El hambre llama a nuestra puerta
La Voz de Galicia, 20-05-2006EN ESTADOS Unidos, con doce millones de hispanos sin papeles, hay un presidente, George Bush, que espero no sea también sospechoso de blando a los ojos de los funcionarios españoles de la crispación. El pasado primero de mayo se manifestaron un par de millones de personas por todo el país, para dejar clara su importancia en el desarrollo económico de los Estados Unidos y para exigir ser legalizados.
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Aquí, a los ultras del mundo – se – acaba – cada – día, les da igual la realidad de la inmigración de los EE.?UU. Están convencidos de que la culpa de que los africanos vengan a cientos – no digamos avalancha, por favor, que no son nieve – la tiene Zapatero, y si antes lo responsabilizaban de que vinieran por Marruecos, ahora le echan en cara que salgan de Mauritania, Senegal o Malí. Hay quien, en pleno delirio, le atribuye al presidente del Gobierno la responsabilidad de que las antes pateras se hayan convertido en cayucos, como si ese cambio de denominación no se explicara por la variante de designación local que tienen, en Ceuta o en Canarias, los barcos en los que viajan los que se mueren de hambre.
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Instalados en el señoritismo y el todo vale contra Zapatero, estos ultras no son capaces de entender que si aquí está media España haciendo régimen para entrar en el bañador este verano y allí se mueren de hambre, es estadísticamente probable que los ciudadanos de África quieran ver si pueden tomar en nuestro país, o en el resto de la opulenta Europa, aunque sean las migajas de la tarta.
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Poco les importa también la evidencia, al alcance de cualquiera que esté en contacto con la realidad – no necesariamente los citados – , de que los miles de obras, la agricultura intensiva de buena parte de España o el servicio doméstico de toda ella esté en manos de inmigrantes. La realidad no puede acallar el fuelle insaciable de los buscadores del caos.
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El caso es que estamos ante un problema que nos duele, pero porque lo vemos agonizar, ¡o momificarse!, en los cayucos, pero no decimos ni pío ante las dos vías principales de entrada de inmigrantes: la vía aérea, procedentes de Latinoamérica, o el puro autobús, procedentes de la parte pobre de Europa.
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No sé si recuerdan estos ultras los métodos con que, en algún caso, resolvió el problema de la inmigración el anterior Gobierno: una dosis de haloperidol para anestesiar al inmigrante, unas esposas de plástico y un avión camino de África. Eso sí que es autoridad. Aquí hay quien propuso hace unas semanas disparar contra los inmigrantes que saltaban la valla de Melilla.
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El Gobierno de Zapatero, y todos los demás partidos españoles, tienen pendiente un gran debate sobre este asunto crucial. Tienen que abordarlo a sabiendas de que sin él la eventual solución del problema será imposible, pero conscientes de que, incluso con él, el arreglo es dificilísimo. En cualquier caso, no es culpable el Gobierno de Zapatero de que en África la gente se muera de hambre, ni de que en aquel continente la experiencia demuestre, una vez más, que puede haber Estados sin democracia, pero es imposible que haya democracia y un mínimo de bienestar material donde no hay Estado.
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