La «suerte» del inmigrante travesti

- En el centro de Hoya Fría, donde se hacinan 330 «sin papeles», los

La Razón, 20-05-2006

Arona (Tenerife) – «La gente no sabe lo que es esto». Bernardo (nombre
ficticio), un policía nacional destinado en el Centro de Internamiento de
Extranjeros de Hoya Fría, al norte de la isla de Tenerife, está extenuado.
Como la mayoría de sus compañeros. La instalación, ubicaba a los pies del
acuartelamiento del Regimiento de Infantería Ligera (RIL), del que
constantemente emergen el redoble del tambor y la corneta de la
instrucción, tiene una capacidad de 238 personas. Sin embargo, la
avalancha de subsaharianos, que está alcanzando picos de más de 600
inmigrantes al día, ha desbordado su capacidad y tras sus muros se hacinan
en este momento más de 330, aunque, según datos oficiales, «se encuentra
al 95 por ciento» de su capacidad.
   Trabajar en tales
condiciones es casi una tortura. Como lo es también la convivencia diaria.
Ocho personas comparten la misma habitación de poco más de nueve metros
cuadrados. «Antes vivían seis, pero después de lo que está llegando, y
para aumentar la capacidad, se han arrancado las taquillas metálicas de
cada estancia para dar cabida a otras dos literas», explica el policía
mientras muestra a LA RAZÓN el interior de una de ellas.
   Sentados sobre sus camas, cuatro subsaharianos llegados recientemente
contemplan a los visitantes con curiosidad. Aunque tratar de traspasar el
marco de la puerta es tarea osada: el olor que sale del interior apenas es
soportable unos segundos. Y sólo hay cuatro baños para los varones, a
todas luces insuficientes para los más de 300 «recluidos». «Si ya son
pocos para 200, imagínate ahora», insiste otro agente mientras señala el
enorme charco que hay en la entrada de los retretes. «Están todos
atascados», explica.
   Las mujeres, en este sentido, son unas
privilegiadas. Son cinco y viven en una habitación con aseo propio y
hamacas al margen de los hombres. «Y luego tenemos a éste», dice el
compañero señalando hacia otra estancia. «Es un travesti, y por eso no
puede vivir con las mujeres. Y no te digo lo que pasaría si lo metiésemos
con los hombres». Por ello dispone de una habitación en exclusiva, un
lujo en medio de unas condiciones tan extremas.
   Llegar hasta la
planta de abajo tampoco es fácil. El pasillo de entrada está invadido por
grandes bolsas de basura repletas de ropa y apenas queda sitio para pasar
entre ellas y la fila de subsaharianos que esperan para entrar al comedor
y que obedecen sin rechistar las órdenes de los agentes. «Por suerte, su
comportamiento suele ser bueno. Los únicos que dan problemas son los
magrebíes». Hace un año, hubo un intento de motín que no pasó del susto.
Pero los policías no ocultan su temor a que un día haya disturbios.
Trabajan tres por turno, los mismos que antes de la avalancha, y el único
medio que tienen para restablecer el orden es su defensa: su porra. Nada
de pistolas. «Imagínate si uno se hace con un arma. La que se lía»,
explica Bernardo. «Una vez – dice – un colombiano se hizo un pincho con los
hierros de las taquillas. Y a otro interno le encontramos un cepillo de
dientes que había afilado». «Por suerte son casos aislados», sigue el
agente, que no oculta, sin embargo, los problemas de comunicación.
   «Nos entendemos». «Un día me dijo un inmigrante que un compañero tenía
ranas en el trasero. Le dije que serían almorranas, y se echó a reír. La
comunicación no es perfecta, pero nos entendemos», explica el policía.
   Más les preocupan, sin embargo, las condiciones higiénicas en que viven los
internos. La escasez de baños complica el aseo diario y los agentes tienen
temor a contraer enfermedades. «Tenemos a un compañero de baja desde hace
dos meses. Dicen que por un virus, pero vaya usted a saber», explican. A
los inmigrantes, cuando llegan, se les hace una analítica. Pero a los
policías que conviven con ellos no. Y el temor persiste. Como en toda la
isla, que empieza a observar con recelo lo que ocurre. Las empresas de
autobuses que trasladan a los subsaharianos desde el puerto hasta las
dependencias policiales han empezado a quitar de sus laterales los nombres
de las compañías. ¿Adivinan el motivo?
   

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