Cicatrices de la historia
La Vanguardia, 27-05-2006Friedrich Ratzel, el geógrafo alemán que acuñó el término lebensraum (espacio vital), decía que las fronteras son “el órgano periférico del Estado, un testimonio de su crecimiento, su fuerza, su debilidad”. Medio siglo después, esta idea de Ratzel inspiró una clase práctica entre Truman, Churchill y Stalin, reunidos entonces en Potsdam. Churchill dijo a sus interlocutores: “Quiero hacer una sola pregunta. Veo que estamos utilizando la palabra Alemania.Pero ¿qué quiere decir ahora Alemania?”.Truman añadió: “¿Cómo entiende la delegación soviética esta pregunta?”. Y Stalin contestó: “Alemania es un concepto geográfico… Vamos a definir las fronteras occidentales de Polonia y tendremos clara la cuestión de Alemania” (The Tehran, Yalta and Potsdam conferences,1969).
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Las fronteras son las cicatrices de la historia. En Europa occidental, las fronteras han sido o están siendo borradas, como sucedió antes con las murallas de las ciudades medievales. Desde el final de la guerra fría, la integración europea, ahora en una fase de letargo, ha avanzado de forma sustancial. Las fronteras, sin embargo, siguen existiendo. Desaparecen en el interior de las entidades supranacionales, como sucede en la Unión Europea, pero las fronteras no sólo existen, sino que la globalización las ha multiplicado, fragmentando el mapa. Lo que ha cambiado es la naturaleza de las fuerzas que ahora modifican las fronteras.
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Históricamente, la amenaza a la integridad territorial de un Estado ha procedido del vecino, fuera a caballo o en un tanque; hoy día, las fronteras cambian a causa principalmente de la presión interna, como ha sucedido en Montenegro con el triunfo de los partidarios de romper con Serbia para convertirse en el miembro 192 de la ONU. De hecho, el único intento por parte de un Estado de anexionarse un territorio en los últimos años ha sido el perpetrado por el Iraq de Saddam, que invadió Kuwait en 1990.
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El hundimiento de la antigua Yugoslavia, sometida a las tensiones cruzadas de las repúblicas que la integraban, es un buen ejemplo. El editorialista de The New York Times ha subrayado que “la ruptura de Yugoslavia comenzó menos a causa de la presión interior que de las presiones de Austria, el Vaticano y Alemania, que tenían interés en la fragmentación de los Balcanes”. Pero la presión interna fue también decisiva en el estallido de una federación que ahora ya ha alumbrado seis repúblicas soberanas, que, con Kosovo, la provincia de Serbia de mayoría musulmana, pueden ser siete. Yugoslavia, pese a todo, no ha protagonizado el parto más múltiple. De la antigua Unión Soviética han surgido quince estados soberanos.
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Europa ha recorrido un largo trayecto. En el año 1919 había 23 naciones europeas. Noventa años después, con la independencia de Montenegro, rondarán la cincuentena, dependiendo de dónde termine Europa para el observador. Las fronteras, pues, son las cicatrices de la historia, tanto para los que quieren borrarlas (partidarios de la soberanía compartida), como para los que pretenden multiplicarlas (nacionalistas) o para quienes proponen que ganen en altura para frenar a los inmigrantes (desigualdad Norte – Sur).
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La historia europea, en cuanto a despropósitos fronterizos, puede resumirse en Polonia, que desapareció del mapa durante 125 años para ser reconstruida después como entidad multinacional, perder posteriormente su independencia y volver a emerger, aunque sin las provincias que ahora son parte de Lituania, Ucrania y Bielorrusia. El reciente pasado europeo es el fracaso comunitario en la antigua Yugoslavia, destruida por las guerras de la década de 1990. Yel presente europeo es la escisión pacífica de Montenegro.
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Los comunitarios, desde el recuerdo de su tormentosa historia, no son entusiastas de los cambios de fronteras. Prefieren la creación de instituciones que, sin necesidad de tocar el mapa, sean respetuosas con los derechos de las minorías. Ésta es la razón por la que los comunitarios se opusieron en el caso de Montenegro a la creación de otro Estado. Rehacer las fronteras, con el futuro de Kosovo pendiente, podría ser una invitación a reabrir la caja de Pandora. Al final, sin embargo, como los hechos son tozudos, los comunitarios han aceptado la independencia de Montenegro como algo inevitable.
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Una de las ironías de esta historia es que la Unión Europea ha aceptado la independencia de Montenegro desde el convencimiento de que la separación proporcionará estabilidad a la región, es decir, lo mismo que se dijo hace noventa años para justificar todo lo contrario: la creación de Yugoslavia. ¿Qué explica, entonces, este cambio de actitud por parte de los comunitarios? Un hecho significativo: en Europa todo nuevo Estado busca inmediatamente refugio en la organización supranacional, que actúa como paraguas. Nada más escapar del redil de Moscú o Belgrado, el primer paso de cada flamante república ha sido llamar a la puerta comunitaria. El problema con las cicatrices de la historia es que Europa no es todo el mundo.
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