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Un 'capitalito' para la vuelta
El Periodico, 29-05-2006Los inmigrantes son, por lo general, gente que restringe el consumo lo máximo posible. La mayoría de ellos tienen entre ceja y ceja la idea de que han emigrado a España para ahorrar mucho y gastar poco. Su objetivo suele ser volver a su país con un capitalito que les garantice un mayor desahogo económico. Bajo estas premisas, acostumbran a asumir el papel de consumidores en un país que no es el suyo con los mismos tics y preocupaciones que los españoles.
A los trabajadores extranjeros también les pone los pelos de punta el nivel estratosférico del precio de la vivienda. La cesta de la compra, el segundo capítulo en su balance de gasto, no les preocupa tanto porque siempre tienen el recurso de acudir a los supermercados más baratos o apretarse simplemente el cinturón de la frugalidad. En cuanto al vestido y el calzado, siempre hay temporadas de rebajas o outlets que aprovechar.
Lo que no pueden evitar ni con la más imaginativa de las habilidades es que el precio del alquiler les horade sus sueldos, en un porcentaje que suele oscilar entre el 25% y el 50% del total de sus ingresos.
Un pozo sin fondo
En el caso de Mari Luz Aguilar, una colombiana de 34 años que trabaja como cocinera en un bar, el piso que comparte con un familiar se lleva 420 euros de los 600 que gana al mes. Es el peaje que tiene que pagar por vivir “en pleno centro de Madrid” y por tener tres hijos a su cargo. Menos mal que su marido ha encontrado un trabajo con el que gana ahora 900 euros mensuales. “La vivienda está muy cara y no te permite ahorrar mucho. Tenemos muchos gastos de ropa, calzado, alimentación, colegios…”, explica antes de reconocer que el coste de todos esos apartados no le parece excesivo.
Lo mismo piensa Osvaldo Nacasa, un ecuatoriano que ejerce desde hace tres años como fisioterapeuta en Madrid. “No se puede decir que el precio de la alimentación esté como para pasar hambre. Otra cosa es la ropa, que quizá sí esté cara, pero depende del sitio en el que compres porque hay que saber buscar”, señala. Osvaldo ha montado una clínica de fisioterapia en un piso por el que paga un alquiler de 500 euros. Sus ingresos oscilan entre los 900 y los 1.500 euros, aunque cada mes acostumbra a enviar cerca de la mitad de lo que gana a su familia. El resultado es que apenas le quedan unos 150 o 200 euros para sus gastos, circunstancia de la que no se queja. “Salimos de la casa para sufrir”, sentencia.
El que también tiene razones para suscribir esa frase es Willy Vaca, un ecuatoriano que trabaja 16 horas al día con su pluriempleo como recepcionista de hotel y encargado de locutorio. Claro que en el caso de Willy el sufrimiento laboral obedece a un meditado plan para levantar un próspero negocio en su país. Él lleva siete años en España, mientras que su mujer volvió hace cuatro a Ecuador con sus hijos para poner en marcha el negocio.
“Yo me he quedado aquí para pagar los créditos que tuvimos que pedir a los bancos españoles”, apunta. Su maratoniana jornada le permite ingresar 1.800 euros al mes. Cerca de 1.000 euros van a parar a los bancos, 300 sirven para pagar el piso compartido con otra persona y los 500 restantes sufragan los demás gastos. “Aquí la alimentación es un poco cara, pero de primera calidad. Me gasto en comer casi 300 euros, que es mucho, pero es que una persona que trabaja lo que yo necesita estar bien alimentada”, razona.
Albañiles dilapidadores
En lo que gasta muy poco Willy es en “caprichos” y ocio. No sólo porque no tenga tiempo, sino también por la filosofía con que afronta su aventura en España. “La mayoría de mis compatriotas son gente con poca formación que vienen con la idea de superarse, pero luego hay muchos que no se administran bien. Sobre todo en la construcción, donde gastan mucho en beber los fines de semana”. Para Willy, el problema radica en que no están acostumbrados a ganar mucho dinero. “Para hacer lo que hacen aquí, es mejor que se queden allá”, remacha.
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