Lunes en África. Cayuco
Canarias 7, 22-05-2006
En las épocas del hambre, los costeros más atrevidos llegaban a Port Etienne en busca de langostas, que luego usaban como moneda de intercambio con otros frutos del mar en los mercados al aire libre. Se sabía dónde estaba el buen pescado por el tamaño de los barcos; era un indicio clave para acercarse a negociar en la travesía. Los indígenas de la Mauritania francesa recorrían la orilla del Africa continental en unas barcazas enormes. En la zona de Argüin, donde se podía pescar directamente con las manos, a las barquillas se les ponían velas que copiaban de los pescadores canarios, maestros en el arte de aprovechar los aparejos hasta su extenuación. Compartían entonces las necesidades que hacen a los pobres solidarios, pura conveniencia por el afán de sobrevivir.
Esa etapa de la faena compartida ya desapareció, pero durante las décadas en que los canarios pasaron miseria la orilla de África fue una despensa. Lo mismo iban los isleños hasta La Güera largando al viento la rumantela que venían hasta la Isleta los compadres de la otra orilla a traer pescado y llevarse gofio para la tribu. Testigos de ese ciclo vital aún viven a ambos lados del Atlántico, sin mayor interés en dejar por escrito sus vivencias porque en sus vidas no existió la escritura; manejando idiomas distintos, era bastante la palabra.
El Diccionario de canarismos de Antonio Lorenzo, Marcial Morera y Gonzalo Ortega editado por Francisco Lemus en 1995 es el único que establece el vocablo cayuco como sinónimo de cadenote, que en la costa de África se usaba para denominar la «lancha grande que emplean los marineros canarios en la pesca de la langosta», y que se conserva en el vocabulario de Tenerife. Es probablemente el testimonio más explicito de la relación mantenida durante décadas entre los pueblos marineros de Canarias y los asentamientos del occidente africano; la huella de una historia que apenas se ha incorporado a la crónica oficial de la identidad isleña. La abundante bibliografía sobre las conexiones canarias de América contrasta con la débil, por no decir inexistente, aportación de los historiadores a la memoria de las relaciones con África siguiendo el cauce de las palabras selladas, recogiendo las vivencias de los últimos testigos que aún perviven en esos puertos.
Ahora el cayuco es una crisis, una llamada del Rey, una oleada de africanos capaz de saltarse todas las normas internacionales de navegación, capaz de desplomar en un día todas las previsiones de la legalidad vigente; una herramienta que destroza las fronteras. Da la impresión de que se sube más gente a las barcazas africanas que a las Guaguas Municipales; y como las autoridades competentes tratan de prohibirlo, más rápido se hace el desafío. Lo curioso es que se trata del único intento de colonización que desata las alarmas del poder establecido, a pesar de que no es el más intenso. Temor a África.
(Puede haber caducado)