La llamada de África

ABC, 21-05-2006


ENRIQUE SERBETO

Poner en marcha un «Plan África», pedir ayuda a la UE, ya sólo nos falta enviar a la Armada a Canarias para intentar contener la avalancha de emigrantes. El «efecto llamada» se podría medir perfectamente, porque lo primero que se procura un emigrante es un teléfono móvil y si el ministro Caldera quisiera podría saber hasta a quién han llamado para decir que en España le dan papeles a cualquiera, puesto de todos modos las autoridades no son capaces de devolver a nadie a su país. Pero no es sólo eso lo que hace que vengan, es la desesperación, la certeza de que en sus países de origen no hay futuro por más que se esfuercen. Saben que allá en África su vida vale tan poco, que es mejor jugársela a una sola carta intentado llegar a Europa.

¿Qué podemos hacer nosotros? Hoy, por ejemplo, miles de personas tienen previsto manifestarse en ciudades de todo el planeta con el noble propósito de protestar contra el hambre en el mundo, siguiendo una iniciativa que patrocina, según tengo entendido, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. Sería fantástico un mundo sin hambre y todos deberíamos esforzarnos en colaborar en lo posible para alcanzar este propósito, porque a veces un grano de arroz es la diferencia entre la vida y la muerte y muchos granos de arroz hacen un cargamento. Pero ¿será bastante con una manifestación o tal vez sería más útil si nos diésemos cuenta de que esta actitud voluntariosa solo sirve para adormecer un rato nuestras conciencias? Es bueno que la ONU pueda socorrer a los que solo pueden salvarse con un puñado de harina, pero si no hacemos nada más, en cuanto esas personas hayan recuperado sus fuerzas se pondrán en camino hacia Canarias o hacia donde sea.

Mejor sería reconocer que mientras insistamos en defender que los países pobres tienen derecho a mantener sus peculiaridades culturales, étnicas, religiosas o folclóricas, no debemos extrañarnos de que tengan problemas para construir sociedades justas. Y si hay algo de lo que nosotros somos culpables es de haber dejado al continente africano culturalmente abandonado. En los documentales de aires antropológicos quedan muy bien los consejos de ancianos, los chamanes de la selva y los hombres sabios del desierto. Pero los seguidores de esta corriente neoindigenista nunca dicen que esas sociedades son intrínsecamente perversas e incapaces de llevar a sus ciudadanos al progreso. Es muy fácil culpar de los males del mundo a la industria de armamento, a EE. UU. o a las multinacionales , mientras los gobiernos africanos corruptos sonríen mientras se filma el documental y luego hacen la vista gorda cuando sus ciudadanos se suben al cayuco, porque la emigración les viene de perlas como fuente de divisas y porque para cargar con las culpas ya están los propios europeos.

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