La muralla
La Verdad, 22-05-2006Estaba La Muralla, del cubano Nicolás Guillén. Sus versos los cantábamos en los años 60 – 70 de nuestra era: «Para hacer esta muralla, tráiganme todas las manos: los negros sus manos negras, los blancos, sus blancas manos » Esa muralla que se abría para dejar pasar a la rosa y el clavel, a la paloma y el laurel, al mirto y la hierbabuena y que se cerraba al sable del coronel, al alacrán y el ciempiés Teníamos también La construcción de la Muralla china vista por Franz Kafka, una muralla literaria, pero más real y auténtica que la recorrida por los turistas que visitan aquel país – continente. «La muralla, como se divulgó y es conocido por todos, se ideó como protección contra los pueblos del Norte – nos decía, y aún nos dice, Kafka – – . Pero ¿cómo puede proteger una muralla inconexa? – añadía – . Una muralla así no sólo no puede proteger, sino que ella misma está en peligro».
Teníamos, además – cómo no evocarlo – el Muro de Berlín, también conocido como el de la vergüenza. Un muro asesino, que separaba un país en dos, familias, vidas en dos, so capa de proteger la pureza de un presunto socialismo real, que ni era real ni socialista. Aun hay historiadores sentimentales que relacionan con deje melancólico la caída de ese muro con la caída del comunismo, como si el comunismo hubiera existido al otro lado de dicha frontera. Por el contrario, debemos interpretar que el derrumbe de esa realidad hormigonada suponía también el de una falacia, el de una suplantación, cuyo desenmascaramiento constituía una necesidad histórica y sanitaria. No es que a este lado de ese muro reinase la verdad precisamente, pero una cosa no debe ocultar la otra.
Cuando una realidad necesita de muros y murallas para subsistir es, porque lejos de ser real, esa realidad es irreal por naturaleza. Ingenuamente supusimos que el tiempo de la arquitectura amurallada correspondía al pasado y que finiquitaba con un Berlín reunificado. Pero llegó el Muro de Sharon, el de Cisjordania – todavía en construcción – , para hacernos salir del letargo; llegaron los muros de alambrada sofisticada, compleja, de Ceuta y Melilla – todavía en construcción – para intentar frenar los deseos de escapada de negras realidades subsaharianas hacia un Norte de paraísos prometidos.
Ahora llega el luengo muro forjado por la breve imaginación del presidente George Bush. Seiscientos kilómetros para separar el Bien (o sea EE.UU.) del Mal (es decir: México y otras cobrizas realidades en desbandada al sur de Río Grande. Todo un western en pantalla panorámica. Será su Muralla China, la Muralla China de Bush. El, seguramente, no vivirá para conocerlo terminado, lo cual es un consuelo.
Otros muros se insinúan en el horizonte, aquí y allá, por tierra, mar y aire. Pues ¿cómo contener a tanto forastero sin invitación?
Luego están los muros mentales, que nos ensimisman y nos separan hasta de nosotros mismos. Esos muros que escinden nuestro yo aún más de lo que ya lo tenemos. Muros complementarios de la imaginación que forja murallas salvíficas, pues ¿cómo ponerse manos a la obra sin una dosis adecuada de esquizofrenia?
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