El gran debate

La Verdad, 30-05-2006

El gran debate de política general sobre el estado de la Nación que tiene lugar hoy, cuando se acaba de pasar el ecuador de la legislatura, se produce en una coyuntura delicada para los dos grandes partidos ya que ambos, en condiciones de relativa igualdad en términos de intención de voto, tienen ya la mirada puesta en las elecciones generales del 2008, así como en el decisivo preámbulo de las mismas que constituirán las autonómicas y locales del año que viene. Rodríguez Zapatero, en este momento el político más valorado por la opinión pública, ha conseguido encarrilar contra pronóstico el espinoso asunto del Estatuto de Cataluña, que pasará su prueba de fuego el próximo 18 de junio, y ha puesto en marcha el todavía incierto proceso de paz; sin embargo, el hecho de las encuestas arrojen una ínfima superioridad del PSOE sobre el PP indica que esos logros del Ejecutivo están aún sujetos con alfileres por lo que es más certero hablar de empate técnico. En cualquier caso, y como ya han comenzado a insinuar los medios cercanos al PP, es Rajoy quien más se juega en esta etapa previa a marzo del 2008 ya que el ala dura del PP no a perdonaría probablemente a Rajoy una nueva debacle electoral.

Así las cosas, y puesto que Rajoy y Zapatero han acordado sacar del debate cualquier controversia sobre el proceso de paz en el País Vasco, todo indica que el debate versará sobre dos pivotes: la reforma del Estado de las Autonomías, de un lado, y el binomio seguridad – inmigración, de otro.

Ambas cuestiones hieden ya de tan manidas y están cargadas de obviedades que aburren a la audiencia. El debate territorial, contaminado por la falta de consenso y de voluntad de lograrlo, recibirá o no su refrendo el día 18 en el peligroso referéndum catalán, cuyos resultados pondrán a cada cual en su lugar. En cualquier caso, es claro que lo que la opinión pública demanda a este respecto es la recuperación de la sintonía entre los dos grandes partidos, ya que la reforma en sí es irreversible y, de no mediar cierto sentido común, podría desembocar en un modelo de Estado inconexo y desequilibrado. El otro asunto, el relacionado con la inmigración y la seguridad, se presta a derramar raudales de demagogia, y las dos grandes fuerzas tienen motivos para evitar en la medida de lo posible que un tercero en discordia, la extrema derecha, se adueñe de quienes se dejen seducir por la xenofobia. En cualquier caso, ni PP ni PSOE están libres de pecado: los dos partidos han tenido que improvisar en ambos terrenos cuando han estado en el poder y sus políticas han hecho agua por la creciente complejidad y magnitud de los problemas. En los dos asuntos, el territorial y el inmigratorio, Rajoy deberá modular su postura ya que si se deja llevar por sus conmilitones más exaltados correrá el riesgo de deslizarse hacia posiciones inmoderadas y alejadas del centro político, que es donde el jefe de la oposición tiene sus más hondas raíces y luce mejor como estadista.

Tampoco es fácil ni cómoda la posición de Zapatero, quien, presionado por la cuestión catalana que no controló en su génesis y que ha tenido que encarrilar sobre la marcha, no tiene más remedio que defender unas propuestas de reforma territorial que encuentran bien escaso eco no sólo en la ciudadanía en general sino también entre los votantes del PSOE en particular.

El debate, que es posterior a la expulsión de Esquerra Republicana del Gobierno de la Generalitat y al pacto Zapatero – Mas del pasado 21 de enero sobre el Estatuto de Cataluña, desencadenante de aquella ruptura, permitirá asimismo visualizar el cambio de alianzas que se ha producido en el Parlamento, en la política española. Semejante mudanza, que encona todavía más la confrontación que han mantenido CiU y el PP en Cataluña, aísla a la formación de Rajoy, quien ha recibido últimamente varios desaires verbales de los dirigentes de CiU (no sólo de Mas sino también de Duran Lleida, en otro tiempo cercano a los populares). En esta ocasión, la familiaridad entre PSOE y CiU parece más sólida que nunca, aunque como es natural dificulte el entendimiento entre el PSOE e IU: la dirección del nacionalismo moderado catalán ha manifestado incluso su disponibilidad a contraer responsabilidades de gobierno en Madrid, algo que nunca aceptó Pujol.

Como ya es tradicional, el debate, que concluirá mañana, será largo y tedioso y apenas llegarán de él a la mayoría de los ciudadanos unos cuantos titulares que reflejarán mejor o peor el tono y el calado de la discusión. El formato de semejantes instituciones parlamentarias, con muchas horas de monólogos y diálogos, es evidentemente anticuado y quizá fuera preciso revisarlo para afinar la sintonía entre la sociedad y sus representantes. Tal reforma habrá de ser gradual y posibilista, pero habrá que aceptar desde hoy mismo que tiene escaso sentido que la discusión política se haga todavía al margen de los grandes medios audiovisuales y de las técnicas ideadas para perfeccionar la comunicación. En definitiva, el debate sobre el debate es aún una asignatura pendiente de la democracia.

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