La inmigración como conflicto

Las Provincias, 27-05-2006

Los acuerdos tomados por el último Consejo de Ministros para reforzar la acción diplomática en África y para hacer frente con mejores recursos a la avalancha de inmigrantes ilegales que llega a las Islas Canarias, han venido a poner de relieve el descuido con el que España ha hecho frente a estas graves cuestiones al menos en los seis u ocho últimos años, periodo que abarca dos Administraciones distintas, tanto del PP como del PSOE.


Embajadas olvidadas, puntos estratégicos del planeta donde no se recaba información y en general un conformismo indiferente ante fenómenos de repercusión mundial, son errores que nos han situado donde estamos: aparentemente inermes, faltos a la vez de una estructura humana y material de vigilancia y control; y necesitados a todas luces de un reforzamiento moral de nuestras posiciones, convicciones legales y herramientas jurídicas frente a un fenómeno de grandes proporciones.


Ni que decir tiene que el flanco diplomático es sustancial para hacer frente a este conflicto y que la soledad española en Europa es el peor escenario en el que podríamos movernos. Si en los próximos meses los países del norte de África van a convocar dos diferentes cumbres para abordar un conflicto ante el que se muestran no ya divididos sino enfrentados, es admirable ver cómo la Unión Europea se desentiende de los problemas de un país, el nuestro, que fue advertido en su día de los riesgos que traerían las regularizaciones en masa.


Pocas imágenes más gráficas que las del conseller Esteban González al definir la emigración valenciana como una “cuarta provincia”, de un millón de seres humanos, instalada con o sin papeles entre nosotros. La imagen es tan afortunada que sus consecuencias se presentan solas: en el campo de la asistencia sanitaria y educativa, para empezar, y en la necesidad de refuerzo de numerosos servicios de todas las Administraciones acto seguido.


Es urgente, pues, que se ponga ese asunto sobre cualquier otra prioridad y que se evite la tentación de que los partidos, también aquí, se enfrenten inútilmente.

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