. Vino a Murcia «porque aquí nos dan una oportunidad y podemos encontrar un trabajo. Además, salió esto de poder jugar al fútbol con la gente con la que vivo. Y me gusta mucho», dice.
Porque los chicos tienen pocas cosas que hacer. «El principal hándicap es que los papeles tardan mucho, algo que incluso nos pone en aprietos a la hora de tramitar sus fichas. El año pasado, cuando empezamos con el equipo, hubo partidos en los que solo contamos con nueve o diez jugadores. Por las mañanas, en Cepaim, asisten a talleres y fundamentalmente nos centramos en que aprendan castellano. El idioma es clave para que encuentren un trabajo en el futuro. Y por las tardes, todo es fútbol. Empezamos a recogerlos a las cinco y al último lo dejamos a las once», indica el delegado, Miguel Ángel González.
(Puede haber caducado)