Según una encuesta periodística publicada ayer, el 69% de los españoles cree que en nuestro país hay «un número excesivo» de inmigrantes.

Los sociólogos saben perfectamente – hay mucha bibliografía sobre ello – lo fácil que resulta manipular un sondeo sociológico por el procedimiento de formular preguntas tendenciosas o con trampa, poco matizadas, escasamente expresivas. Así, si alguien preguntase a los ciudadanos si quieren o no pagar impuestos, probablemente un porcentaje altísimo respondería que no, de donde habría que deducir – demagógicamente – que una mayoría muy cualificada de ciudadanos está en contra de la supervivencia del Estado…

En el caso de la inmigración, la delicadeza del asunto es obvia. Y parece claro que ese 69% de la encuesta está cargado de matices, que no se recogen, como es lógico, en el guarismo escueto. Porque en esta fracción figuran tanto quienes, en franca minoría, arrojarían al fuego del infierno a los inmigrantes por ser distintos cuanto quienes creemos que, con cierta urgencia, la Unión Europea tiene que controlar mejor los flujos migratorios para prevenir precisamente la conflictividad derivada de la dificultad de integración de los recién llegados. Y no parece lógico ni honrado juntar peras con manzanas para obtener xenófobos imaginarios.