KAOUTAR HAIK, PELUQUERA QUE FUE NIÑA DE LA CALLE
"En la calle encontré a la familia que nunca tuve"
La Vanguardia, 26-05-2006Tengo 20 años. Nací en Tánger, soy la mayor de seis hermanos. Vivo en Barcelona, comparto piso con una amiga. Soy peluquera. Estoy divorciada. Creo que las mujeres, a veces, nos dejamos maltratar. Viví en la calle durante cuatro años, de los 12 a los 16 años. Creo en Dios. Virtu Morón ha publicado mi biografía, La niña de la calle, Styria
IMA SANCHÍS – 26/05/2006
- Ha sido usted una ladrona.
- Sí, una niña ladrona. La primera vez que mi madre me echó de casa tenía 9 años. Nunca fue una buena mujer.
- ¿**Quizá una mujer frustrada?**
- Mis padres se pegaban mucho. Y ella me pegaba a mí y me mordía en la cara y en los brazos. Conservo la cicatriz de un cuchillo que quiso clavarme en el vientre.
- ¿Adónde fue cuando la echó de casa?
- Fui y volví varias veces. En una de las últimas intentó casarme en Marruecos con un hombre de 30 años. Yo tenía 13. Le dije que no quería y me echó de nuevo.
- ¿Dónde dormía?
- Primero di con una mujer que quiso prostituirme y luego fui a casa de mi padre. Se alegró de verme, pero me dijo que no podía quedarme porque estaba a punto de casarse.
- Menudo padre.
- Era bueno, me dejaba dinerillo para que me comprara tabaco y me envió a vivir con su hermana prostituta, que me acogió con cariño, pero un día no me abrió más la puerta. Así comenzó mi peregrinaje de centro de acogida a casa okupa y viceversa.
- Descríbame el ambiente okupa.
- Había mucha ropa y trastos esparcidos por el suelo, pero a míme pareció un ambiente de hermandad bastante chulo. Las tragedias siempre unen. En la calle encontré a la gran familia que nunca tuve. Robaba en la zona de la Rambla, plaza Catalunya y calle Escudillers. Aprendí mucho.
- ¿Qué aprendió?
- Que era preferible robar a turistas, porque suelen cargar con todas sus pertenencias. Ysi eran chinos o japoneses, mejor, porque son pequeñitos y enclenques.
- ¿Cómo lo hacía?
- Robábamos en grupos de cuatro o cinco. Uno tiraba del bolso, y si la víctima ponía resistencia, otro por detrás le daba un golpe.
Nos íbamos pasando el bolso y si veíamos a la poli, pactábamos un punto de encuentro para repartirnos el botín. La documentación, ropa y carteras las tirábamos en un contenedor. Sólo nos quedábamos con el dinero, que no tiene nombre ni dueño.
- Eso pregúnteselo al que se lo ha ganado.
- Lo sé, había que tener mucho valor para hacerlo, así que empecé a drogarme. Si tenía dinero me colocaba con éxtasis, cuatro pastillas por 30 euros; si no, con disolvente.
- ¿Tranquilizantes para el día, excitantes por la noche?
- Exacto. Nos despertábamos a las siete de la tarde. Solía ir a casas de okupas marroquíes que me enseñaron la técnica kajagh para cuando la víctima se rebotaba: le coges por detrás y le aprietas la garganta con el antebrazo hasta dejarlo inconsciente.
- ¡Qué horror!
- A veces era muy espectacular, porque se quedaban con los ojos en blanco, sin conocimiento y sacando espuma por la boca.
- Era usted una salvaje.
- Estaba rabiosa porque no tenía a nadie. Ahora pienso en los pobres japoneses y me pongo a llorar. Me doy vergüenza.
- ¿Quizá por eso lo cuenta?
- Quizá. Nos reuníamos a las diez de la noche en un café internet al final de la Rambla. Allí nos tomábamos el café, las pastillas y controlábamos a los turistas y a la poli. Sí, me daba pena verme en esa situación. Ya hacía días que me rondaba la idea del suicidio.
- ¿Lo intentó?
- Me tomé un montón de pastillas y acabé en el hospital del Mar, de allí a comisaría porque era menor de edad. Me recogió el marido de mi prima y me fui a vivir con ellos. Él era traficante de visas. Un día buscó rollo conmigo y me marché.
- ¿Adónde fue esta vez?
- A Madrid, en busca de Laila, una marroquí que era una especie de heroína de la gente como yo. Tenía 18 años, tres más que yo. Robábamos por vicio, queríamos más y más.
- ¿?
- Creía que el dinero lo solucionaría todo. Estaba triste, sentía un deseo enorme de ver a mi madre, hubiera dado la vida por estar entre sus brazos. Regresé, era Navidad. Me abrió mi hermana: “Mamá no está. Vete, aquí nadie quiere verte”.
- Y volvió con lo mejorcito de la ciudad.
- Sí, ladrones y traficantes de droga. Nos colocábamos continuamente: disolvente, porros, pastillas y cocaína. No me preocupaba por nada, sólo por tener dinero para mis vicios. Dormía en el metro, me acurrucaba en las salidas de aire caliente. Se estaba bien.
- ¿Sí, estaba bien?
- Sí, porque por lo menos el grupo al que pertenecía me respetaba. Pero un educador me sacó de la calle y me llevó a un centro en el que se portaron muy bien conmigo. Me llevaron a una academia de peluquería donde pronto empecé a trabajar. Era feliz.
- ¿Y?
- Volví a la calle y a las drogas tras un encuentro con mi madre. A una china le pegué tal paliza que no se podía levantar del suelo. La gente no hacía nada por evitarlo. Un día me tomé 18 tranquimazines y volví con los educadores.
- Tiene usted talante de superviviente.
- Encontré trabajo en una peluquería, los dueños son como unos padres para mí. Me enamoré de un marroquí que pronto empezó a pegarme. Le perdoné hasta que no quedó un centímetro de mi piel sin golpear. Mi madre declaró en el juicio a su favor. Ese maltratador acabó casándose con mi hermana.
- Por lo menos se lo sacó de encima.
- Los malos tratos llaman a los malos tratos. A los 20 años me casé con otro que también me levantó la mano, pero sólo una vez. Lo abandoné. Ya casi nada puede conmigo.
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