La comprensión

Las Provincias, 20-05-2006

Siempre que el marrón no nos afecte de forma directa, o incluso indirecta, se supone que somos gente ejemplar, comprensiva, tolerante, amable. Nuestra boca escupe flores cuando hablamos de la integración racial, pero casi nadie quiere en el vecindario a una numerosa prole de gitanos con sus simpáticos churumbeles palmeando día y noche en el rellano de la escalera.


Derramamos lágrimas de cocodrilo lamentando la dramática peripecia de los negros que desembarcan en nuestras costas buscando un horizonte de esperanza, pero pocos son los que les ofrecen un techo, una sopa, un algo. Nos mostramos harto favorables con los deficientes mentales y los orates que hablan solos en su esquina o, en su defecto, sostienen una loca conversación con una farola, pero cuando intentan edificar una clínica para cuidarles justo en nuestro barrio, ah, entonces somos capaces de montar caceroladas porque no nos apetece tenerlos tan cerca. Con el cierre total del puente de Monteolivete no encontramos las sombras tristes y los quejidos del alma que manan de las historias antes mencionadas, pero funciona el mismo mecanismo. Buena parte de los que han visto alterada su ruta diaria hacia el curro despliegan su enfado porque les han enviado al infierno del atasco, los demás, hombre, opinamos que no es para tanto porque nos pilla lejos la sinfonía de bocinazos mañaneros que son como el bramido artificial que se pierde en la jungla del asfalto. Sentimientos religiosos al margen, con la visita del Papa a Valencia continúa en la pole position de las ciudades, y esto es magnífico porque durante demasiados años hemos permanecido en un estado de hibernación, o en un limbo, ya que estamos, que no nos convenía. Ya, pero a ver cómo se lo explicamos a los damnificados por el cierre del puente… Contemplar la misa desde la sacristía es muy fácil.


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