Lunes en África. La chorradita

Canarias 7, 29-05-2006

Lo dijo casi sin querer, de hecho pidió disculpas a los pocos minutos. Estaba recién iniciado el pleno municipal, y la alcaldesa tuvo uno de esos arrebatos que le dan a cualquiera cuando una discusión se atasca. «Vamos a darnos prisa, que nos estamos enredando en una chorradita», vino a decir. Los últimos viernes de mes, los 29 concejales de la mayor ciudad de Canarias elegidos por la ciudadanía se reúnen por obligación democrática. Esta semana, un año antes de las elecciones, es decir, después de tres años de mandato, la alcaldesa propuso que las ordenanzas municipales no sean discutidas ni aprobadas en los plenos, que basta con reducirlas a una comisión; como el debate se prolongaba, trató de reconducirlo con el ¿argumento? de la chorradita. Después se retractó, pero la frase quedó ahí, envasada en el vacío de los escasos oyentes que aún le quedan a la maltrecha sesión plenaria.

El caso es que de chorrada en chorrada, como lluvia fina ha calado la idea de que el ejercicio del debate es una pérdida, un esfuerzo inútil, una pantomima que habita en las corporaciones democráticas. Un latiguillo conformista con el que se sacude la conciencia cualquier gobernante, que además instala en la ciudadanía la impresión de que la discusión de las decisiones perjudica la eficacia en la gestión. Esta apuesta por el silencio es uno de los principales soportes de la indiferencia, del aislamiento que rebaja los controles democráticos, una dinámica consagrada en las leyes que regulan la actividad de los ayuntamientos pero que echa raíces en muchas instituciones públicas.


No se trata sólo de la alegría de una alcaldesa acomodada en el crédito de su mayoría absoluta. A partir de mañana, por ejemplo, cuando el Congreso inicie el debate del estado de la Nación, con un poco de paciencia y un lápiz se podrán anotar todas las chorraditas que sus señorías se echarán en cara. Hace diez, cinco, tres años, por poner un ejemplo, promover debates sobre la inmigración en Canarias era una de esas cuestiones que en todo el arco político se tomaba como una chorradita. Domingo González Arroyo y José Carlos Mauricio, cada uno a su manera, reclamaron entonces la presencia de la Armada en las aguas canarias, y esa visión de las cosas es ahora mayoritaria en el Parlamento regional, después de miles de muertos en alta mar. La Unión Europea, incluso, convierte el fenómeno migratorio en argumento para reforzar la protección de las fronteras; la amenaza se da por supuesta.


En fin, que ya empezó la cuenta atrás, y los focos electorales distorsionan la visión de las cosas, como el ruido de las obras. Contra las prisas, ejercicio supletorio de lucidez. Frente al estruendo de las máquinas en la esquina, el vigor de las voces en público, el debate con la puerta abierta. Lo que ahora no pasa.

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