El lobo existe

La Vanguardia, 30-05-2006

Tantos cuentos sobre el lobo y, cuando algunos seguramente habían olvidado su existencia, ha enseñado la pata por debajo de la puerta de casa. Así que la oleada de robos ha hecho que el miedo se apodere de adultos como quizás no lo tuvieron de niños. Pero este temor es natural, no es irracional, pese a que unas personas se obsesionen más que otras.
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“En el miedo hay un factor personal y uno social. Ante las mismas circunstancias externas, una persona puede sentir más miedo que otra, por tener una personalidad más sensible, o más insegura o por haber sufrido una experiencia desagradable. En este miedo ante la oleada de robos, pesa más el factor social. Se ha construido un miedo colectivo”, asegura Federico Javaloy, catedrático de Psicología Social de la Universitat de Barcelona especialista en comportamientos colectivos.
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Recuerda que esto ocurre siempre ante sucesos graves y que parte de este miedo colectivo – los especialistas evitan el término psicosis, que reservan para patologías mentales graves – se genera al dar a conocer los medios de comunicación los casos ocurridos a personas que no se habrían enterado de primera mano. Claro que Javaloy reconoce que se da mayor credibilidad todavía a un rumor que cuenta un conocido. De todos modos, si se crea ese miedo social es porque “las emociones de los demás refuerzan las propias”, explica el psicólogo. Conocer el caso de una persona asaltada nos hace pensar que nos puede ocurrir.
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A veces, el temor se extiende incluso cuando la causa no es real – Javaloy recuerda el miedo a una invasión extraterrestre o a las armas de destrucción masiva en Iraq, que luego no aparecieron – o cuando el riesgo es remoto. Basta con que haya algún elemento real o probable. Y es dentro de ese clima social cuando entra en juego el factor personal: a una persona sensible, cualquier ruido o sombra le parecerán un ladrón. Hasta puede obsesionarse. Que los robos sean en casa y no en un banco añade mayor vulnerabilidad, subraya Javaloy, porque, como en una violación, es un ataque más íntimo.
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“El miedo es un mecanismo natural y automático y a una persona normal la hace estar hipervigilante, pero las cosas no van más allá”, señala Xaro Sánchez, profesora de Psiquiatría de la Universitat Autònoma de Barcelona. Si esa persona tiene una personalidad ansiosa o sufre algún trastorno emocional, el miedo puede agravar su patología.
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En las personas que han sufrido un asalto, su miedo es ya un síntoma más de su estrés agudo, que suele durar entre dos días y un mes tras el suceso (aunque unas personas pueden tardar más en reaccionar). Estas víctimas tienen miedo, están hipervigilantes, irritables, pueden sufrir insomnio o pesadillas o inapetencia, revivir flashes de lo sucedido y evitar lo que se lo recuerda. Padecen angustia, sensación de despersonalización (como si flotaran), conducta inhibida (andan embotados)… Si estos síntomas son muy graves, se debe buscar ayuda médica o del psicólogo, recomienda la psiquiatra. Si los síntomas duran más de un mes, se habla ya de estrés postraumático, que si se alarga o es muy profundo puede provocar una depresión o cronificarse. Influyen en ello la violencia sufrida y la personalidad de cada uno.
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Los niños expresan su miedo de manera distinta, por lo que hay que estar vigilantes a su actitud (pueden no hacer alusión a lo ocurrido, tener pesadillas, estar apáticos…) y, sobre todo, hay que darles seguridad, señala Sánchez.
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La sensación de seguridad apacigua el miedo, de ahí que Javaloy califique de medida apropiada el despliegue policial ante los robos.
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Dentro del miedo social, el psicólogo minimiza otros riesgos: opina que la mayoría de las personas diferencia entre el miedo a los delincuentes y a los inmigrantes, aunque algunos autores de los asaltos sean extranjeros.
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