Tenerife

La Voz de Galicia, 26-05-2006

EL OCÉANO que rodea el sur de Tenerife goza de una temperatura singular. Tanto es así que sus habitantes presumen de que la zona es una de las pocas en el mundo donde existen poblaciones estables de ballenas piloto. Se trata de una atracción especial y cada día parten docenas de barcos cargados de turistas para poder sacarle alguna foto a los cetáceos y, si están de quiero, a los delfines. En los barcos se alinean turistas con sobrepeso y mal protegidos del sol. Colorados como tomates, con una cámara en una mano y un refresco en la otra, otean el Atlántico sin sospechar que el día menos pensado se cruzarán con una embarcación más modesta y más cargada, llena de negros que no saben nadar. Con suerte, el barco de turistas y el de inmigrantes llegarán a puerto (como siempre, la suerte suele favorecer siempre al que tiene más dinero). Los turistas desembarcarán con destino a sus hoteles increíbles y los inmigrantes a un pequeño centro de acogida donde ya no cabe ni un alfiler porque últimamente les ha dado a todos por desembarcar en uno de nuestros paraísos turísticos, de esos que nos suben el nivel de vida para permitirnos un safari fotográfico a la caza de cetáceos. Tras su estremecedora travesía, al inmigrante le espera, en el mejor de los casos, el regreso a la miseria de la que intentó salir a cualquier precio, su propia vida incluida. Al turista le espera una comida opípara que incrementará su sobrepeso. No sé quien tiene la culpa, pero la situación revuelve las tripas.

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