Carola Rackete: la dignidad de Europa a juicio

La Voz de Galicia, CRISTINA PORTEIRO , 11-07-2019

En el fondo del mar, silenciosa, descompuesta y olvidada, yace la conciencia de los europeos. Junto a las miles de historias truncadas de quienes acabaron sus días en algún punto del Mediterráneo, sin saber si surcaban aguas territoriales libias, internacionales o europeas. Sin oír el murmullo lejano de quienes ordenaban cerrar las puertas. «Lo siento, no me importa si los ahogan, quiero que les hagan retroceder», llegó a entonar en el 2016 el secretario de Asilo belga, Theo Francken, según denunció su homólogo griego, Yannis Mouzalas.Las cosas no han cambiado desde entonces. Ahora es el italiano Matteo Salvini quien escupe bilis y pone las notas repulsivas en las citas ministeriales. Su odio y arrogancia son tan grandes como su incontinencia verbal. Humilla y ridiculiza a quienes desafían sus inhumanas políticas migratorias. «Pirata», «comunista rica y mimada», fue el mezquino ataque personal que dirigió contra la joven Carola Rackete, la capitana del Sea Watch que salvó la vida de 40 personas rescatadas a la deriva. La alemana contraatacó con humildad: «Mi vida fue fácil. Pude ir a la universidad. Me gradué. Soy blanca, alemana, nacida en un país rico y con el pasaporte correcto (…) Cuando me di cuenta de esto, sentí la obligación moral de ayudar a quienes no tuvieron las mismas oportunidades», le espetó la activista, dejando al desnudo la bajeza moral del líder de la Liga Norte. Su victoria quedó sellada cuando, desafiando la autoridad de Salvini, enfiló su embarcación hacia el puerto de Lampedusa. La maniobra permitió «salvar vidas», admitió la jueza de caso. Y, sin embargo, su arrojo la podría empujar a la cárcel. El Gobierno italiano ha retorcido la legislación italiana hasta el punto de desdibujar de forma deliberada la línea que separa a los activistas que rescatan personas de los traficantes de seres humanos que operan en el Mediterráneo. La ley estigmatiza y castiga a quienes, cumpliendo con el derecho internacional, rescatan del mar a personas en peligro. Una persecución «legal» que recuerda a tiempos pretéritos y que hace surgir una pregunta: ¿Por qué no interviene la Comisión Europea, guardiana de los tratados? ¿Qué ha sido de sus sermones moralistas? ¿Por qué es Carola quien carga con la labor que tendrían que hacer los gobiernos, enfrentándose a la justicia por ello, y no es Salvini quien rinde cuentas por denegar auxilio? Quizá la UE pueda dar explicaciones ante la Corte Penal Internacional si prospera la denuncia que han presentado un grupo de expertos abogados. Mientras el italiano se dedicó a dar rienda suelta a su sadismo contra las oenegés en el Mediterráneo, Bruselas telefoneaba, a ver si encontraba voluntarios para desembarcar a los supervivientes. Al fin y al cabo, ya no tiene legitimidad para exigir nada a Roma. La perdió cuando cedió ante quienes se opusieron a colaborar en la acogida de migrantes y refugiados. Sacrificó su moralidad en aras del pragmatismo. Cayó en la trampa de dar rango de verdad a los argumentos de quienes tratan de disfrazar la xenofobia con clichés y falsos mitos sobre la inmigración. La UE enseña el puño a quien puede, no a quien debe. Se ha mostrado blanda con quienes, como Salvini, la han denigrado y ha denigrado a quienes han salvaguardado los valores y le han exigido, como Carola, que cumpla con su responsabilidad moral. Son los que son como ella nuestros antídotos contra los venenos racistas y nacionalistas que empozoñan Europa. Son la valentía escondida entre los cojines de sofá de quienes lamentamos desde casa el goteo de víctimas que se traga el mar. Carola es incómoda porque no ha venido a calmar conciencias convulsas ni a aportar alivio al remordimiento de quienes permanecen impasibles. Es la decencia olvidada por nuestros líderes entre montañas polvorientas de comunicados que no dicen nada. La libertad de Carola y la dignidad de la UE van de la mano camino al banquillo de los acusados. Ambas serán juzgadas y correrán la misma suerte.

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