Zapatero y Rajoy evitan confrontar por ETA y llevan la inmigración al centro del debate
? Ambos líderes se cruzan acusaciones mutuas sobre el aumento de la
La Razón, 31-05-2006Madrid – Inmigración e inseguridad ciudadana. Estas fueron las dos patas
sobre las que Zapatero y Rajoy asentaron ayer sus respectivos discursos en
una Debate sobre el Estado de la Nación tan previsible como se había
pronosticado. No hubo confrontación sobre ETA, y el careo al hilo de la
política territoral sólo hizo reafirmar posiciones y mensajes de sobra
conocidos. Por tanto, nadie hubo que presenciara ayer el cara a cara
parlamentario del año (salvo las entregadas bancadas de uno y otro lado) y
vibrara durante las casi tres horas que mantuvieron el pulso. Fue una
sucesión de reproches trufada de acusaciones mutuas, en la que ambos
líderes no mostraron sus mejores cualidades ante la tribuna. Uno, por
limitaciones del guión; otro, por hacer un papel que no le correspondía al
actuar de oposición del oponente.
Rajoy acertó a descubrir los
flancos débiles, que son muchos, pero su decisión de no confrontar en
materia antiterrorista limitó su capacidad opositora. Aún así logró
dibujar un país instalado en la incertidumbre, la discordia y el
sectarismo. Zapatero se esforzó en desmontar las «profecías
catastrofistas» de una «oposición fallida» que no «fue capaz de presentar
una sola propuesta».
Repaso triunfalista. La sesión comenzó por
la mañana con hora y cuarto de intervención del presidente, en la que hizo
un triunfalista y prolijo repaso de lo que, a su entender, ha sido el
último año. 44 folios de lo que llamó la España real, un país que no puede
comprenderse «con viejos esquemas, ni ser gobernado con rutinas
tradicionales». Salpicó sus palabras con una docenas de nuevas medidas de
apoyo a los jóvenes, con una cascada de datos económicos, y acabó con una
sucinta alusión al alto el fuego de ETA, en la que mostró su determinación
de trabajar por el fin de la violencia y el convencimiento de que será
tarea de todos. Mucho más extensas fueron sus alusiones a los dos
problemas que han marcado la agenda política de los últimos días,
inseguridad e inmigración. Pero no para entonar el «mea culpa», ni asumir
responsabilidades. Más bien para situar la tasa de inseguridad 3,2 puntos
por debajo de 2005 y entre las menores de Europa, hablar de la inmigración
en positivo y negar el aumento de la presión migratoria.
La
orfandad de las tribunas de invitados – por el PP sólo acudieron Luis de
Grandes, María San Gil y Loyola de Palacio, y por el PSOE Marcelino
Iglesias y la esposa y el hermano del presidente del Gobierno – parecía
vaticinar una sesión con escasos sobresaltos cuando el pleno se reanudó
por la tarde. Los augurios se confirmaron con la intervención de Marino
Rajoy que, a diferencia del presidente, llevó a sus primeras palabras la
negociación con ETA, sólo para reiterar que apoyará el diálogo con la
banda para la disolución de ésta, y nunca para pagar un precio político.
Lo sabido y, quizá, lo acordado. Luego pintó de negro lo que para Zapatero
había sido blanco, con una intervención que no fue de la más acertada de
las que se le han escuchado. Empezar la tarea de oposición de más a menos,
y no al contrario, es lo que tiene, que uno traslada la sensación de
haberlo dicho ya todo. Eso no impidió que criticase a conciencia la
inacción en política económica, en educación, y el modelo territorial.
Pero, claro, sobre esto último había poco que desvelar, ni siquiera los
guiños que dijo hace el Gobierno sobre lo discutible del concepto nación,
la forma de Estado o la idea de España. Vaya, que ni siquiera sonó a
trallazo la mención al talante y el «refugio en las oscuridades» de un
Zapatero que hoy «se le ocurre hablar con Carod, mañana pactar con Mas, y
pasado, cargarse a Maragall».
Así que el jefe de la oposición
hizo de la inmigración el vértice de su discurso. Le pareció que el
fracaso gubernamental en esta materia era el mejor ejemplo de cómo actúa
Zapatero, a quien censuró en no menos de media docena de ocasiones su
obsesión por perseguir al PP. Avisó así de nuevas formas de delincuencia
«salvaje», censuró la tardanza en pedir cooperación a la UE, se mofó de la
tendencia «zapateril» a poner parches «donde menos hace falta», y no pudo
evitar el recordatorio a su advertencia de hace un año ante la
regularización masiva.
Hasta las réplicas, la actitud de las
bancadas había estado en la normalidad parlamentaria. Pero cuando Zapatero
habló de «profecías fallidas y oposición no atinada», comenzó la jarana,
que alcanzó su punto más álgido cuando el presidente se dedicó a dar
lecciones de oposición a su adversario: que si yo firmé el pacto
antiterrorista, que si nunca polemicé con asuntos de Estado, que anunciar
la catástrofe y la hecatombe no lleva a ninguna parte.
Guerra
de cifras. A partir de este alegato, el presidente entró en la frialdad de
las cifras para desmontar las acusaciones del PP sobre el aumento de la
presión migratoria, los índices de delincuencia y los delitos de nuevo
cuño. Trasladó al Gobierno de Aznar buena parte de la responsabilidad del
problema con recortes de prensa de la época. Luego, eso sí, fue incapaz de
defender su política exterior, tanto que recurrió a Irak o las Azores. Y
lo mismo con la política territorial, que defendió sólo con ataques a la
AP de 1979. Hora y cuarto de réplica que el reglamento no igualó con
Rajoy, que se sintió expulsado cuando Marín le indicó el tiempo. Decidió
entonces tras enfrentarse con el «árbitro» y una parte de su propia
bancada por jalearle, abandonar la tribuna. En la dúplica, y ante las
normas que marcan el terreno de juego, emplazó a Zapatero a celebrar
debates monográficos sobre inmigración, política exterior e inseguridad.
El debate cambió de tono con Durán y Puigcercós. Hoy, seguirá el resto de
portavoces.
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