LA TRASTIENDA

El Barça feliz

El Mundo, 21-05-2006

La mayoría de los barcelonistas se sintieron orgullosos, o en todo caso satisfechos, de que el pasado miércoles, José Luis Rodríguez Zapatero se fundiera en un abrazo con Joan Laporta cuando el camerunés Eto’o coló el primer gol del Barça, que abrió el camino a la victoria. La desbordante alegría de los dos presidentes era idéntica a la del aficionado que desde su casa o desde el estadio en París veía cumplido un sueño de Champions.


Así de fácil son las cosas. No hace falta mucho más. Compartir alegrías y tristezas une. Y eso es lo que ocurrió el miércoles.Si el fútbol, que es una confrontación entre dos entes, une ¿por qué nos empeñamos en que la política se convierta en una procesión de escozor?


No sé si por la suerte o por el buen proyecto, lo cierto es que Laporta se ha salido con la suya. Al final ha logrado que, esa sensación de nuevo estilo, de juventud renovada (me reconforta porque somos del mismo año, cosecha del 62), de brío desmedido, de alegría a la hora de proyectar estrategias, se haya convertido en su estilo propio, muy alejado de otros presidentes de equipos de fútbol. Creo en la suerte, pero cuando te encuentra pensando.Por ello, después de tres años debo reconocerle el buen trabajo realizado durante los últimos días.


También hay que decir que su estrategia ha cambiado. Del «soy un chaval», la prepotencia y el patriotismo insultante, pasó a la racionalidad y la discreción. Nada que ver con aquel encuentro personal en el restaurante Drolma, en el que, con el volumen desencajado, se dedicó a reprocharme que nuestro diario sólo publicaba mentiras. Falsedades que después se demostraron ciertas y acabaron con la dimisión de su cuñado Alejandro Echevarría.


Pero no sería honesto volver con el pasado, porque, si algo tiene el Barça de Laporta, es futuro. Mi vecino del paseo de Sant Joan imagino que es consciente de lo que está logrando con el Barça.Del universo ciudadano aún por desarrollar, de lo integrador que puede convertirse este equipo y de lo interesante que puede resultar para nuestra sociedad.


No es la primera vez que ocurre. El emigrante andaluz, murciano o extremeño, que llegó hace 40 años a Barcelona y conectó con la sociedad que le acogía gracias a un Barça reivindicativo y que olía a libertad, no hay que analizarlo porque ya se ha hecho desde diversos puntos de vista. Desde el que llegaba y el que estaba.


Ahora, las cosas han cambiado pero no tanto. Los flujos migratorios existen igual, aunque con la diferencia de la cultura y a veces del idioma. La sociedad también se ha transformado. Vivimos en una democracia plena. Los que llegan de fuera no necesitan puntos de referencia que demuestren procesos democráticos porque ya viven en ella. ¿Qué necesitan, entonces? Alegría. Qué término más infantil, más burdo, más en desuso, qué poco intelectual.Puede. Pero Aristóteles dedicó su vida a descubrir qué quería el hombre y por qué, y en el proceso de investigación, que denominamos eudemonismo, que viene del término griego eudaimonía (felicidad), llegó a la sabia conclusión de que el hombre buscaba eso mismo, felicidad. Otra cosa es saber que tipo de felicidad, que para eso Aristóteles fue muy burgués y elitista.


El Barça es campeón con felicidad, eso que Nike ha denominado «Juego bonito». Por lo tanto Laporta (¡mira por dónde!) es presidente de un club que gana, vence y logra sus objetivos con felicidad.Por ello, que la inmigración conecte con esa metodología (el siglo pasado, el de hace seis años, habríamos dicho filosofía) es muy revolucionario y práctico. Me refiero a su integración plena en esta sociedad, que no es sólo la catalana, sino la occidental.Sobre todo, la occidental.


Y esta sensación sirve para muchas cosas. Para que el barcelonismo se sienta del mundo, sin pensar demasiado en si es catalán, español, europeo o chino. Que los chinos, polacos, ecuatorianos y marroquíes se sientan felices, no tanto por ser inmigrantes, europeos, catalanes o de Mataró.


El cambio de estrategia es fundamental. El Barça no juega sólo para ganar. Gana porque los jugadores entran en una catarsis de preciosismo que los lleva a la victoria. Y eso es lo que pide el público. No es cuestión de alcanzar el triunfo como rutina, sea cerrando la portería con defensas o con una patada en la espinilla de oro del crac. No se trata de eso. Y ese estilo de planteamiento es lo exportable.


Si en estas estamos, no van desencaminados los que piensan que de este estilo de ganar se puede aprovechar el Estatut y el voto afirmativo. Lo positivo está más cerca del sí que de ninguna parte. Los filósofos estarían de acuerdo con esta premisa. Pero por desgracia los políticos no son filósofos, aunque esta ciencia se inventara para ellos. Y también porque en la elaboración del Estatut no ha existido «juego bonito». Sería un contrasentido para un texto inspirado en el catenaccio italiano o en la falta continuada.


La sociedad catalana debería comenzar a diferenciar. El fútbol es un juego que moviliza a mucha gente. La política es el engranaje imprescindible que mueve la sociedad.


alex.salmon@elmundo.es

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