"No creo que viva. Por favor, llame a mi amigo"
Uno de los senegaleses que aparecieron en Barbados pidió ayuda para su familia antes de morir
El País, 28-05-2006“Procedo de Senegal, estuve viviendo un año en Cabo Verde. Esto va muy mal. No creo que salga con vida. Necesito que quien me encuentre envíe este dinero a mi familia. Por favor, contacte con el teléfono de mi amigo Ibrahima Drame. Firmado: Diaw Sounkar Diemi”. Ésta es la reconstrucción, a partir de varios testimonios obtenidos por EL PAÍS, de la nota que los forenses de Barbados encontraron junto a 1.300 euros en el yate que un pescador encontró a las cinco de la mañana del último sábado de abril, a 76 millas sur sureste de Ragged Point (en la parroquia de San Felipe, al sureste de isla Barbados) con 11 cuerpos casi momificados de un grupo de 47 senegaleses que habían partido cuatro meses antes (la noche del 25 de diciembre) desde el puerto de Praia, en Cabo Verde. La policía sospecha que Sounkar Diaw la escribió apenas sin fuerzas, cuando no tenía esperanzas de sobrevivir, acosado por la sed, el hambre y la desesperanza, tras ver morir y tirar por la borda los cuerpos de otros 36 compañeros con quienes había emprendido el viaje hacia Canarias.
El número de teléfono que dejó escrito ha sido la base sobre la que se ha reconstruido la historia de una de las mayores tragedias marinas vinculadas a la inmigración desde África a las islas. Su testimonio recuerda los centenares de vidas que han desaparecido en el océano de forma anónima, sin que se sepa nada más de ellas.
La policía española ha puesto en manos de Interpol la descripción de un español, de nombre parecido a Robledo, de mediana edad, estatura baja, complexión fuerte, pelo negro, mecánico, que tiene contactos en América, vive en Canarias y viaja con frecuencia a Cabo Verde, como presunto responsable de estas muertes, por haberlos embarcado, haberles cobrado arbitrariamente entre 1.200 y 1.500 euros y haberles engañado con la promesa de que llegarían a Canarias.
Los testimonios recogidos desde hace tres semanas apuntan a que este español al menos tiene dos colaboradores en el propio puerto de Praia, un argentino llamado Alex que vende y repara aparatos de aire acondicionado, y un caboverdiano conocido como Amadou, que también perdió un hijo y un hermano en este trágico naufragio. El español salió de Cabo Verde la mañana del 26 de diciembre y nadie más lo ha visto hasta el momento, según la información disponible hasta el momento.
Los cuerpos de los 11 cadáveres saponificados (un estado similar a la momificación) permanecen en una funeraria de la capital, Bridgetown (al suroeste de la isla). Tras la alerta dada por un pescador a las cinco de la madrugada, los buques guardacostas HMBS Trident y HMBS Endeavour salieron a su encuentro con militares y forenses. Éste último buque de la armada remolcó el yate. A las seis de la tarde atracó en el muelle del cuartel general de Willoughby Fort. Un equipo del departamento de salud fue el primero en subir a bordo, para descartar cualquier enfermedad contagiosa. Sólo entonces, los militares autorizaron a los forenses a examinar los cuerpos.
En ese momento apareció la nota de Sounkar Diaw y otros efectos, como documentación de otros 37 hombres, un billete de Air Senegal, ropa, mendrugos de pan, latas de sardinas en tomate picante y botes vacíos de zumos de fruta. Cuando este equipo finalizó su trabajo, una cuadrilla del puerto envolvió los cuerpos en sábanas blancas y los trasladó a la funeraria Two Sons, bajo la mirada de decenas de curiosos que se acercaron a los alrededores del muelle. Allí llevan casi un mes, a la espera de que las autoridades de Barbados y Senegal fijen qué se hace con ellos, según confirmó a este periódico un testigo directo de la investigación en Barbados que solicitó el anonimato.
A medida que se ha divulgado la investigación iniciada por EL PAÍS, la historia de este grupo de jóvenes (algunos de ellos con 18 años recién cumplidos) se ha enriquecido con el testimonio de familiares y amigos que han contactado con este periódico desde Senegal, Francia, España, Cabo Verde y Barbados. Así, queda confirmado que la noche del 25 de diciembre de 2005 iban a partir desde el puerto de Praia 53 senegaleses, la mayoría nativos de la pequeña aldea rural de Cassamance (sur de Senegal), aunque sin relación entre sí y hablantes de diferentes lenguas, como wolof, mandinga y algo de francés. Algunos de ellos, como Madang Sano, le dejaron su pasaporte a un amigo para que éste se lo devolviera a su familia en Dakar, con la intención de recuperarlo cuando llegara a Canarias.
