EL DRAMA DE LA INMIGRACIÓN ILEGAL // REPORTAJE
Las almas en venta (II)
El Periodico, 21-05-2006Viene de la página anterior
Enmanuel Jiménez y su hermano Apolinar, Lucino Ramírez y Humberto Cárdenas. Son cuatro jóvenes de entre 17 y 21 años de San Luis de la Paz, en Guanajuato. No es la primera vez que cruzan. Trabajan en la construcción en Tucson pero a veces deciden volver a casa para ver a su familia, aunque el precio sea volver a hacer luego el viaje ilegal por este desierto donde se han dejado la vida más de 4.000 personas.
Esta vez, ese viaje empezó el viernes. Un taxi los recoge en Altar. Por 100 pesos (10 dólares) por cabeza, emprenden el camino hacía Sásabe, la otra puerta del infierno, situada sobre la línea y aún más pútrida que Altar. Durante los 100 kilómetros de camino pedregoso no dicen prácticamente nada, aunque quieren saber detalles del plan de despliegue de la Guardia Nacional y la construcción del muro. Pero casi todo el tiempo callan, porque quien habla incesantemente es Jesús Álvarez. Se declara su amigo. Alguien se atreve a señalarlo después como su pollero.
El agua, racionada
“Pueden construir un muro, dos o tres, pero aquí la gente va a seguir pasando. Yo he cruzado más de 20 veces”, dice. En ningún momento habla de niños y mujeres que aseguran que, a veces, lleva con él ni del dinero que cobra. Tampoco cuenta que, tras comprar agua que tendrán que racionar para aguantar hasta el martes, llevará a Apolinar, Enmanuel, Lucino y Humberto por las montañas. La ruta está menos vigilada. Es infinitamente más peligrosa.
Calla también cuando el taxi se detiene en el retén que tienen cerca de Sásabe los Grupos Beta, una organización de ayuda al inmigrante del Gobierno mexicano. Un hombre con camiseta naranja pregunta: “¿Vais a pasar?” y, tras el sí unánime, recita: “No os quitéis la ropa aunque tengáis calor. Llevad mucha agua. No mováis las piedras por las serpientes. Untaros de ajo. Si la patrulla fronteriza os detiene no corráis: es más importante seguir vivo que llegar”.
Asaltantes a sus anchas
El empleado del Grupo Beta no ha alertado de uno de los mayores riesgos en el cruce del desierto: las bandas de asaltantes extremadamente violentas que campan a sus anchas, sin control de ninguna autoridad, o peor aún, con esa sospechosa ineficacia cómplice que también apesta en Altar. Son forajidos mexicanos que, muchas veces coordinados con los polleros, roban, violan y matan a los inmigrantes.
El doctor Amado Coello, comandante de la Clínica Móvil que la Cruz Roja mexicana tiene en la plaza de Altar, ha visto los resultados de su brutalidad. “Una mujer llevaba casada tres meses y cruzaba con su marido. Apareció un grupo y la violaron. Cuando el marido intentó ayudarla, lo mataron”.
Los asaltantes también se cruzaron en el camino de Alba y Avelino, dos hermanos de Oaxaca. “Nos quitaron todo lo que llevábamos aunque era poco porque sabíamos que la cosa está caliente”, explica él. Siguieron sin nada más que el empeño de llegar a Tucson. La migra los detuvo. Y a Avelino, con el sueño roto de emigrar para ganar dinero para sus hijos, le dolió algo más de esa detención. “Querían que tiráramos la comida que llevábamos, y me resistí. Yo no puedo tirar comida. He pasado hambre y lo recuerdo”.
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