EL CORREO CATALAN

La pequeña España

El Mundo, 27-05-2006

Querido J:


Más de 10 veces habremos reído con la burla de Jules Benda sobre aquel filósofo ruso. Pero como, a tenor de lo que escribías en la última carta, sólo tu capacidad de olvido progresa adecuadamente, te recordaré las palabras exactas de la burla tal como aparecen en Ejercicio de un enterrado vivo, el último libro de sus memorias: «He visto al filósofo ruso Chestov suspirar, con la cabeza entre las manos: ‘¡La vida, qué cosa misteriosa!’, y dándome la impresión de que podía pasarse horas sumido en la idea de este misterio pensado en tanto que misterio y nunca en tanto que cosa que alguien podría tratar de comprender». Chestov soy yo. Y mi cabeza, estérilmente fascinada, es un anillo de Saturno magnetizado por una de las más grandes paradojas catalanas. Me llevó a pensar de nuevo en ella el referéndum de Montenegro. Los periódicos han dado muchas referencias sobre las circunstancias identitarias del nuevo país.A falta de rasgos étnicos, religiosos o lingüísticos que los diferenciaran de sus vecinos, los independentistas proclamaban: «Montenegro no fue conquistado por el Imperio Otomano». Y seguían su camino.


Hay territorios que han apelado a una identidad más brusca. Cuando la difunta Padania, aquella bossi – nova tan efímera, el grito fundacional fue: «¡Roma, ladrona!». Un error. No es un mensaje que convenga ponerlo en primer plano. Debe estar, sin duda; pero menos como grito que como zumbido. Para el primer plano de la identidad hay que elegir materiales nobles como la historia.En Cataluña la historia ha sido la lengua, claro. Cualquier reivindicación de una lengua minoritaria se basa en – que – eso – ha – sido – lo – que – hemos – hablado – siempre – y – lo – que – queremos – seguir – hablando.El presente, y sus estrictos valores de uso y de cambio, no sirve para este tipo de lenguas. Sin embargo, algo ha cambiado últimamente en Cataluña. La Historia se ofrece no ya como adjetivo (lengua histórica), sino como sustantivo identitario. Como Historia en sí. La apelación a los derechos históricos en el Estatuto, que modifica, además, una tradición del catalanismo político, confirma el cambio. Y es aquí, querido amigo, donde me convierto justamente en Chestov. Porque, observada desde el punto de vista histórico, la identidad de Cataluña, esa hipótesis, sólo podría tener un rasgo dominante: la inmigración. No sé si sabes, aunque mejor que no lo sepas, que entre las palabras del Estatuto (37.830, dicta mi contador) las palabras inmigración o inmigrantes sólo se utilizan con carácter asistencial o burocrático. Lo de menos es que el desprecio sea una afrenta a la historia y a la identidad; es su capacidad de envilecer el presente lo que resulta de veras importante.


Así fue, urgido por Montenegro, como volví a repasar las tesis de la demógrafa Anna Cabré, explicitadas en su libro, fundamental, El sistema catalán de reproducción. En los estudios de la demógrafa hay una conclusión indiscutible: Cataluña es el resultado de la emigración. Sus cálculos son contundentes: sin la inmigración española del pasado siglo Cataluña no alcanzaría hoy los dos millones y medio de habitantes. Algo menos que Barcelona y su área metropolitana. La inmigración española, en efecto, es el principal rasgo, y el más silenciado, de la identidad catalana.Te pregunto (que en una carta es la forma retórica de preguntarme) qué derechos históricos crees que genera, para los identitarios, esta evidencia. Y la subevidencia vinculada de que nadie, cuando llegó a Cataluña, creía que estaba emigrando de balanza fiscal, por decirlo en los términos modernos que tanto erotizan a los socialnacionalistas. Por supuesto, el hambre era estrictamente individual: ni andaluza, extremeña o murciana. ¿Has oído esta sentencia en prosa myrga de que el hambre es del hombre y no del territorio? Aun así, los inmigrantes no habrían admitido fácilmente que su unidad moral y económica de referencia fuese algún día escamoteada: a la hora de viajar distinguían entre Hamburgo y Hospitalet. Igual que hoy distinguen entre los fondos de cohesión europeos y el fondo de solidaridad interterritorial.Insisto ante los nacionalistas, por si ves alguno entre los huertos del atardecer y puedes preguntarle: ¿generan derechos históricos los más de tres millones y medio de inmigrantes españoles de la Cataluña del siglo XX? Y en el caso de que existan derechos colectivos ¿es éste, el suyo, un derecho colectivo?


He merodeado y tengo más datos. Los 10 apellidos catalanes más usuales son: García, Martínez, López, Sánchez, Fernández, Rodríguez, Pérez, González y Ruiz. Los 10 primeros en el conjunto de España son los mismos (aunque en orden distinto) con la excepción de Ruiz, que lleva el número 11 y cede su puesto a Martín, el 11 en Cataluña. El primer apellido en Cataluña que no sale entre los 50 más corrientes en el conjunto de España es Vila, en el puesto número 24. ¿Cómo te sientes? Puedes hacer una prueba final, sólo con alargar el brazo. Compara la lista de los 100 apellidos catalanes más usuales con los centenares de apellidos ennoblecidos con la Creu de Sant Jordi. Estas no – coincidencias cabe relacionarlas con las conclusiones de una encuesta, algo antigua (1991) pero la más fiable (20.000 personas) para los asuntos que nos interesan: sólo (y digo bien sólo) el 41% de la población mayor de 10 años tiene (tenía) los dos padres catalanes. Es lo que estás pensando: ¡casi un 60% de charnegos técnicos!


Entre las tablas de la ley que he consultado estos días hay una particularmente llamativa, que compara las procedencias de los inmigrantes de Madrid y Barcelona. La inmigración madrileña proviene fundamentalmente de Castilla. Más del 51%. No puede decirse que sea una inmigración intercomunitaria, a menos que no se crea en la existencia real de Castilla y León, Castilla – La Mancha y otras expresiones del ceremonial semántico de las autonomías.Madrid, rompeolas de España, es un mito identitario. El lugar donde se juntaron levantinos, andaluces, gallegos, aragoneses, castellanos y extremeños fue Cataluña. La pequeña España.


A la gran paradoja de que la inmigración sea la identidad de Cataluña se adhieren miles de paradojas menores. Una no menor: ¿cómo el nacionalismo catalán ha logrado mantener su hegemonía? Otra: fáctica ¿cómo se explica la irrisoria presencia del top ten onomástico y allegados en el establishment político y social? ¿Cómo se ha construido este wcn (white, catalan, nacionalist) tan inexpugnable?


Hubo algo que ayudó. Me río del legendario Partit Socialista Unificat de Catalunya y de su famoso relato (¡autosugestión!) sobre la sutura de las dos comunidades.


Fue Franco.


La demógrafa Cabré ha insinuado alguna vez que la dictadura, al reprimir los probables conflictos, facilitó la integración.Ella lo llama integración. Hizo algo más: diseminó la culpa.Los inmigrantes llegaban con la manos vacías y adquirían rápidamente una difusa culpa (se les infiltraba rápido) de conquistadores.Eran como los vencedores: solo que habían perdido.


Sigue con salud.


A.

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