Es la hora de rectificar

La Vanguardia, 23-05-2006

No es lícito establecer una relación de causalidad entre el incremento de la delincuencia y la inmigración desbordada. Pero sería necio negarse a aceptar que las condiciones en que se está desarrollando la política de inmigración favorece la aparición de nuevas y más agresivas modalidades de delincuencia. Es más, para muchos ciudadanos existe el convencimiento de que su inseguridad guarda relación con la llegada masiva e incontrolada de nuevos inmigrantes.
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El problema es serio y grave. Por un lado, la percepción social – estadísticas al margen – de que la inseguridad se incrementa. Estos días hemos leído y oído la expresión de que “¡ni en casa se está seguro!”. Atracos con violencia en domicilios particulares han atemorizado a la opinión pública, que reclama mayor protección.
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Por otra parte, muchos de estos atracos se atribuyen a bandas organizadas, procedentes de otros países, que parecen moverse con cierta impunidad entre nosotros. No debe, pues, sorprender que la gente se interrogue sobre el por qué de todo ello y, sobre todo, se cuestione si los razonamientos solidarios de la inmigración justifican la situación actual.
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Los proxenetas que explotan a las mujeres que someten a la prostitución, ¿deben ser bien recibidos en nuestro país? ¿No es posible para ellos la expulsión? O lo mismo ocurre cuando se trata de las bandas mafiosas que aprovechan su convivencia entre nosotros para cometer los delitos que en su país de origen no les resulta lucrativo cometer.
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Todo ello se presta a la demagogia. Es un caldo de cultivo para actitudes xenófobas y racistas. Pero nada hay más irresponsable que refugiarse en esta denuncia con pasividad e inhibición. Si no queremos tener conflictos racistas, ocupémonos de la inmigración con realismo. No todos pueden venir, ni algunos conviene que vengan. La selección es imprescindible si no queremos vernos empujados a actitudes que van a ofender a nuestra dignidad colectiva.
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Toda Europa vive convulsa este problema. Pero España tiene mayores fragilidades para resolverlo. Y no bastará ni una acción diplomática ni reclamar la ayuda de la Unión Europea. Es evidente que el problema de la inmigración debe tratarse a nivel europeo; pero todavía es más cierto que no podemos seguir esperando. Nuestra urgencia se cuenta por días.
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Estamos fracasando. Desbordados, incapaces de actuar con eficacia y coherencia, alternamos la improvisación con los errores. El fracaso está aquí, se ve, se percibe. Es hora de rectificar. De lo contrario, el fracaso puede ser irreversible.
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