BULEVAR

De emigrantes en Suiza a anfitriones en España

El Mundo, 23-05-2006

Todavía la ponen en más de diez cines de Cataluña y no va mal situada en el ránking por recaudación. De modo que, siendo modesta en cuanto a factura y presupuesto, no es para nada una película marginal. Si no lo han hecho aún, les aconsejo que vayan a ver Un franco, 14 pesetas, de Carlos Iglesias. Aunque ya era un actor bastante popular por varias de sus interpretaciones televisuales y luce la muesca prestigiosa (siempre conviene tener alguna) de haber interpretado a Sancho Panza en el Quijote de Gutiérrez Aragón, en este caso el de es pertinente, porque Iglesias es guionista, director y protagonista.


La información pone, debajo del título, «Basada en una historia real». Pero es más que eso para Iglesias: es su vida. Él es el niño de la película, aunque interpreta ahora al padre (el hijo lo incorporan Iván Martín cuando aún es Pablito y Tim Frederick cuando se ha convertido en el adolescente Pablo). La puesta en escena es funcional, sin alardes, nunca ostentosa – mantengo el adjetivo modesta, pero no es una modestia falsamente pobre – , y las interpretaciones son estupendas, como suelen serlo cuando dirige un actor. Nieve de Medina ya había mostrado de qué era capaz en Los lunes al sol, pero Isabel Blanco (gallega de infancia suiza o alemana, no recuerdo ya) es una revelación dando vida y vitalidad a la posadera Hanna.


El argumento, como casi todos los que parten de la vida y apenas se despegan de ella, puede contarse en un pispás: en los años 60 del siglo pasado, una matrimonio pobre con hijo emigra a Suiza porque España no da ni para malvivir. Allí, en un pueblecito encantador, trabajan y ahorran. Al cabo de seis años vuelven, compran un pisito fúnebre en la triste periferia madrileña del Gran San Blas y se preguntan – el niño, ya con 14 años, de modo inequívoco – : «¿Por qué coño habremos vuelto?».


Hubo otras películas sobre emigración española a la Europa rica – Vente a Alemania, Pepe, etc. – , pero casi todas solían determinar que los europeos eran unos racistas y como España no hay na (ná, rubricaban con tilde innecesaria). Todo lo contrario hace Iglesias.Tal vez su Suiza tirolesa resulte demasiado idílica, pero era – él no deja ninguna duda al respecto – infinitamente más civilizada que la cutre, indeseable España franquista de alma rupestre, machista, carca hasta lo indecible y encima prepotente.


Claro está que los europeos eran xenófobos – este cronista lo vivió y lo contó (en Matar a Victor Hugo) – y si le preguntan a un turco aleman o a un beur francés les dirá que siguen siéndolo.Pero ahora España forma parte de la Europa del euro, se ha civilizado, ha dejado de exportar pobres y contiene millones de extranjeros, necesarios para funcionar. Cuando nos preguntemos si somos como los suizos de cuando un franco eran 14 pesetas, Iglesias puede ayudarnos a dar una respuesta matizada.


Salvo si somos catalanes, claro. En ese caso, a los más viejos nos bastará recordar que, cuando éramos niños, xarnego e incluso mursianu eran en Cataluña insultos usuales.

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