EL DRAMA DE LA INMIGRACIÓN ILEGAL // REPORTAJE
Las almas en venta (I)
El Periodico, 21-05-2006Si José Luis Bustamante quisiera, podría señalar: “Ese es enganchador, ese es bajador, ese es pollero, ese pasa piedra…”. Estaría apuntando a su vecino de toda la vida, a otro que llegó hace solo unos años al pueblo… Y estaría identificando a los hombres y a las mujeres que han convertido la desesperación de cientos de miles de personas en rentable activo para su cruel negocio. Comercian con vidas humanas; las compran; las venden; las destrozan; las acaban. Pero José Luis no señala. “Si pongo el dedo me dan un tiro. Lo han hecho con otros antes”. Esa es la ley aquí: la ley del silencio; la de no hay ley. Bienvenidos a Altar.
A 100 kilómetros de la línea, la frontera que separa el estado de Sonora del de Arizona, México de Estados Unidos, Altar es la puerta del desierto. Bustamante la ha visto transformarse en sus 60 años de vida y le repugna lo que ve ahora, lo que salta a la vista y lo que cuentan decenas de historias en voz baja: un pueblo que en poco más de 10 años ha doblado su población hasta 15.000 habitantes. El 80% de ellos viven de explotar a los inmigrantes, y del tráfico de drogas.
Dinero sucio
La feria corre a raudales. Se ve en ostentosas casas con columnatas alzadas al lado de construcciones de adobe, en buenos coches que circulan al lado de viejos trastos por polvorientas calles sin asfaltar o por esa plaza plagada de almas con vidas metidas en bolsas de plástico, en nuevos hoteles que abren sus puertas al lado de putrefactas casas de huéspedes, barracones con ventanas tapiadas donde los traficantes encierran a los inmigrantes – – y les cobran – – antes de llevarlos a la frontera.
De donde viene todo ese dinero no es secreto. Llegan cada día cientos de personas, a veces miles. Vienen desde Chiapas, Veracruz y Puebla; desde Guatemala, Honduras y Brasil; desde Polonia y Albania y hasta desde China. Cada uno ha pagado su precio para llegar hasta aquí. En algunos casos cientos de dólares; en otros, miles; e incuantificables en otros, como el de la mujer que, en su viaje desde Chiapas, en el sur del país, fue violada 70 veces. En dos ocasiones, según las demandas que le ha ayudado a interponer el padre Prisciliano Peraza, párroco de la iglesia de Guadalupe, “los violadores eran agentes de la ley”.
Quienes llegan aún con fuerza, vida o dinero para seguir tienen un arduo camino por delante. Si son afortunados, al llegar a Altar les recoge su enganchador, la persona que les debe llevar hasta su pollero, su coyote, su guía en su paso ilegal de la frontera, que les cobra desde 1.500 dólares hasta más de 2.000 (entre 1.100 y 1.600 euros). Pero si la suerte no les acompaña les recibirá un bajador, alguien que les pregunta por el nombre del pollero que traen como referencia, les engaña con una llamada falsa y se los lleva a una de las aterradoras casas de huéspedes, donde, hacinados, esperan. A veces, son secuestrados, y uno de sus familiares recibirá una llamada exigiendo miles de dólares por su libertad.
Estuvo a punto de ser secuestrado José Camilo. Tiene 32 años y está en Altar porque, aunque logró después de tres días y tres noches en el desierto casi llegar a Tucson, fue localizado por una patrulla fronteriza de EEUU y repatriado. Mientras pensaba cómo reunir dinero para volver a Veracruz, a su esposa y a sus cuatro hijos, los traficantes humanos le hicieron la propuesta: cruzar la frontera otra vez sin necesidad de pagarles dinero, pero siendo burrero y pasando piedra: kilos de marihuana o cocaína. “Soy pobre, no criminal. Dije que no. Intentaron acorralarme y no me dejaban marchar”, explica, orgulloso de haber logrado escapar.
También se niegan a pasar piedra
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