Pero el español que los reclutó saltó a tierra y puso al mando del yate a un senegalés. En ese mismo instante, cinco inmigrantes desconfiaron de las verdaderas intenciones del dueño del barco, cambiaron de opinión y también quisieron abandonar, en un acto que, a la postre, les salvó la vida. Uno de ellos incluso saltó al mar cuando ya habían zarpado. “La vela mayor se rompió cuando la intentábamos izar; nadie sabía gobernar aquello, me dio miedo y salté”, comentó a sus familiares esa misma noche. El pirata español y un intermediario conocido como Amadou sólo les devolvieron el dinero cuando éstos presentaron una denuncia en la policía, que finalmente no los detuvo.
El yate, sin nombre ni bandera, partió la Navidad de 2005 desde Praia totalmente reparado, con un mástil de casi tres metros, velas y un motor auxiliar de 20 caballos con 40 litros de gasóleo, suficiente para las maniobras de atraque. Desde Cabo Verde, la nave enfiló rumbo a Canarias, bordeando la costa de Mauritania, como hacen los cayucos que parten desde Senegal. Sin embargo, a la altura de Nuadibú, los inmigrantes perdieron el control del yate, a causa de una fuerte tormenta. El mástil se rompió, las velas desaparecieron y quedaron a la deriva. En ese momento, cundió el pánico. Los senegaleses que portaban teléfonos móviles comenzaron a llamar a familiares y amigos. Una de esas llamadas llegó al español que los había embarcado. Sin pretenderlo, habían firmado su sentencia de muerte.
A las pocas horas, un buque de mayor calado, sin mediar palabra, les tira un cabo y los remolca. Para sorpresa de todos, ningún tripulante les dirige la palabra, no les asisten con comida, ni agua, tampoco los arrastra hacia Canarias, ni hacia la costa africana, ni de regreso a Cabo Verde. Los introduce en el océano y, cuando tiene la certeza de que quedan a merced de la corriente ecuatorial del norte, corta de un machetazo el cabo y los abandona a la deriva.
EL PAÍS ha podido reconstruir esta tragedia a partir de los testimonios y aportaciones de personas que han pedido el anonimato, algunas por miedo a represalias y otras porque consideran que su situación irregular en distintos países los hace especialmente vulnerables.
La muerte de este grupo resultó especialmente cruel. A la falta de comida y agua, se añadió la angustia de disponer de un motorcito con el que avanzar a menos de 5 nudos (unos 9 kilómetros por hora), ya inservible porque habían agotado los 40 litros de combustible, y, en especial, la llegada de cuatro tormentas con olas de hasta 6 metros de altura (como un edificio de tres plantas) y vientos de 50 nudos (unos 90 kilómetros por hora). Aunque los médicos consultados certifican que el grupo murió en el primero de los cuatro meses de navegación, el yate fue embestido por, al menos, cuatro fuertes tormentas antes de llegar a Barbados, según certifican los registros meteorológicos de ese periodo aportados por el capitán de la marina mercante Tomás González Sánchez Araña.
La primera tormenta los sorprendió el 6 de enero, a los 12 días de navegación, cuando con seguridad muchos aún estaban con vida. Se trataba de la tormenta tropical bautizada como Zeta, con vientos superiores a los 150 kilómetros por hora. Los efectos de un fenómeno similar aún se pueden comprobar en Canarias, azotada por la tormenta Delta el 29 de noviembre del año. Tras Zeta, sufrieron otras tres, a razón de una nueva tormenta cada 10 días. La fuerza de los vientos arrancó el mástil de cuajo, por eso apareció sin él en Barbados. “Si hubieran sido arrastrados sólo por la fuerza de la corriente”, ilustra Sánchez Araña, “habrían llegado al otro lado del Atlántico en 10 meses o más”. La fuerza del viento redujo ese tiempo a apenas cuatro meses.
La aparición de los 11 cadáveres de hombres jóvenes de raza negra, con restos de ropa veraniega incrustados en sus cuerpos momificados en aguas de Barbados, disparó numerosas hipótesis en esta isla hasta conocer la historia real. Algunas versiones apuntaban a que se trataba de piratas que habían asaltado a los auténticos propietarios del yate (daneses o franceses) y que se habían quedado con él; otros, que los cuerpos parecían tener impactos de balas; otros más sugerían que se trataba de refugiados. La autopsia ha confirmado que murieron deshidratados y de hambre. Uno tras otro, los supervivientes los arrojaban al mar por la borda, hasta que quedaron los 11 últimos que han permitido reconstruir esta tragedia.
(Puede haber caducado)